Cuentos y Locuras de un Escritor Delirante

El Espectador

   Aún cuando todo se había acabado el seguía allí, disfrutando ver a todos morir. Como aquella vez que a la reina vio ser asesinada.

   El siendo sólo un niño ya había sufrido más que cualquiera.

  Era la mañana de la coronación, su madre, la reina, estaba lista para cederle el trono. Él se había estado preparando por años, listo para cumplir su rol.

  Los comensales iban de a poco llegando. Lady Elisa,  Lord Rick, Lord Dannyl y su amante, Thomas.

  La reina contemplaba su vestido en la habitación. De arriba hacia abajo con su mirada recoría el reflejo.

<<Me veo hermosa>> Pensó ella.

Su ego era demasiado grande, tan grande que podría explotarle la cabeza.

  Sus invitados se regocijaban con el banquete, todo tipo de comidas se servía. Platos dulces y salados. Todas delicias preparadas por el mejor cheff

  En los jardines un jardinerogustoso cantaba mientras podaba.

"Señor líder, señor líder ¿Donde está? ¿Como va?

Perderá la cabeza, perderá la cabeza.

Duerme ya, duerme ya..."

  El joven observaba todo desde un ventanal de la torre, podía observar el cuarto de su madre, los jardines, el salón.  Se estaba preparando para ser coronado. Pero la idea de reinar lo aterraba,  la idea de tener poder y no saber que hacer con el, no estar seguro de como manejarlo...

"Monta el arma, monta el arma

A matar, a matar.

Perderá la cabeza, perderá la cabeza

Duerme ya, duerme ya. "

  El asesino ya había apuntado a la cabeza de la reina. Quitándose el disfraz, tirando el machete a un costado presionó el gatillo.

  El pobre niño pudo ver el rojo teñir las paredes del cuarto de su madre.

Los guardias oyeron el disparo y se dirigieron al jardín. Pero ya era tarde, el inoscente jardinero, no se sabe por qué,  se disparó al pecho.

El sólo podía observar, desde lo alto. Y allí se quedó.

Fue coronado. Pusieron el poder en sus manos.

Ya tenía el poder en sus manos.

En lo alto de la torre permaneció. Observando a cada uno morir, por su puño de oro y plata, por el poder que ellos mismos le habían conferido. Gozando con dulces y mortíferas carcajadas.