Para Christophe, un mal día era tan sólo un granito más en el castillo de arena semiderruido que consideraba su vida. Fue a clase después de una pelea con su madre, le castigaron en el colegio por pegar a otro niño y, al volver a casa, tuvo otra pelea y se fue de allí en cuanto terminó de comer. No entendía por qué su madre no podía haberle dejado en Francia aunque no tuviesen familiares cercanos allí: le hubiese dado igual ser un chico de la calle con tal de ahorrarse aquella rutina tan agotadora.
Tenía que vivir en un pueblecito de Colorado que no le gustaba nada, adaptarse a un idioma que todavía le resultaba un desafío e intentar hacer amigos sin éxito alguno. Para colmo, tenía que aguantar el tipo cada vez que tenía que pasar más de cinco minutos en la misma habitación con una madre que no le quería.
Había llegado un punto en el que tenía asumido que su vida estaba destinada a ser así y que era estúpido tener expectativas de mejora. ¿Qué expectativas podía tener si su madre ya le dejó claro que debería haber muerto antes de nacer?
Sólo había una cosa que ayudaba a Christophe a despejarse y a pasar los días con un relativo buen humor, y era cavar. Siempre le había fascinado jugar con la tierra y hacer pequeños agujeros en los que esconderse. Ahora, estaba probando a hacer más de un agujero y tratar de conectarlos bajo tierra: se servía de un mechero para alumbrarse y de su pequeña pala de jardín para abrirse paso. Al terminar, se encendía y fumaba un cigarrillo (aunque acabase tosiendo) y contemplaba aquella obra que sólo él disfrutaría, orgulloso. Era consciente de que era un talento, pero no le interesaba compartirlo ni presumir de él.
Como cualquier otro día, el muchacho había ido a un descampado no muy lejos de su casa a cavar. En su jardín se había quedado ya sin espacio, y había comprobado que los vecinos se enfurecían si cavaba en sus patios. Más de uno le había empezado a llamar, despectivamente, "el niño topo".
Por esta razón, había decidido adoptar como área de juego aquel descampado. A veces, otros niños iban allí a jugar, pero por lo general no se acercaban a Christophe. Más que nada, porque el castaño respondía a sus preguntas o de forma muy misteriosa o agresiva sin razón aparente, y los jóvenes se terminaban asustando. Era como un elemento más del descampado al que nadie se atrevía a acercarse demasiado. De todos modos, y habiendo más lugares en los que jugar, tampoco era una gran pérdida cederle a aquel niño francés ese "territorio".
De hecho, justo cuando Christophe llegó, había dos jóvenes jugando con una pelota que se miraron y retiraron en cuanto vieron la mirada hostil que les dedicó el castaño. Uno de ellos murmuró algo entre dientes: "niño topo". Otra vez aquel mote que, aunque al francés no le molestaba, le intrigaba.
Una vez tuvo el descampado para él solo, buscó con la mirada sus agujeros previos. La mayoría estaban tapados o llenos de hojas o bolsas de patatas fritas y chucherías que otros niños habían aprovechado para tirar allí. Christophe no tenía interés en ellos: a él solo le importaba que dejasen sus túneles despejados. De la basura se encargaría si llegaba a estorbarle.
Tras sacudir la cabeza y murmurar un par de improperios en francés, comenzó a cavar un nuevo agujero. Tenía pensado pedirle a su madre una pala en condiciones, pues la de jardín le empezaba a parecer pequeña para los proyectos que tenía en mente (túneles más largos y mejor cavados, que no necesitase tanto esfuerzo para remover la tierra). Lo único que le gustaba de aquella pala era su color negro, que el muchacho opinaba que le pegaba bastante.
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Take my hand
Short Story"When I die I want you to die, too Not try to stay in this all In a dimension without you, spit on this planet without you I envy you because you can believe in things like I never could" Of Montreal - We Will Commit Wolf Murder