Nezuko acarició la cabeza de Zenitsu, de esa manera en que siempre hace con todos.
Entonces su mano resbaló y por alguna razón se quedó reposando en su mejilla.
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Probablemente había sido un desliz.
Sí, seguramente era un desliz.
La mano de Nezuko había acariciado su cabeza alegremente, como siempre lo hace con todos, dejando que el color rojo se apoderara de la cara de Zenitsu, que de por sí era bastante débil a los afectos de cualquier chica, dejándolo tartamudeando incoherencias.
Entonces la mano de Nezuko se resbaló y se produjo el desliz.
Su mano se resbaló del rubio ligero de su cabello hasta acariciar con los dedos, cuidadosa de no herirle con sus largas uñas puntiagudas, ese corte cuadrado en la punta de un mechón más oscuro de amarillo, quizás naranja. Entonces su mano suave, pero con la fuerza escondida de un demonio dentro, se quedó reposando en su mejilla y él calló abruptamente.
Los ojos rosados de ella le miraban con intensidad, su cara en una expresión seria y Zenitsu sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Por más estúpido que sonara, podía escuchar en el pequeño cambio de su respiración, en esa minúscula arritmia en el corazón de Nezuko, que lo estaba viendo a él en ese momento.
No a un miembro de su familia muerta, no a una ilusión de un humano al cuál debía de proteger de otros demonios.
Nezuko lo estaba viendo a él, Zenitsu.
Zenitsu con la cara roja y sudor en su frente. Zenitsu de los cabellos rubios y una expresión avergonzada. Zenitsu, que trabajaba como un cazador de demonios y aun así no podía dejar de sentir miedo o de llorar por ello. Zenitsu, que era más débil que Nezuko e infinitamente patético.
Pero por alguna razón, lo único que pudo encontrar en la mirada de ella, fue una secreta admiración por él.
Y en el brillo de sus ojos, creyó ver un susurro de afecto que lo dejó completamente mareado.
Las palabras, que usualmente salían a mil por hora, se secaron en su garganta. Ella tildó su cabeza curiosa y su pelo, largo y negro, se movió con ella.
La única pregunta dentro de su cabeza era: ¿Qué estaba pasando?
No fue tan afortunado como para responderla por su cuenta o para analizar la decisión de preguntarle a ella que sucedía, cuando la voz de Tanjirou les llamó, sus palabras inentendibles para su mente confusa y un nuevo brillo de reconocimiento y afecto familiar alumbró los ojos de Nezuko.
Su mano que reposaba tranquila y calentita en su mejilla, se separó de ella, dejando atrás un vacío helado al tiempo que parecía sonreír por detrás del bozal y se iba trotando ligeramente para saludar a su hermano.
Zenitsu agradecía y maldecía a la vez la intervención de su amigo. Por una parte, no sabía por cuánto tiempo más podría haber seguido con este juego mental, más a la vez, muy dentro de él, deseaba que nunca se hubiese terminado.
Que la mano de Nezuko se quedara inmóvil eternamente en su mejilla, que sus ojos grandes, tiernos e indudablemente demoníacos se quedaran viendo los suyos hasta que algo dentro de su cabeza resonara con aquello y pudiese encontrar el por qué le miraba de esa manera. Que la distancia entre ambos se hubiese acortado hasta que sus narices hubiesen chocado y pudiera verse reflejado en sus preciosos ojos para saber que tipo de expresión tonta estuvo haciendo durante todo el intercambio. Tal vez acercarse más. Un poco más. De ser así, hubiese plantado un beso fantasma por arriba del verde de su bozal.
Sin embargo, nada de eso pasó y dudaba, tomando en cuenta todas las fallas de su personalidad, que aquello hubiera tenido la posibilidad de pasar.
Y ahí estaba Zenitsu, inmóvil, con sus pies plantados en el suelo y la respiración pesada mientras sudaba.
Y ahí estaba Nezuko, esperándolo unos metros más adelante para ir a con su hermano.
La noche, fría y oscura como solían ser todas las noches, pareció conmoverse silenciosamente de él.
Los ojos cafés, medio amarillos de Zenitsu le miraron arduamente, intentando descifrar si lo que acababa de pasar no había sido más que una ilusión. Nezuko le miraba de vuelta, con una inocencia confundida ante su reacción.
Entonces Zenitsu suspiró, dejando ir sus nervios, su asombro y todo lo que pudo haber estado sintiendo y que era muy cobarde para reconocer. Con una sonrisa, la siguió hasta donde los esperaba Tanjirou, con unos onigiri para comer antes de irse a dormir y seguir con su camino.
Los cabellos rubios de Zenitsu se movieron cuando negó con su cabeza mientras caminaba y tranquilizaba el latir de su corazón constantemente nervioso.