Sujeté su mano fría, intentando olvidar que estaba en coma. La miré con recelo, no quería creer que estaba así. Pero ya habían pasado seis meses, seis extenuantes meses desde que no me miraba con picardía, que no sonreía entre besos, que no me besaba.
La necesitaba tanto, tanto que había sido mi insomnio desde que los doctores la habían recostado en aquella cama, tanto que me sentía vacío cuando salía del hospital ocasionalmente.
Me acerqué a su boca luego de repasarla con mi dedo pulgar y uní nuestros labios sin respuesta alguna. Se encontraban exactamente igual que éstos últimos meses, fríos, secos, y dolorosamente quietos. Las lágrimas se me hacían incontrolables cuando mi boca se encontraba sobre la suya.
-Dale, mi amor, despertá.- Susurré, pero como siempre, nada pasó.
Presioné su mano y acaricié su cabello pero nada de eso sirvió para que emitiera aunque sea un pequeño movimiento.
Dos golpes en la puerta hicieron que desvíe mi atención.
-Valen-Agnes, la hermana de Venus-¿Cómo estás?-se acercó a saludarme y acariciar mi espalda.
-Cómo puedo-sequé mis lágrimas en vano, porque nuevas salieron cuando ella me miró.
-Es horrible que estés constantemente en esto, te vas a enfermar si seguís así, tenés que distraerte.-Habló y sentí venir la ola de palabras que todos me decían.
"Tenés que seguir adelante, aprovechá tu tiempo, a ella le hubiese gustado que disfrutes, va a estar siempre con vos, date tiempo, todo va a mejorar".
Pero nada iba a mejorar, no a menos que ella se despertara, no a menos que volviera a ser el amor de mi vida y no esto, un cuerpo sobre una cama.
-Estoy bien Agnes, quiero estar por si despierta-. Ella me miró como si estuviese loco, pero la miré como si esperase que Venus no despertara y su mirada reflejó angustia.
-Tenés que descansar, andá a tu casa, y vení por la tarde, despejá un rato. Yo voy a estar acá.-Habló y asentí sin pensar. Busqué mis cosas y salí de la habitación.
Mientras caminaba hacía la salida del hospital era consciente de que me dolía la espalda, y me ardían los ojos.
Tomé el colectivo porque no tenía ganas de llamar a alguien para que me pase a buscar. Por suerte había pocas personas.Y de repente vino a mí el recuerdo de como nos conocimos, de como esa mirada se volvió motivo de mis sonrisas.
-No seas pajero, Valentín-gritaban mis amigos mientras que yo tambaleaba a causa del porro que acababa de fumar.
-Tomá, agarralo-le dijo colocando el cigarro sobre mi entrepierna y escuchaba el coro de risas detrás mío.
-Que boludo-. Agarró el porro de mala gana y todos rieron más fuerte. Empezaron a hablar entre ellos y miré un colectivo.
-Me voy nenes, -pronuncié y volvieron a reír. Les hice señas obscenas y subí al transporte público que por ser casi las ocho de la noche, traía poca gente. Me sujeté de donde pude, y aunque había muchos lugares vacíos preferí no ocuparlos.
Entonces fue cuando pasó, me llamó la atención que alguien estuviese leyendo mientras el colectivo se movía, era una chica.
Caminé unos pasos para ver que libro era pero terminé apreciando su concentración en las páginas, obviamente se percató de como la miraba, ella y el resto de los pasajeros creo.
Sus ojos llegaron hasta los míos luego de una especie de inspección que me hacía y la bajó de inmediato cuando se dio cuenta de que mi mirada seguía en la suya.Miré hacia otro lado pero inevitablemente volví hasta ella. Su cabello castaño tenía mechones claros que caían a lo largo, y parecía que acababa de salir del colegio por como estaba vestida, pero ¿qué colegio cierra a ésta hora?
Me miró de reojo y sonreí. El autobús se detuvo y ella juntó su mochila y su campera para marcharse. Pero no, ni siquiera sabía su nombre, entré en desesperación cuando caminó por el pasillo dispuesta a irse. La seguí y cuando estaba por tocar su hombro bajó el último escalón quedando en la vereda, se volteó al mismo tiempo que acomodaba su pelo.
-¿Cómo te llamas?-dije y sonrió.
Y tuve frente a mí una de las maravillas que regala el universo.
Movió su boca pero el colectivo cerró las puertas impidiendo que escuche sus palabras. Intenté abrir las puertas pero ya nos encontrábamos en movimiento. Miré al chófer que manejaba indiferente a todo esto. Corrí hasta el final del colectivo y ver como caminaba elegante para dejarme lleno de curiosidad y desesperación.
Cerré mis ojos y apoyé mi frente en el cristal, rogando que no haya sido un producto de mi imaginación o la marihuana.
Cuando se detuvo frente al edificio donde estaba viviendo bajé intentando recordar como había logrado estar dos noches sin dormir. Subí hasta mi departamento y me recosté en el sillón en la sala principal. No me gustaba venir porque me recordaba lo solo que estaba, la falta que me hacía y que todo me recordaba a ella.
Levanté mi mirada para encontrarme un cuadro con una foto de ambos.
Me puse de pie y caminé hasta mi dormitorio, donde habíamos estado antes de que todo sucediera; todavía seguía su mochila en el piso, al lado de mi escritorio y su campera sobre el respaldo de la silla, justo como ella la había dejado.No quería tocar nada. No quería que su esencia me dejara. Me recosté en la cama y cerré mis ojos sin dificultad para alcanzar el sueño.
Otra vez la veía, caminando hasta donde estaba, sonriendo, pidiéndome que la alcance, pero no podía, corría con todas mis fuerzas pero no llegaba, no podía llegar hasta donde estaba.
Me sobresalté cuando sentí su voz en mi oído, mi nombre en su boca. Estaba transpirando, me senté sobre el colchón y suspiré intentando calmarme cuando me di cuenta de que todo había sido un sueño.
La bronca de no tenerla acostada, durmiendo a mi lado me invadió.
La odiaba, odiaba la forma en la que me había dejado, la tortura que estaba viviendo a causa de su ausencia.
Me puse de pie y tiré todo al piso, gruñí para estampar todo contra el piso. Dejando todo en desorden. Por fin tenía control de algo, las cosas se estrellaban contra el piso y se rompían o rebotaban. Sentía la necesidad de borrar todo, todo lo que había pasado desde hace seis meses.
Sin querer, por impulso, por bronca, sin ser consciente tiré su campera al suelo. Y cuando la vi sobre el resto de las cosas me percaté de lo que acababa de hacer. Mi rabia se aguó para salir en forma de lágrima por mis ojos.
-Perdón, perdón, perdón-. Me arrodillé para acercarme al abrigo y abrazarlo mientras suplicaba perdón a la nada. Ya no estaba, no estaba como ella lo había dejado, como sus manos lo habían colocado sobre la silla del escritorio. Casi se había desvanecido el perfume a coco y flores que la caracterizaba.
Mis lágrimas habían empezado a mojar la tela. Me puse se pie para dejarla donde estaba pero ya no se veía como antes, encendí la lámpara sobre el escritorio y su mochila se iluminó.
La miré de reojo conteniendo mis ganas de tocarla, pero ya me encontraba sentado analizando si debía tocarla o no.
Una vez que mi mano estuvo tan cerca como para tocar el cierre, la atraje hasta mí para abrirla. Suspiré consciente de lo desesperado por un recuerdo que estaba.
Comencé a sacar las cosas que había dentro, una pluma blanca, una cinta enredada, había un paquete de gomitas con forma de osito, unas lapiceras sueltas junto a un libro viejo, aparentemente de poemas, y uno de romance, bastante marcado y un cuaderno de tapa negra, lo abrí y me detuve a apreciar la primer página en blanco; la pasé y vi su letra sobre los renglones de la segunda hoja. Su letra. Dejé las otras cosas de lado y me centré en el texto.
"Siempre he creído que es absurdo escribir sobre uno mismo pero desde que lo vi, siento la necesidad de hacerlo...