Deux

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Eran las cinco y cincuenta y ocho apróximadamente

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Eran las cinco y cincuenta y ocho apróximadamente. Yo estaba de píe frente a mi armario tratando de ver que me pondría para la dicha pelea de hoy, no me pondría un vestido ni loca, asíque opté por lo de siempre. Unos jeans negros rasgados, una remera pegada blanca, unas vans negras y mi campera de cuero negra.

Después de bañarme procedí a vestirme, eran las siete y veinte, y yo estaba dándole los últimos toques a mi maquillaje, me pinté los labios de un rojo no tan intenso y me miré al espejo.

Llegamos a aquel lugar y nos adentramos a él, habían personas besándose, otras apostando, otras coqueteando, había de todo la verdad.

—¿Quieren alguna bebida? —preguntó Chaira.

—No gracias. —Dije negandome.

—Yo sí—Dijo Bianca—Traeme lo que quieras. —contestó antes de que Chiara preguntara.

Bianca y yo nos quedamos solas mientras la peliroja iba por las bebidas de ambas. Yo seguía mirando a mi alrededor algo malumorada, literalmente había sido obligada a venir acá.

—Iré a ver por qué tarda tanto Chiara—dijo mi amiga tras ver que después de casi diez minutos esta no regresaba.

Yo asentí y decidí buscar los lugares asignados para las tres.
La gente seguía entrando al local, sí, era en un local la pelea, supongo que era para ser más discretos, no lo sé.

Me rendí al no encontrar nuestros lugares, asíque decidí ir a buscar a ambas chicas. Caminé entre la gente un poco incómoda y enojada.

Retrocedi un poco ante el impacto de aquel cuerpo contra el mío, levanté la vista y ahí se encontraba un chico, parecía un año mayor que yo, ojos azules intensos, cara perfecta, pelo castaño, era todo un dios griego.

—Mira por donde vas, rubia—mencionó enojado.

Pero un completo imbécil, como todos, bufé.

—Ten cuidado tú, imbécil.—dije con sorna.

—¿Cómo me llamaste? —preguntó incrédulo.

—Además de idiota, ¿sordo?—volví a usar el mismo tono en mi voz.

—Repítelo, rubia—tensó la mandíbula.

—No seguiré perdiendo mi tiempo contigo.—odiaba decir las cosas dos veces y con este idiota no sería la excepción.

Lo miré por última vez y pasé por lado tratando de irme a buscar a las idiotas que tenía de amigas, pero una mano me lo impidió. Aquel chico había agarrado mi brazo con fuerza haciendo que yo me detenga.

—Dije que lo repitieras—se acercó a mí.

—Y yo te pregunté si eras sordo— imité su acción mientras volteaba para mirarlo.

Brillante Oscuridad ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora