capítulo único

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Primera vez.


Hacia un año desde que había sido rescatado. Los recuerdos de aquella noche oscura, impía y desolada se hacían más borrosas día con día. Ya no eran necesarias semejantes remembranzas, y más cuando cada nuevo momento apremiaba a ser conservado para siempre.

La primera vez que se compró ropa a su gusto, la primera vez que se dejó crecer el pelo a sus anchas, la primera vez que pudo levitar una manzana, la primera vez que se rio a carcajadas.

Tantas primeras veces que atesorar porque significaban vivir, empezando desde cero.

Algunas primeras veces eran júbilo total, y otras primeras pequeñas derrotas.

La primera vez que volvió a Pickett púrpura, la primera vez que tuvo una pesadilla y fue consolado, la primera vez que estalló la cocina al preparar sopa. La primera vez que gritó lo que calló durante años, la primera vez que maldijo, la primera vez que su nueva libertad de elegir lo hizo algo berrinchudo y malcriado.

Primeras veces buenas o malas, todas lo hacían cambiar. Lo hacían florecer. Ese joven desaliñado y temeroso a su sombra a un hombre irreverente, valiente y despeinado. Y lo mejor, no estaba solo en cada uno de esos nuevos y primeros momentos.

Newt estaba con él como un centinela de sonrisas mansas y ojos chispeantes. Él le enseñó sus primeras pociones, guio sus primeros paseos por la nostálgica Londres y le descifró el calor del primer abrazo. Newt en sí, era una primera vez constante. ¿Era eso posible siquiera? Una primera vez interminable, porque cada segundo era un descubrimiento que quería atesorar.

La primera vez que Newt dijo una palabrota, la primera vez que prefirió jugar con él y los bowtruckles que seguir su informe al Ministerio, la primera vez que le miró a los ojos sin vacilar. Newt también florecía, aunque se empeñara en ser su jardinero.

Un Newt más seguro de sí mismo y menos solitario. Tenía un obscurial constante a su lado. Un compañero de las más extravagantes aventuras, un tesorero de sus investigaciones más aguerridas y un cuidador dócil a la criatura nómada que realmente era. Tantos años cuidando de sus animales y sin nadie que le regresara un ápice de aquella devoción. Hasta ahora.

La primera vez que tomó sopa de pollo para el resfriado, —y la primera vez que Credence explotó la cocina—, la primera vez que lloró a su libre albedrío en brazos de alguien, la primera vez que escuchó un consejo sincero.

También era la primera vez que ambos tenían alguien a su lado. Alguien que los escuchara, que los cuidara, que dijeran que sí a cada aventura. Alguien que los quisiera.

Credence contenía una risita a las manos de Newt quitándole restos de hojas secas. Como joyas ocre y oro las hojas otoñales se enredaban en su pelo a medio crecer.

—Está muy largo ya... —murmuró, deslizando los dedos a esa melena hasta la nuca. Sonrió al recordar a ese chico miedoso de pelo mal cortado y opaco. Ese hermoso hombre de bucles rebeldes que le devolvía la sonrisa era increíble.

—¿Podría cortarlo con magia? —preguntó, tomando un mechón y mirándolo. Newt negó rápidamente.

—Eres un mago, no un peluquero. —Revolvió su pelo y se volvió a echar a las sombras del árbol. A lo lejos observaba a los escarbatos hacer de la suyas en su jaula—. Ni tampoco cocinero... —añadió a ojos cerrados, fingiendo descansar.

—¿Vas a seguir con lo de la cocina? —Credence frunció el ceño, reprimiendo esa risita permanente—. ¡La reparamos!

Aquel golpecito al pecho le soltó la risa a Newt. Credence contuvo un suspiro y miró a otra parte. Aquel hombre era increíble.

Primera vez (Crewt)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora