Nuevo comienzo.

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Eran alrededor de las siete de la mañana cuando en alguna pequeña casa de color blanco se oyó el ensordecedor grito de una mujer que parecía sufrir de graves dolores. Se trataba de una mujer castaña que apenas se removía incómoda entre las sábanas, pues las contracciones que padecía cada vez eran más fuertes.

Con algo de fuerza movió a su esposo, pues apenas podía reaccionar del grito que su mujer había pegado con tremenda fuerza, ocasionándole un gran susto.

—Des, Des, el bebé va a nacer. —Hablaba con dificultad mientras que el mencionado apenas lograba ponerse de pie, tambaleante, pues su mujer le había contagiado algo de su desespero.

—Voy Anne, voy. —Sacudió su rostro mientras que buscaba entre su armario algún abrigo para poder entregarle a la mujer, afuera hacía frío y no quería que la castaña enfermar, así que se apresuró y pronto tomó el más grande que vio, dándose la vuelta y tomando entre brazos a la más pequeña, colocándoselo con delicadeza pero con velocidad.

—Des, no creo aguantar mucho, cielo, date prisa. —Se quejaba audiblemente mientras su esposo la tomaba en brazos y salía deprisa de la habitación, cogiendo las llaves del automóvil y finalmente desalojando el cálido sitio, acomodando a su mujer en el asiento del copiloto.

—Resiste Anne, resiste. —Se apresuró a llegar al lado del conductor, abordando el auto y arrancando, acelerando lo más que podía.

—Des, cielo, por favor, no tan rápido. —Mencionó la castaña, hiperventilando mientras trataba de concentrarse. ¡Estaba por realizar el milagro de la vida en el automóvil mientras su esposo manejaba a toda velocidad! Poco le importaba ensuciar el auto, pues realmente quería mantener la calma, misma que le estaba haciendo falta a su esposo.

—Cielo, estás por tener un bebé, no puedo estar tranquilo, dime, ¿te duele mucho? —Se detuvo en un semáforo, ansioso. Su hijo estaba por nacer, su ángel estaba por nacer y no podía demorar un minuto más para llegar al hospital, le urgía. —Verde, por favor, verde... —Murmuraba entre dientes.

—Cielo, tranquilo, no debes de preocuparte, voy a estar bien. —Hizo una mueca de dolor, pues aunque no quisiera admitirlo, realmente le dolía bastante aunque prefería mantenerse tranquila ya que de nada le serviría alterarse más si su esposo conducía como loco.

Al poco tiempo, ambos legaron finalmente al hospital. El hombre bajó del auto y se acercó corriendo a la sala de emergencias, en busca de alguna enfermera que lo pudiera atender, y casi como si fuera magia, una de ellas logró notar su desesperada presencia.

—Buenos días caballero, ¿en qué puedo ayudarlo? —Preguntó amablemente, llamando la atención del contrario.

—Buenos días señorita, estoy buscando alguien que me ayude, mi esposa está en mi auto y está por dar a luz a nuestro hijo, quisiera pedir una camilla, si no es mucha molestia, por supuesto.

La joven noto su desesperación y con una sonrisa asintió, acercándose a la recepción y pidiendo una silla de ruedas. —Mire, no tengo camillas disponibles pero estoy completamente segura de que una silla de ruedas puede funcionar.

El mencionado asintió con una sonrisa, y con paso presuroso salió del lugar con la silla de ruedas, corriendo lo más rápido que podía. Cuando estuvo lo suficientemente cerca del auto, específicamente del lado del copiloto, abrió la puerta y con delicadeza sacó a su mujer del auto, colocándola suavemente en la silla de ruedas.

—Falta poco cariño, aguanta un poco más. —Mencionó el castaño, buscando de alguna manera ayudar a su mujer.

—Des, nuestro bebé será un ángel, el más bello que hayamos visto. —Se quejaba mientras hablaba, pues cada vez iba resistiendo menos.

Cuando la de pelo oscuro se hubo acomodado en la silla, con velocidad comenzó a caminar hacia el interior del hospital, empujando con algo de fuerza la silla. La enfermera que previamente lo había atendido lo guió hasta un cuarto.

Lo que pasó dentro de la habitación cambió de manera brusca el ambiente del exterior, pues de la brillante y bella mañana que había, todo quedó completamente a oscuras, sin rastro alguno de luz. Probablemente todos los que se encontraban fuera se percataron de ello, y es que cuando finalmente el pequeño ángel de Anne y Des Styles hubo abandonado el vientre de la mujer, todo el equilibrio en el sistema solar se perdió.

Casi lo mismo había ocurrido dos años atrás, pues las estrellas en un punto dejaron de aparecer al igual que la luna, pero nadie —o casi nadie —lo notó.

El exterior lucía sombrío, casi como si fuese de una película de terror, y todo el personal del hospital tanto como la gente habían quedado aterrorizados y pasmados ante aquello. Bastaba usar un poco de imaginación para decir que aquello se asemejaba a un foco fundiéndose aunque claramente no era tiempo de bromear porque en realidad estaba sucediendo, el sol se “había fundido”, por no decir que literalmente desapareció.

El pánico comenzó a invadir rápidamente a las personas; no había sol, no había luz, nada se podía ver. Los gritos llegaban al interior del hospital, causando revuelo entre las personas, principalmente en aquellos que podían escuchar todo con claridad.

La luz del hospital era lo único que alumbraba a quiénes más cerca se encontraban, provocando aún más terror entre aquellos que caminaban por los pasillos del lugar. Nada iba a ser igual, y mientras más se esparcía el pánico en todo el mundo, todo iba a empeorar.

Niños benditos con el poder del amor y con el poder de equilibrar, devuelvan el orden y restablezcan la paz en un mundo gobernado por tiranos.

Todos debían preparase a lo que estaba por llegar.

Moon and sun [L.S.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora