Steve Rogers no descubre que gusta de Tony Stark de la mejor manera.No sucede con el romanticismo de los viejos libros, ni con la sosegada sensualidad de las canciones en su época. Su amor no surge de una sonata que él, de pronto, escucha a media noche para finalmente darse cuenta de que todo este tiempo ha estado terrible e irreparablemente enamorado, como jamás lo estuvo antes.
En realidad lo descubre con el pavor que despierta una tragedia; con el sudor que lo empapa a mitad de la noche después de una pesadilla que se supo real. Steve cae en la cuenta de lo que ocurre y se siente como la peligrosa llama de una hoguera.
Porque Tony está hecho de muerte.
—No deberías estar aquí, Rogers —dice el magnate, tirado sobre los azulejos de su costoso baño.
Está agotado, el capitán lo sabe. Después de pasar toda la noche bebiendo botellas enteras de alcohol en la soledad de su habitación, y el resto de la madrugada con la cabeza enterrada en el inodoro, ésa es la única forma en la que todo podía terminar.
No hay remedio para un hombre como él.
—¿Vas a ponerte de pie pronto?
—Tal vez en una hora, o dos.
Steve tuerce los labios en una mueca de desaprobación, contemplando el masculino cuerpo que yace frente a sus ojos. Pocos botones quedan que puedan cubrir su pecho y, con éste, el irreal azul del reactor que es su corazón.
—Levántate, Stark —pide firmemente—. Debes descansar.
—No quiero hacerlo.
—Te llevaré a la cama.
Tony se sonríe con satisfacción, ebrio como lo está.
—¿Desde cuándo, capitán, tenemos esta confianza? —pregunta, recargándose en sus codos para verle a la cara—. No recuerdo haberte dejado entrar.
—Jarvis dijo que estabas aquí y pensé que podría ayudar. —Rogers le tiende una mano—. Es tarde, Tony.
El aludido observa los largos dedos con total desconcierto, pues no es capaz de comprender lo que el gesto, más allá de ayudarle a ponerse de pie, significa. Tiene una sospecha, ligera y complicada. Y ésta toma la forma de un ardor en la punta de sus dedos cuando acepta el contacto de sus manos y el capitán tira de su brazo suavemente. Se tambalea al principio, sus pasos son trémulos y cree, casi asustado, que terminará por caer de espaldas en su bañera. Pero el otro, héroe de su infancia, lo sostiene en un abrazo que le impide perder el equilibrio. La vida no le alcanzaría para aferrarse —con dientes y uñas, con corazón y alma— a la calidez inesperada que surge de la mera cercanía. Es extraño y lo embriaga un poco más; lo seduce.
Tony Stark no descubre que gusta de Steve Rogers de la peor manera.
No ocurre en el silencio en que dos miradas se encuentran, la una a la otra, y sin decirlo dan por sentado que eso, lo que está y es, pero no pueden ver, sino sentir, simple y llanamente está fuera de su alcance. No es una fatalidad, no una guerra perdida. Es la paz tras la batalla. La serenidad que encuentra ya no en el trago amargo del whisky, pero en la presencia de alguien que le enseña que no está solo.
Y por un instante, cuando los labios de Stark acarician dulcemente el cuello de Rogers para agradecerle por estar ahí, por sujetarlo cuando ni siquiera él mismo tiene la fuerza para hacerlo, se contagian. Se hacen bien.
Porque Steve está hecho de vida.
NOTA
Esta historia está basada —y quizá transcurre— en el universo 616, pero no en algún momento o cómic específico. Tony tiene problemas de adicción, Steve quiere ayudarlo. Probablemente los Vengadores apenas se han formado y ellos dos no se conocen tan bien. Quería relatar el posible instante en el que ambos entienden qué es lo que sienten el uno por el otro. Oh, y el título es por la fecha en la que se publicó The Avengers #4 (marzo de 1964), el cómic en donde Steve y Tony se conocieron por primera vez.¡Muchas gracias por leer! Todo comentario y voto es bien recibido.