Capítulo 1.

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Todo el cuerpo se le iba congelando poco a poco, o eso creía ella, porque a lo mejor ya se le había congelado.

El asiento de un autobús normal, copia de todo el resto, no es precisamente una sillita cálida y acolchada. Detestaba la forma en la que el negro, gris y plateado manchaban su propio nombre al convertirse en lo único que veía el ojo humano en ese detestable medio de transporte. Ella consideraba que esos colores no debían servirle a un autobús, ya que solo conseguían crear mayor sensación de frío y soledad. Y el aire acondicionado no ayudaba, precisamente.

Pero, al final, uno se acostumbra y aprende a convivir con cualquier cosa después de mucho tiempo. Pronto se encontraría en otro país y aún no estaba segura de estar haciendo lo correcto, puesto que ella era una de esas personas que solo se aseguran de algo cuando sienten verdaderamente como cualquier duda cae a la basurita esa que hay en nuestra mente. Bueno, esa que ella siempre imaginaba ahí. Además, uno también aprende a convivir con la situación, sea cuál sea. O al menos, es capaz de hacerlo. Otra cosa es no querer. Eso pensaba.

Observó su propio reflejo en el cristal, y arrugó el ceño. Tenía que depilarse urgentemente las cejas. Apoyando la cabeza en la palma de la mano, y a su vez el codo en el marco de la ventana, se concentró en el paisaje. Poco se podía ver, a esa hora, cuando ni siquiera había un solo coche en la carretera de al lado. Bueno, uno sí que había, pero cada media hora por lo menos. Y eso acaba de ser una exageración (por si acaso).

Maldijo por enésima vez el hecho de no haber cargado lo suficiente el móvil antes de salir. Le quedaba un cuarenta por ciento de batería, y si la quería para el avión, no podía gastar ni un solo porcentaje hasta entonces. No había viaje alguno que disfrutase sin música, porque esa era una de las pocas cosas que nunca la cansaban pero sí la dejaban llena. Cerró los ojos por un segundo, e imaginó su siguiente y nuevo hogar con las pocas fotos que había visto en Google. Y no porque no hubiese más, si no por el simple hecho de que el juego siempre lo ganaba su pereza. Así, nada se puede hacer. En diez minutos podía suspirar otras diez veces o más, si el aburrimiento en su grado más alto la acompañaba.

Cuando entró en el bus, solo había una mujer de unos treinta años, pero hacía un rato se había bajado en alguna parada de cuyo nombre no se acordaba. Allí, sola, con un conductor malhumorado y con un aura llena de orgullo, podía parecerle a cualquiera el escenario perfecto para cualquier crimen sangriento.

Sonrío, para ella misma, porque nunca sonreía para alguien más. Si la conocías, un poco al menos, lo sabías. Y la sonrisa, la dedicó para sus éxitos, para todo lo que había conseguido, y todo lo que le faltaba por obtener. Su mente era un caos interminable, mientras que su exterior representaba la calma y el orden. Ese caos, era como un ovillo de hilos finísimos pero irrompibles e imposibles de desenredar. La única capaz de entenderlos era ella y por eso nadie más la podía comprender. Eso también lo entendía solo ella. Y muchas cosas más, que nadie era capaz de descifrar. Cualquiera que escuchase la cinta de sus pensamientos, llegaría a la conclusión de que su mente era prodigiosa y de tan solo verla se podía decir que no pertenecía a este mundo.

Cansada, puso rápidamente una alarma en el móvil para media hora después y conectó los audífonos. Justo después, el sueño la venció y quedó profundamente dormida. Igual que una Aurora pálida con el pelo oscuro y salvaje. Una rosa pintada de negro y llena de espinas.

Aún así preciosa.

"5:00 a.m."

- Piii...piii...piii...pi- pulsó el botón del móvil y con el chirriante y típico sonido de una alarma, se acabó su siesta.

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