Capítulo 1

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Subió la colina como pudo y se tiró en mitad de la hierba. Había llegado al sitio de desconexión. Allí subía cada día del verano a las doce de la noche a fumarse un par de cigarrillos y escuchar canciones de pop clásico español. 

Se podría decir que aquel era el mayor entretenimiento del que podía gozar en aquel remoto y olvidado pueblo andaluz donde pasaba la mayor parte de sus vacaciones veraniegas junto a su familia en una de las casas más grandes que allí había.

En aquel hogar vivían sus abuelos, con los que nunca había tenido mucha relación pero a los que siempre había apreciado mucho. Su hermano, en cambio, gran parte del tiempo no lo pasaba en casa. Naim solía coger buses todas las noches para dirigirse a Sevilla y recorrerse todas las discotecas de la capital.

Pero Verónica prefería mantenerse alejada de todo aquello, bajo ese cielo tan estrellado y escuchando un silencio interrumpido por el ruido de algunos grillos y algún coche que de vez en cuando circulaba por una carretera cercana.

Llevaba esperando esos momentos durante todo el año. Un año cargado de fuertes emociones. Acababa de finalizar segundo de bachillerato y la selectividad le permitía estudiar una carrera que en cierta medida le gustaba, pero que había escogido al ver que ninguna otra llamaba su atención.

La filología hispánica era el grado que pensaba estudiar y al que todo el esfuerzo del mundo iba a poner.

Buscó el mechero impaciente en sus bolsillos y cuando lo encontró encendió el cigarro lo más rápido que pudo. Desbloqueó su móvil iniciando la lista de canciones y "El relámpago" de Amaia comenzó a reproducirse, solapando el ruido de los grillos con su harmoniosa melodía. Cerró los ojos y pegó una larga e intensa calada.

Paz.

Todo iba bien.

Alguien gritó.

Verónica apoyó los codos en la hierba y se reincorporó como pudo. Tenía miedo y no quería levantarse. Aquel no era un sitio por el que la gente soliese pasar. Y el mayor ruido que allí se podía escuchar era el del motor de un tractor.

La apoderaba el miedo y hasta respirar era un esfuerzo para ella. Posó la mirada en cada uno de los arbustos, árboles y plantas que allí crecían. Pero nada.

Allí no había nadie.

Levantó su cuerpo del suelo y se acurrucó en el jersey que había traído. La música seguía sonando y esta vez era el turno de La Oreja de Van Gogh, que daba banda sonora a la situación tan acongojante que estaba viviendo.

Decidió pausar la canción.

Durante unos instantes pensó que el chillido había sido producto de su imaginación pero cuando fue a hacer el intento de volver a sentarse vio una sombra agachada entre unos matojos. Con un pulso inestable activó la linterna de su teléfono y alumbro la zona. Nada más hacerlo, un top verde fluorescente la deslumbró y tuvo que apartar la mirada.

Se acercó indecisa, pero algo más tranquila. Nadie quería raptarla ni nada por el estilo, tan solo era una chica orinando en mitad del campo con un cubata en la mano, tambaleándose de lado a lado y sin saber muy bien donde se encontraba. 

Cuando por fin estuvo a escasos metros de la muchacha, pudo ver con detalle el top verde sin tirantes manchado por lo que Verónica intuía como vómito. De su oreja izquierda colgaba un aro plateado más grande que su propia cabeza, escondido un poco por la cabellera tan desaliñada que portaba recogida en un moño. No había rastro del otro pendiente.

—Oye, ¿necesitas ayuda?

La desconocida miró a Verónica por unos segundos, le dio el vaso y siguió orinando sin pudor.

Verónica no sabía qué hacer, observó el cubata que le acababa de dar y lo dejó en el suelo. 

—Una cosita que quería comentarte, es que estoy meando y la verdad es que no me suelen observar mientras lo hago, que entiendo que cada uno tiene costumbres diferentes, pero... —Verónica se diculpó y apartó la mirada a la velocidad de la luz—. Gracias. 

Cuando esta acabó de hacer sus necesidades. Se levantó dando bandazos de un lado a otro. La mirada de la chica con el top verde se posó en la de Verónica por unos minutos, cuando de repente no pudo parar de reír.

Verónica podía oler su aliento a alcohol puro y duro. Iba demasiado borracaha.

—Bueno yo soy Verónica, vengo aquí por la familia, es mi primera vez y no conozco a nadie, este pueblo es una mierda —explicó cuando por fin se relajó.

—Vero, no me cuentes tu vida, me tienes que ayudar a pegar a alguien —sentenció mientras intentaba no perder el equilibrio—. Te lo vas a pasar de puta madre, ya verás. Por cierto me llamo Ángela.

—¿Qué? ¿A quién quieres pegar? ¿Por qué?

Verónica quería marcharse de aquella colina cuanto antes, pero no podía dejar a la chica allí sola. Tampoco entraba en sus planes de verano pegar a nadie.

—A un chaval que es un gran hijo de puta.

Y justo al acabar la frase Ángela empezó a llorar desconsoladamente mientras buscaba algo en el móvil. 

—Es este —enseñó una imagen de un chico que resultaba muy familiar a Verónica.

Sabía todo sobre aquel chaval. 

Lo conocía perfectamente.

Era su hermano.



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