En los comienzos del siglo XV en la Grecia Victoriana, la gente estaba muy apegada a las antiguas tradiciones, y su aspecto no era para nada como el de ahora. Se vestían con tapados de seda fina y de distintos colores, casi todos estaban acostumbrados a usar capa y cinturón con espada – los que eran de la alta nobleza –, y se podía andar a caballo por todas partes, casi sin restricciones, incluso habían monaguillos que limpiaban su estiércol. Tener relaciones carnales en público no era un delito moral, el matrimonio entre hermanos no estaba proscripto, y la muerte era algo muy común. Una vez que a alguien se lo declaraba culpable de un delito, se le sentenciaba a muerte públicamente. Ahorcado, decapitado, incluso atado a un poste y quemado, como a las brujas en la época de la Peste Negra.
En el ámbito cultural, las fiestas religiosas eran el momento más preciado. Una vez cada tres meses, a plena luz del atardecer, toda la capital ateniense se reunía en el Predio Ancestral y rendían culto al gran Dioniso, dios del vino, Atenea, diosa de la sabiduría, el nacimiento de Afrodita, la mujer más bella de la Tierra y diosa del Amor, la crucifixión misma de Jesús de Nazaret.
En tres días sería el momento de la caída de Troya. La ceremonia iba a ser a las puertas del Partenón, el mayor monumento de la capital griega, que existe desde las primeras civilizaciones, o al menos lo que queda de él desde que el ejército romano invadió la ciudad.
Nadie habitaba aquel monumento, o al menos eso creían los transeúntes. De vez en cuando, muchos afirmaban que habían visto algo, pero en la mayoría de los casos fue solo una ilusión. Pero es verdad. El Partenón está habitado por Solom Morom; un hombre de la estatura de un niño de más o menos ocho años –aunque tiene treinta y cinco –, pelo marrón claro, ojos azules y una notable barba.
En pocas palabras, era un enano; pero lo que lo diferenciaba de los otros enanos era su fuerza sobrenatural. Todas las tardes, antes de ponerse el sol, levantaba un escombro de media tonelada y lo llevaba aparte hacia el acantilado, que desembocaba en el Río Miscenas. Lo hacía para regresarle al monumento la belleza que en algún pasado remoto tuvo, y durante todo el día permanecía oculto donde ningún mortal pudiese encontrarlo. Posiblemente era porque si la ciudad se enteraba de su existencia lo ejecutarían simplemente por su anormalidad.
Por otra parte, actores y actrices de todo el continente estaban llegando para la gran función. Elencos de Italia, Argelia, Egipto, y África del Norte. La primer familia en tocar puerto fueron los Gimaud. Roberto era el artesano y director, la Georgette, su esposa, se encargaba de los disfraces, y sus tres hijos, Jean Claude, Mance y la hermana mayor, Gemma, los actores.
Se detuvieron en la plaza y despacharon la mula.
–Vengan conmigo. Tenemos que armar el escenario –dijo Roberto.
Toda la familia se puso a trabajar, pero Gemma se sentó en una banquilla cercana mirando el cielo, con una copia de la Sagrada Biblia en la mano.
–¡Gemma! –la llama su padre empezando a armar la imitación del caballo que usaron los griegos para engañar a los troyanos y entrar a la ciudad – Mance, dile a tu hermana que venga a ensayar su papel. Tenemos que estar listos para segundo día – le ordena al menor de todos.
–Ya lo sabe, padre. Estuvo practicando todo el viaje.
–Bueno, la quiero escuchar.
–Pedíselo a Jean.
–Oye, ¿por qué a mí? –se queja el segundo hijo dándole un empujón.
–Dijimos que nos turnaríamos para tomarle lección. Yo ya lo hice como cincuenta veces; ahora es tu turno.
–¿Sí?, pues estoy ocupado.
–¿Haciendo qué?
–Alimentando a Cordeña – mintió cuando lo que en realidad hacía era comerse un paquete entero de malvaviscos mientras la mula de quince años gemía de inanición.
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LA PRINCESA Y EL ENANO
FantasySolom Morom es un enano con una fuerza sobrenatural que durante un festival sagrado en la Grecia medieval conoce a la mujer de su vida, y a partir de entonces su vida dará un giro entre el amor, el odio y la codicia.