Su día había sido una reverenda mierda. Se despertó tarde porque la alarma estaba desactivada, por lo cual llegó tarde a su trabajo. Su jefe le gritó en medio de la oficina, dejándolo en burla frente a sus compañeros de trabajo.
Se había manchado el pantalón con café cuando fue la hora del almuerzo, quedando con una gran mancha durante el resto del día, la impresora de la oficina decidió quedarse sin tinta justo cuando iba a sacar un reporte que su jefe le había mandado, así que tuvo que salir para ir a la librería más cercana, que por cierto le pertenece a los padres de su ex, y no era como si los señores lo odiaran, estos siempre lo habían tratado bien; el problema fue cuando llegó y vio a su ex atendiendo.
—Oh, Yoongi—levantó la mirada para encontrarse con aquella sonrisa que se parecía a un conejo.
—Jungkook—susurró, la vida sí que lo odiaba—. Cuánto tiempo sin verte—sonrió de forma forzada, estaba incómodo.
—Ya sabes, estaba de viaje y… —el sonido de la puerta que se encontraba al lado del mostrador, se hizo notar. Por esta pasó un rubio, un poquito más alto que él.
—Amor, encontré la tinta de repuesto… Oh, Yoongi—hubo una pequeña pausa cuando el recién llegado notó la presencia del pálido—. ¿Cómo estás?
Yoongi no podía más con su maldita vida, ese día quedará marcado como el peor de su existencia.
—Muy bien Jimin—le sonrió al rubio, para después darle una sonrisa a ambos—. Me alegra que sigan juntos—dolía como los mil demonios. Había pasado un tiempo, pero ese tipo de traición era algo difícil de superar—. En fin, necesito que me saques esto, por favor—habló, dirigiéndose al castaño—. Y que sea rápido.
En fin, habían pasado un par de cosas más luego de eso, pero su mente se encontraba tan cansada que decidió borrar aquellos detalles que sólo le causarían más estrés. Pero ahora se encontraba camino a su hermoso departamento para estar… Solo.
Según Jin, el único amigo que le quedaba, debería salir, ir a beber un poco en un bar que hay por la zona, darse un revolcón con algún desconocido, lo típico, algo rápido sin nada de compromisos de por medio. El único problema era que él no podía. Sus habilidades de socialización habían muerto hace un tiempo, además que el trabajo lo consumía demasiado, y su jefe era la persona más perfeccionista que había conocido lo que llevaba de vida.
Suspiró. La calle por la cual estaba caminado estaba vacía. Observó su reloj, eran las 11:54, por lo cual el frío estaba en su punto máximo, por lo cual, lo que llevaba puesto no lograba abrigarlo como corresponde. Siguió caminando hacia aquel edificio de sietes pisos en el que vivía. Las luces de la entrada eran tenues, daban la luz necesaria para notar por donde pisabas y es que, había un escalón por el cual muchos habían caído. Entró, el cambio de temperatura fue intenso, su cuerpo tomó más calor.
—Uh—momento difícil, miró las escaleras para después observar el ascensor—. Da igual, estoy cansado—pensó en voz alta, él había creado el hábito de subir las escaleras para mantener su físico, que no ir al gimnasio o hacer ejercicio pasa factura, y eso lo podía decir por aquella pancita que tenía.
Llamó al ascensor, al ser tan tarde este no demoró mucho en bajar, al menos algo bueno en su penoso día. Entró sin pensar en nada más.
Bien, estar en un ascensor a esas horas de la noche, lo hacía sentir un poco incómodo. Todo estaba tan callado que le daba un toque aterrador. Decidido a ignorar ese sentimiento, marcó el número del piso en el que vivía, el cual era el último. Todo iba normal, hasta que un paro en seco del ascensor en el piso 6 lo hizo asustar.