Prólogo

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                En una cueva asolada y oscura, un pequeño hombre de un pueblo minero se encontraba indeciso de entrar por el temor a cierto roedor. Su trabajo era ser minero; había nacido en Azibi, donde era normal la transmisión del oficio. Su padre fue lo que él era ahora, también su abuelo, y así todas sus raíces. El minero pensó en lo que le esperaba en el caso de no traer los suficientes materiales al canciller. Gea, es decir, su mundo se veía sometido en una guerra imparable, comenzada por Dorp, una región que solo vivía de la sangre y la guerra, un imperio inexpugnable. El castigo de este por no ser lo suficientemente productivo sería la muerte de él y su familia. El pensamiento de ver sometidas a su cónyuge y a su hija le hizo un nudo en el corazón, así que cogió aire, se llenó de valor y entró. Para tranquilizarse, pensó en el jade que había conseguido la otra vez, el cual era el mineral que más ansiaban los dorpnienses. Nadie sabía el propósito de los imperialistas con este material, pero la gente era demasiado cobarde para preguntar. Además, Azibi no tenía tropas fuertes, su prioridad era la buena mano de obra, los artesanos, ingenieros y aventureros los cuales eran mineros desde hacía tiempo, siglos, así que la gente prefería llamar a la guerra en secreto de los dorpnienses la guerra de los trescientos años.
El minero había dejado atrás todo: hierro, oro, plata, diamantes, solo para priorizar el jade, que suponía una gran cantidad de solzs. Esta moneda era usada en todas las regiones conquistadas por Dorp. Al minero se le hizo curioso un pequeño y estrecho pasadizo el cual fue a explorar con la esperanza de encontrar esa piedra verde que tanto ansiaban. Cuando llegó al claro del estrecho, el minero se paró para observar por encima de su cabeza una preciada mena, era de color verde turquesa, la humedad que había la hacía deslumbrar con la luz de la antorcha. Se preparó el pico, fue a cogerla pero... un extraño susurro le despistó y asustó. Se giró en todas las direcciones y pudo visualizar una silueta, la cual se acercó a él diciendo:

–Los dorpnienses dais asco. Deberíais morir por lo que estáis haciendo. –Al minero no le dio tiempo a reaccionar, sus piernas echaron raíces en el suelo a causa del miedo. Sin entender qué quería decir el extraño, este cogió su pico y le atizó fuertemente en el hombro. El minero aulló de dolor, el hombre le sacó el pico del hombro y le golpeó de nuevo en el pecho.
–Mi... –El minero no pudo pronunciar a ninguna palabra más. El otro hombre le sacó el pico del pecho y se agachó sorprendido. –...fami... –El pobre hombre se preocupó de su familia antes de fallecer tras esa confusa agresión. El atacante, perplejo de lo que acababa de hacer, se echó de rodillas.
–Un inocente... –Lloró –Yo no mato a inocentes... ¿Ahora yo no soy uno?

Y así, con una simple llama en un hilo, la lana se puede quemar.

AZIBI, CALLE PRINCIPAL DEL OESTE.

Se respiraba aire limpio, algo extraño en Azibi, pero a la vez satisfactorio, y el sol del verano acaloraba todos los rincones, incluso el de un callejón donde una niña poco risueña, se encontraba sentada en un escalón y escribía en un cuaderno con tapa de cuero, marrón.
La chica llevaba un colgante, su pelo, con dos cintas de pelo recogidas haciéndose así una coleta semirecogida, era rubio y con alguna que otra mecha castaña; sus ojos verdes penetraban en tu interior cuando te miraba y su vestido marrón resaltaba de su piel color carne y muy poco morena.
Un joven de su edad se acercó a ella.

–¿Qué escribes Airi? –preguntó el chico, con pelo castaño y ojos azules, casi grises, con una piel algo más morena que la pequeña, la cual se llama Airi.
–Nada que te incumba, Thomas. –Airi fue cortante con la respuesta, pero al parecer el jovencito ya se esperaba una respuesta seca por parte de ella, así que solo le extendió la mano y le dijo:
–No seas así, juega conmigo y Jack. –la chica cerró su libro, suspiró y miró a Thomas. Seguidamente, le agarró la mano para ayudar su alzamiento.
–¿Te vienes? –preguntó el chico entusiasmado de que su amiga pudiese jugar con él.
–No. –contestó–. No tengo tiempo para jugar. –expuso la joven.
–Airi... No saben nada de tu padre aún, ¿verdad? –La chica calló, y miró cabizbaja–. Pero, no hay por qué preocuparse. Era un gran aventurero, bueno... Un minero muy valiente, y siempre iba acompañado de su mapa. Estará bien. –quiso animar el joven.
–Gracias Thom. –Airi sonrió y Thomas también. –De todos modos me tengo que ir. –Thom no puso una palabra más en la conversación, terminándola con una sonrisa y una sacudida de mano en el aire despidiéndose recíprocamente.
Airi abrió el cuaderno que llevaba siempre con ella y leyó lo que había escrito en él.

La Guerra de Jade (Jade's War)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora