Seijūrõ sonrió a sus compañeros de equipo en la entrada del instituto antes de encaminarse a casa. El atardecer pintaba las calles de tonalidades anaranjadas que le brindaban una bonita sensación de calidez. Caminaba sin apuro, pensando en las tareas que podía adelantar antes de la cena, la partitura que su profesora de violín le había dejado para practicar y el libro que descansaba en su mesita de noche y que el día anterior había comenzado y le gustó. Suspiró tenuemente sin darse cuenta, observando a su alrededor tras repasar su lista de quehaceres meticulosamente organizada en su mente. Su madre siempre le decía que se exigía demasiado, que debería dejar algunas actividades y tener más tiempo de descanso y él lo discutía porque se consideraba una persona activa y multitarea que no podía simplemente quedarse quieto mucho tiempo.Tarareaba una canción cuyo nombre no recordaba, cuando un sonido en específico llamó su atención: un maullido, agudo y angustiado, quizá hasta hambriento. Buscó con la mirada al causante del característico sonido y sonrió al dar con él. Se trataba de un gato gris de ojos azules sentado junto a una caja en la entrada de un callejón.
--Hola, amigo --dijo el pelirrojo poniendose en cuclillas para acariciar la cabeza del animal --. ¿Estás aquí solo?
El gato se dejaba acariciar pero no emitía sonido o movimiento alguno más que el de su cola o bigotes sacudidos por una leve brisa. Seijūrõ lo miró curioso, tal vez sólo estaba perdido, no parecía mal alimentado y su pelo lucía bien cuidado. A lo mejor le pertenecía a alguien aunque no tenía collar con alguna placa de identificación. Torció los labios incorporándose con la intención de irse pero el felino volvió a maullar.
--¿Qué pasa? --lo miró. Era normal en él hablarle así a los animales --. ¿No tienes a donde ir?
El gato comenzó a pasearse entre sus piernas maullando provocando ternura y diversión en el chico. Lo tomó en sus brazos colocándolo frente a su cara para verlo a los ojos y sonrió.
--De acuerdo, puedes venir --dijo --. A mamá no le va a gustar, pero dicen que en la noche lloverá y no quiero dejarte aquí en la calle.
La respuesta del felino no llegó obviamente. Akashi lo acomodó contra su pecho emprendiendo la caminata de nuevo junto a su nuevo amigo.
.
.
.
.Abrió la puerta de su hogar apenas para echar un pequeño vistazo. Parecía que sus padres aún no llegaban del trabajo. Suspiró aliviado y entró de una vez dejando al gato en el suelo. Éste empezó a olfatearlo todo mientras se paseaba por el lugar explorando. A Seijūrõ le parecía adorable la forma en que sus patitas se acolchaban al caminar, cómo su naricita rosadita se movía insistente, su cola sacudiendose lentamente y sus orejitas atentas y sensibles a cualquier sonido.
--Ahh, eres tan bonito... --se detuvo un momento, pensativo --. ¿Eres un él?
El gato pareció oírlo y volteó a verlo. El chico lo observó detenidamente, no quería incomodarlo fijándose en sus partes así que prefirió guiarse por sus rasgos. Cabeza ancha, hocico fuerte, bigotes gruesos y grandes ojos penetrantes, además de su pelaje de un único color. Todo indicaba que era macho.