Flor de invernadero

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Cuando el reloj suena en la mañana me pregunto si vale o no la pena comer el desayuno. ¿Cuál fue mi última comida? La noche anterior cenamos macarrones y no me siento especialmente hambriento ¿Qué pesa más? ¿Mi cansancio por estudiar para el examen de matemáticas o mi hambre?

Antes de que pueda decidirme escucho a la pequeña Gigi pasar gritando por el pasillo fuera de las habitaciones y me cubro la cabeza con la almohada. Gigi era nueva en el orfanato, solo tenía tres años y las mañanas eran difíciles, cuando querían vestirla salía corriendo y gritando y nos despertaba a todos. Bien. No tenía sentido quedarme en cama ahora. Busco mi uniforme para ir a clases y la mochila que dejé lista la noche anterior. Bajo a comer donde un grupo de diez niños de diferentes edades están atiborrándose de leche y de todo el pan tostado que encuentran.

Como soy de los más grandes (tengo dieciséis) me suelen guardar una tostada aparte de las demás. Así que solo me preparo un café y le pongo huevos. Espero a Remi que camina conmigo al instituto (aunque estamos en diferentes años y clases) y luego salimos de casa. El lugar por fuera luce como una construcción antigua, negreada por el tiempo, algo lúgubre. Pero al menos allí dentro no se pasa frío.

Ninguno dice nada, Remi y yo no somos amigos, no sé si realmente puedas ser amigo de alguien allí dentro, después de todo solo estamos «de paso» o eso se supone. Somos niños prestados. Hemos sido prestados al sistema y solo esperamos a que un dueño llegue a retirarnos del estante. Es una metáfora asquerosa, pero es mejor esa a la de los cachorros abandonados que nos dicen siempre, porque eso de «voy a adoptarte» me hace sentir como un perro. Y los perros me agradan pero no quiero ser uno.

Remi y yo nos despedimos al llegar. Cuando llego a clases me siento junto a la ventana y empiezo a repasar para matemáticas.

Cuando escucho que él llega, me obligo a no mirar.

Y es que es imposible no saber cuando Michael Lars entra al salón. Porque un grupo de personas dicen «Hey, Mike ¿qué tal estás para el examen?», «Mike ¿quedamos hoy después de clases?», «Mike, Tamy te estaba buscando» y un largo etcétera. Por muy cliché que fuera, Michael es el muchacho más popular de la clase. Tiene una sonrisa torcida que ha hecho caer a sus pies a medio alumnado, ojos de un gris extraño que a veces luce más celeste, otras parece que son simplemente transparentes, una mandíbula firme y perfecta y un cabello castaño corto que contrasta increíble con su piel ligeramente tostada. Y es que su piel más natural es blanca, pero pasa tanto tiempo jugando fútbol bajo el sol que ahora tiene un color amielado.

Es alto, fuerte... Michael Lars es el paquete completo y me obligo a no mirarlo porque estoy seguro de que si miro demasiado tiempo sus ojos claros terminaré descubriendo que de verdad soy gay.

No puedes ser gay cuando eres huérfano. Mi vida es lo suficientemente difícil, mi madre me abandonó en una estación de bomberos cuando era un bebé, no tengo padres que vayan a apoyarme al salir del armario (aunque tampoco que me rechacen), no tengo un sistema de soporte y el único sistema que he conocido, «el orfanato»... me echaría si yo fuera gay. Porque hay un motivo por el que las mujeres tienen habitaciones separadas de los hombres y yo comparto cuarto con tres chicos más. Si yo fuera gay... no podrían dejarme en un cuarto con ellos, sería considerado un posible predador (aunque no lo sea), tendrían que enviar un reporte al gobierno y probablemente me pondrían en una correccional mientras buscan un lugar dónde ponerme.

Mi vida ya es lo suficientemente difícil, no puedo ser gay. No puedo mirar a Michael Lars, porque sus ojos están repletos de ponzoña y si me atrapan van a envenenarme. Es peligroso, estoy seguro que una sola mirada suya puede destruirme entero.

• • •

Sé que él está evitando mirarme y me esfuerzo en fingir que no me importa. Que lo que dice Anastacia es muy interesante, que la junta con Rick y los chicos del club de deporte suena divertidísima. Ninguno de ellos puede adivinar lo mucho que me molesta su actitud, ninguno de los que me rodea sabe cuánto me importa su esfuerzo por no verme.

Fiore Smith me saca de quicio. Con su piel demasiado pálida, su cuerpo delgado, su cabello negro, su rostro de muñeca, sus labios esponjosos y rosados y aquellos ojos ambarinos con los que se niega a mirarme ¿Cómo es que nadie se ha dado cuenta de lo increíbles que son sus ojos? Con sus pestañas oscuras parece como si se los delineara y eso los hace destacar más, como si el amarillo pudiera taladrarte. Y quiero que me mire, quiero que me mire obsesivamente, quiero que ponga sus ojos en mí y no los despegue. Sé que quiere mirarme y eso es lo que me molesta ¿por qué no lo hace? Probablemente nadie se daría cuenta, así como nadie nota cuánto lo miro yo a él. Con su espalda curvada sobre un cuaderno siempre garabateando algo, con la sonrisa tan tenue y breve que le ilumina el rostro cuando recibe una calificación.

No necesita decírmelo, su secreto es mi secreto.

Es hermoso y los demás no lo ven, porque no miran más allá de su situación desfavorable. Pero yo lo veo. Cada parte de él, cada movimiento, y si tan solo me mirara podría atraparlo, atraerlo. Porque quiero reclamarlo como mío antes de que alguien más se dé cuenta, porque si Fiore es una flor... quiero ser el único que lo vea florecer.

• • •

Hay un tiempo muerto entre la clase de historia y la de inglés. Unos veinte minutos que se pierden porque el profesor viene desde otro colegio y se tarda en llegar. Damos vueltas por los pasillos, o lo hacen mis compañeros porque yo suelo quedarme en el aula. O lo hacía. Porque hoy se me ocurre ir al baño y es entonces cuando me atrapa. Sus ojos me miran, me toma de la muñeca y no me dice nada. Hay un armario con suplementos escolares en este piso, me empuja allí dentro y cierra la puerta detrás de su amplia espalda.

—Mírame —no quiero hacerlo, va a atraparme, va a envenenarme seguro si lo miro. Pero me toma la barbilla y allí están, sus ojos lucen oscuros hoy, el gris se acerca más al pardo que al celeste. Nunca quise mirarlo a los ojos, nunca quise condenarme de ese modo.

Y es que siempre supe que si lo miraba sabría de inmediato que yo le gustaba tanto como él me gustaba a mí.

—Michael... —quiero rogarle que pare. Pero no puedo cuando me besa.

• • •

Sus labios son increíbles, quiero hacerlos más rojos de lo que ya son, quiero dejarlos hinchados y húmedos. Quiero probar su lengua y le abro la boca para encontrarla. La enredo, la entreno, dejo que su textura áspera y húmeda me dé el placer que tanto he ansiado. Lo arrincono contra la puerta. Mierda. Se siente tan bien, su entrepierna contra la mía. No lo dejo hablar, lo beso, se aparta a respirar y simplemente lo atrapo de nuevo, no quiero que entre oxígeno en su mente, no quiero que reflexione sobre nada, le tomo el rostro con las manos.

—Eres mío, Fiore, mío —apenas me reconozco la voz, me sale a gruñidos. Sus ojos están nublados y responde mis besos. Así que lo consumo más, lo marco más en esa boca que conoce solo mi nombre.

Un ruido afuera indica que el profesor ya viene. Me aparto, me limpio la saliva de los labios.

—¿Y Tamy? —su voz sale ahogada y frunzo el ceño ¿qué tiene que ver mi novia en este asunto?

—Tamy no se enterará de esto.

• • •

No, por supuesto que ella no sabría de esto. Nadie sabría del besuqueo entre el deportista estrella y el muchacho huérfano.

—Martes y jueves, hagámoslo de nuevo, me esperarás aquí —ambos días teníamos este «recreo». Me mira, no es una pregunta, es una orden—. Tú eres mi flor y este es tu invernadero —se arregla la corbata, yo me deslizo por la pared y me siento en el suelo—. Espera un rato antes de salir.

Cuando la puerta se cierra y me quedo solo, puedo sentir el aire pesado. Mis labios aún palpitan al ritmo de los suyos, mi boca aún se embriaga en el sabor de él.

Me odio porque sé que vendré. Cada martes, cada jueves... voy a venir.

Él de verdad es mi dueño.

Y yo soy solo un estúpido chico gay.

Enamorado de su jardinero.

FIN

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