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-¿Cómo te hace sentir eso?- dijó el psiquiatra mirándole a los ojos. En ese momento Omaira no pudo contener el llanto y simplemente lo dejó fluir -Creo que no se basa en como me hace sentir eso, sino en el porqué, mi deseo es saber el porqué de sus actos, vivo muriendo en las memorias de nuestros días. El sentir de Omaira se concentraba en la triste nostalgia recordando aquel amor que llegó un día a su vida a alegrar sus días y que desapareció, tal como llegó. Efímero y mortífero ha sido su paso por la vida de Omaira ¿Dónde estará aquel amor que le llenó de vida?
-Dejémoslo por hoy, doctor. No me siento del todo bien, creo que al niño que llevo en mi vientre no le hará bien mi inevitable tristeza.
Omaira tomó su bolsa y sin oportunidad al psiquiatra para despedirse salió con cierto afán y los ojos mojados, cerró la puerta con delicadeza y contó cada paso hasta llegar a su casa, en total contó setecientos tres pasos, es costumbre contar los pasos para Omaira, también caminar sin pisar las rayas, aquella jovencita disfrazada de hombrecito tenía un alma pura e inocente, pero esa alma cada vez más triste lloraba en silencio y suplicaba que Manuel volviera. "Por un demonio, olvidé la comida para el gato" pensó Omaira y abrazando a Yumi se dispuso a ir por la comida de su gatita querida, tomó las llaves de la casa, no tardó más de cincuenta pasos para llegar a su destino, pero camino a éste, vió por la vista periférica de sus ojos la silueta de Manuel al lado derecho del vecindario, llevó los dedos a sus ojos ignorando las gafas y el empeoramiento del astigmatismo que padecía, los rascó sin pudor y después de un par de parpadeos logro por fin ver con claridad la ausencia de Manuel -Qué ganas de llorar, por Dios, que alguien me mate de una buena vez- dijó apoyando su cuerpo contra la pared. -¿Está usted segura de lo que dice?- dijó un hombre extraño con los ojos blancos como un mar de leche que de inmediato le haría recordar a Saramago en su libro Ensayo sobre la ceguera, efectivamente, aquel hombre era ciego, Omaira sintió que era afortunada por tener todos sus sentidos, su astigmatismo no era nada comparado con la ceguera, sin embargo, ella pensaba que ser ciego no era del todo malo, pues aquellos que son ciegos, ven, en verdad, todo aquello que vale la pena, todo aquello que realmente importa, la forma exterior para ellos no es nada. Quizá los humanos seriamos mejor siendo ciegos, pues así, esa superficialidad y ese pensamiento plástico no contaminaría al mundo mental -Ven aquí, hija. No digas tonterías, por amor a Dios, ¿es acaso tu vida un miserable y desafortunado pozo con un énorme perro golden retriever en el fondo llorando con el agua hasta el cuello? Tal vez esa sea una mala analogía, pero espero comprendas a este anciano ciego, que ha vivido toda su vida incomprendido, como el lobo estepario quizá. Omaira no supo exactamente que decir o hacer movió sus ojos desde los zapatos del ciego hasta su cabeza, luego miro para la izquierda y a la derecha asustada, con Manuel en la mente dijó -Todavía no olvido, todavía no perdono, quiero, ahora que no puedo, abrazar y besar, sentir su cuerpo con el mío, algo que repetí con cierta frecuencia y esa misma hizo que le quitara cierta importancia a esos pequeños detalles amorosos, pero es entonces cuando todo se pierde, que uno anhela tener de vuelta esos detalles, esas minorías amorosas, quiero y no puedo.
En ese instante el ciego peinó su cabello, alzó la cabeza preguntando la hora, su sonrisa se rompió, pintó una mueca de tristeza en su rostro -Son las seis y diez, dijo Omaira. -Entonces dime, aún no se observan las estrellas ¿verdad? Sabes... Recuerdo melancólico las estrellas, esas noches de vigilia en las que admiraba el cielo estrellado nunca volverán, lo has dicho y lo repito: quiero y no puedo.
Omaira lo vió y entendió que no solo ella sufría y aunque ya lo sabía, no lo tenía en mente, pero el encuentro con el ciego le haría replantear muchas cosas en su vida, quizá el recuerdo de Manuel no le haría sentir tan mal, pues aunque el recuerdo no desaparecería ella sabía que querer no es poder y aunque quería ver a Manuel bien sabía que éste ya no estaría. Omaira agradeció y se despidió del ciego, con cierta gratitud que años después recordaría en una noche estrellada, quizá sola o quizás acompañada.
"Lo esencial es invisible a los ojos" dijo el ciego antes de despedirse para siempre, esa frase retumbó en la cabeza de Omaira durante unos minutos, con la vista perdida, Omaira habría de recordar la frase que Manuel citaba del principito cada que la abrazaba, sin duda el principito no le traería buenos recuerdos, pero peor era cuando ella le respondía diciendo "nada hay más fugaz que la forma exterior, que se marchita y se altera como las flores del campo cuando llega el otoño." Una frase que ella misma había leído del libro el nombre de la rosa. Otra vez todo le recordaba a Manuel. Pero a veces cuando el periodo de auge emocional es tan negativo llegan personas a la vida que hacen replantear la idea de la humanidad. Es quizá uno de los momentos más bellos momentos de tu vida, pues eres agraciado y desgraciado al mismo tiempo.
Ese día Omaira llegaría a casa y se daría cuenta que su gato, en verdad, llevaba muerto varias semanas.

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⏰ Última actualización: Jun 03, 2020 ⏰

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