Todo había terminado..., desde la cima del pan se veía la masacre, se sentía la traición y se olía la desesperanza. Todo lo que alguna vez había sido algo, había sucumbido ante el flagelo natural de la vida.
Ayer, todo era trabajo, obediencia, sacrificio y vida; la austeridad era el traje que vestíamos para la quietud. Hoy, veo la lluvia expandirse cual agua en la tormenta, batiendo, arrasando; construyendo un nuevo futuro, libre de esperanza, libre de nosotros.
Todo comenzó un día caluroso, cuando el maíz estaba listo para ser cosechado y cuando nuestros cuerpos sin saberlo, habían sido preparados para un nuevo destino –uno que no imaginábamos- por el sosiego en el que vivíamos.
Aquella madrugada, se ajustaba a la quimera rutinaria, los pájaros cantaban, los árboles danzaban bajo el son del vigor; ese día la vida traía nuevos elementos por los cuales vivir. El alba llegaba a su réquiem cual soldado agonizante. A lo lejos, en el valle se veían figuras estrambóticas que figuraban aire de paz y progreso, –ocultaban sus intenciones- se acercaron al pueblo, la gente los recibió y el pueblo a su vez recibió nuevas ilusiones, todo el día transcurría con su propio brillo al conocer cosas nuevas, al acoger objetos diferentes nunca antes vistos. La emoción de los pobladores no cabía en sus seres.
Los soles pasaban con especial apreso, los visitantes... se ganaron el nombre de Tata. Los Tatas convivían con nosotros, vivían nuestro día a día, pero le agregaban sorpresas y deslumbramiento, que hipnotizaban a más de uno con su encanto. Pasaron de ser meros visitantes a los ciudadanos más importantes de toda nuestra tierra, obteniendo la confianza ciega de cualquiera de nosotros.
En sigilo, sin que nadie se diera cuenta, los pobladores comenzaron a desaparecer uno a uno, en una cuantía casi imperceptible, hasta... ¡hasta! ... ¡hasta que lo vi todo! La verdad se revelaba frente a mis ojos; vi... ¡vi como los mataban!, ¡degollándolos, despellejándolos, exprimiendo sus cuerpos... cual envase, vertiendo todo su contenido!. ¿Para qué? Para disfrutar mientras mataban –riendo al escuchar los gritos de dolor- con una burda excusa de holocaustos vivos. Gemidos internos querían salir de mi interior, más quedaron pasmados dentro de mi garganta –escondidos en mis cuerdas vocales al igual que yo- y mis lágrimas se invirtieron, sintiendo intensamente la gravedad, saliendo de mi fluido corporal.
Todo parecía dar vueltas..., nadie se había dado cuenta de mi presencia..., estaban demasiado interesados en disfrutar del dolor que provocaban. Corrí despavorido a avisar a mi gente, al corazón del pueblo –en el que a base de la rutina se conmemoraba la ingesta diaria- les conté todo lo que había visto, pero: el llanto, el dolor, mis gritos, mi vómito, todo... fue en vano. Era más fácil, creer a desconocidos que prometían todo lo que nunca, siquiera imaginaron, a dar oído a alguien como yo; porque yo solo era como ellos, alguien oscuro... acostumbrado a lo que viniera, alguien que no traía nada; simplemente era como ellos; mi gente, mi pueblo, que, por fuera, creíamos serlo todo, pero que por dentro... sabíamos que no valíamos nada.
¡Nadie me escuchó!; me encontraba escoltado por el anonimato, por la defunción, la indiferencia era mi compañía. Ya había despertado de aquel sueño enternecido y sazonado que habían creado –ahora entiendo, que María no había muerto, ¡a María la habían matado! y lo había olvidado-. En ese instante comprendí, que el despertar de ellos, se encontraba demasiado distante, a tal punto... que no entiendo cuando todo esto comenzó...
El fuego, el llanto y la sangre eran cada vez más visibles; se esparcían de una forma tan común, que la gente, ya no le daba importancia; solo pocas personas se percataron y despertaron del sueño diáfano en el que se mantenían; no hizo falta requerir de la información, ellos la sentían en carne y hueso. Nuestra huida comenzó, corríamos con toda nuestra fuerza, pero aparecieron obstáculos –el pueblo en eso se había convertido-Tuvimos que caminar para que no percibieran nuestra huida y continuaran creyendo que aun éramos parte de ellos –que nada había pasado, que los Tatas era los seres maravillosos que todos creían-. Mientras más subíamos menor era el eco, menor era el pueblo. Comencé a ver el velatorio del espejismo, el sueño se había roto, las almas se habían quebrantado, la sangre pintaba de colores el nuevo camino. La gente que seguía creyendo aquel sueño moría con él. Risas estoicas, impasibles, brotaban desde las raíces de esas tierras –que alguna vez, habían sido nuestras- Nunca entendimos nuestro origen, nunca supimos de donde veníamos, nunca nos interesó a dónde íbamos. La quimera era la mejor forma de vivir; a paso lento moríamos tranquilos, en la rutina que nos aseguraba quietud. Nuestras montañas ahora son barreras que impiden nuestra libertad.
Cayó uno a mi derecha, tres a mi izquierda, los exploradores de la libertad estaban siendo exterminados.
En la cima de la montaña con la presencia de otro día naciente. No quedaban más que cenizas, el olor putrefacto de su victoria y carcajadas infinitas que se burlaban de nuestra memoria, se burlaban de nuestra ausencia, se reían de nuestro olvido.
El fuego había apaciguado la muerte que lo consumió todo. Fin e inicio de esa tierra se hacía presente. En nosotros el desasosiego reinaba, el desierto vencía. La mano del amigo, se quitaba el guante, mudando de piel.
El recuerdo brotó a mi mente, mis paradigmas se desataron, el recuerdo del ayer rompió mis entrañas, recordándome lo que fue. Esta no era la primera vez que las llamas devoraban, no era la primera vez que el pueblo olvidaba. Ahora lo veo con mayor nitidez... María era mi madre, el sacrificio de su vida había prolongado la mía, unos años más. Fue quemada en una hoguera, no sin antes ser desangrada para tomar su sangre; los Tatas lo habían hecho... Yo era tan solo un Wawa..., han pasado 25 solsticios desde aquel día. Recordar todo..., no sirve para nada.
Ahora, solo quedaban: lamento y deseos de olvidar...
Ya ha pasado tal vez un mes; el sol no se detiene, la sed casca, la piel se quiebra, la ilusión se resquebraja; a cada paso que damos muere algo en nosotros, todo muere... menos el recuerdo.
Desde la cima del pan sigo viendo la tierra violentada, ahora recuperándose de nosotros, las plantas reverdecen –solo nosotros los sobrevivientes marchitamos-. Los tatas vuelven a cuidar esa tierra, hasta que todo vestigio desaparezca y nuevas existencias se posen sobre el lugar, creyendo ser afortunadas. Así el ciclo empezará de nuevo, la podredumbre consumirá todo en un paso interminable, construyéndose todo para ser consumido.
La tierra no llora; se recupera y olvida... ¿Por qué entonces he de recordar yo? ¡Oh! tierra que no lamenta..., y si lamenta... habrá sido el habernos engendrado.
Ahora no somos más que semillas regadas por el viento, que olvidan: cuál fue su origen, su motivación, su prisión y su libertad.
Todo con el tiempo se empieza a olvidar, y me pregunto: ¿Quién era María? –¿por qué me arrulla en las noches? - ¿Por qué grito despavorido cuando veo el fuego arrancar? Ya no recuerdo nada..., solo recuerdo a mi Taita, que muerte me parece se llamaba..., me pregunto ¿cuándo volverá por mí?
Porque desterrados de la propia tierra fuimos y en mendigos de la sociedad nos convertimos. ¡Esclavos del olvido somos!
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Olvida...OLVIDAR
Historical FictionQue pasaría si un día todos a tu alrededor vivieran una masacre, y en medio de ella recuerdas que esto ya paso antes...