Sin prisas pero sin pausa

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-Dime- dije con tono preocupado (o haciendo un intento) después de descolgar la llamada.
-Necesito tu ayuda Carlos- me dijo entre sollozos, y capté que se encontraba en una situación difícil debido a su respiración agitada.
- ¿Dónde estás?- le respondí al instante.
- Al borde de la terraza de mi casa, desde aquí lo veo todo. Apresúrate sí no quieres perderte la imagen de un atardecer impresionante.

Una sonrisa pícara inundó mi rostro y sentí en mi pecho una satisfacción inexplicable. Todos los sermones que le daba a solas llegaron s mis intenciones maquiavélicas. Solo faltaba un simple paso para acabar con mi objetivo. Le dije que llegaba en unos minutos, colgué la llamada y dejé el móvil sobre la mesita de al lado de mi cama. Acababa de salir de la ducha, así que me vestí con una camisa y unos pantalones cortos, al estilo veraniego, cogí las llaves del coche y baje las escaleras. Había salido tan deprisa de casa y con una emoción insaciable que no me di cuenta del trayecto hasta que estuve delante de aquella bendita casa, la casa de Lara. Me bajé del coche, abrí la puerta y entré para adentro ( ya tenia las llaves de su casa, puesto que pasaba la mayoría de mi tiempo con ella). Me dirigí a subir las escaleras rumbo a la terraza y sonreí en mi interior al verla ahí al borde, solitaria, inocente e humana. Relacione de inmediato esa figura tan ilusa con la imagen del Hombre de Vitruvio, con los brazos desplegados y en alto, la cabeza alta y fría, una silueta cándida y decidida. Di los pasos necesarios hasta llegar a ella, y le abrace por detrás. Sentí en mi pecho su pequeño sobresalto, seguido de una respiración tranquila y segura. Eso era otro punto a mi ventaja, ya que sentía relajada y con seguridad a mi lado. Bajó sus brazos hasta entrelazar sus manos con las mías. Subí al borde donde se encontraba, y le di un beso compasivo en la cabeza. Ella me miró con ojos humedecidos y rojos, llevaba rato llorando y torturándose a si misma.

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