Al filo del mediodía, los jóvenes maestros estaban cansados, pues habían viajado muchos días desde su encuentro con el samurái Zen y su gigantesco y amable hermano Garg. Su único pensamiento ahora era el encontrar un buen sitio donde dormir y asearse, y conseguir comida para el día y para aprovisionarse en su jornada.
Avistaron una pequeña ciudad, cercana a un río muy grande, y decidieron detenerse en ella para adquirir sus provisiones y poder comer y descansar. Dejaron sus pertenencias y a Appa ocultos fuera de la cuidad, y se vistieron con sus disfraces de la Nación del Fuego, por si acaso. Y tuvieron razón, pues se trataba de una colonia de la Nación del Fuego, donde no tardaron en encontrarse con anuncios de la recompensa ofrecida a quien los entregara vivos o muertos. Aún así, era tanta su hambre y su cansancio que decidieron arriesgarse.
— ¡Hey chicos miren allá! — gritó Sokka señalando un pequeño y silencioso lugar —. Ese lugar me parece tranquilo.
— Sí... demasiado tranquilo — replicó Katara con desconfianza.
— Iré a ver primero — se ofreció Zuko —. Me aseguraré de que no haya riesgos.
Zuko miró con cuidado dentro del lugar, que parecía una posada mal iluminada por pequeñas lámparas de aceite y un par de antorchas a los lados de la puerta. Había pocos parroquianos, y parecían metidos en sus asuntos, o sea, en beber y dormir de bruces en la mesa. Cuando Zuko se disponía a salir, fue levemente empujado por una persona muy extraña, al parecer bastante ebria, y cuyo rostro quedaba oculto bajo un gran sombrero y la semioscuridad del lugar.
— ¡Huy! L-lo shieeento, lo shiento musho cab-allero (hic) — se disculpó el hombre con Zuko, y continuó su desvariado andar hasta la mesa más apartada, donde lo esperaban otros tres hombres que lo recibieron con vítores, aunque estaban visiblemente ebrios también.
— Vaya — dijo Toph entrando, seguida de los demás —, esto se animó de repente. Vamos a sentarnos, ¿Sí?
Se sentaron cerca de una pequeña puerta, que dedujeron llevaba a la cocina, y desde donde podían ver la mesa de los cuatro ebrios, en la cual el del sombrero se había levantado a cantar y bailar, parado sobre la mesa y haciendo equilibrios sobre los tarros de los otros, que se lo festejaban con risas y aplausos. Los demás chicos se fijaron entonces en la estrafalaria apariencia del cantante: Era un chico más o menos como Sokka, calzaba sandalias diferentes en cada pie, llevaba los pantalones enrollados en las piernas como si fueran turbantes, su cuerpo llevaba encima los restos de dos chaquetas diferentes cosidas con un grueso cordón, y llevaba encima una especie de mantón sucio y muy remendado, a manera de capa. Aunque se movía peligrosamente sobre la mesa, se las arreglaba bien para mantenerse en equilibrio. En un momento dado, miró hacia la mesa donde estaban nuestros amigos.
— Grashias... grashias, (hic) mi público — dijo a los que lo acompañaban —. Y ahora (hic) cantaré una linda canshión a lash sheñoritash de (hic) aquella mesha... eshperando que sus (hic) acompañantesh no she ofendan...
Dicho eso, baj'+o de un ágil salto de la mesa, sin caerse, y comenzó a cantar más suavemente que antes, aunque arrastrando las palabras. Entre cada estrofa se acercaba más y más a la mesa de nuestros amigos, hasta que llegó con ellos y en momentos los abrazaba, y les decía lo mucho que los quería. Por fin, terminó la canción y con ella la actuación del extraño sujeto.
— ¡Bueno amigosh míosh, nosh veremosh otro día! — les dijo a los presentes sin dirigirse a nadie en partivular, pero los que estaban con él en la mesa lo despidieron con alegría. En eso llegó el encargado a preguntar a los chicos lo que deseaban comer y beber.
— Esperen chicos — dijo Aang —. Creo que debemos ver primero cuánto tenemos, para no pasarnos y poder comprar las provisiones.
— Bien pensado Aang — apoyó Katara —. A ver Sokka, ¿cuánto tienes?

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Avatar, la leyenda de Aang: el ladrón sin nombre
FanfictionEl Avatar y sus amigos arriban a una pequeña ciudad perteneciente a la Nación del Fuego. Para pasar desapercibidos, entran disfrazados como aldeanos de la misma, pero al intentar comer algo en una posada, son despojados de su poco dinero y sus poses...