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Salí a comprar el pan, como hacía todos los lunes. Con la excepción, de que esta vez no llegaría a la panadería. Aquel coche se había excedido de los límites de velocidad, cambiando así mi destino.
Os voy a contar como aquella mañana de lunes,  mi vida se alteró por completo.

Mi nombre es Eiden Stubberud. Vivo en una pequeña urbanización situada en Staline. Desde el ático de mi habitación se pueden observar unas vistas al mar. Mi casa es una de las más grandes de la zona. El pueblo está a tres cruces de aquí, por lo que normalmente mis hermanos y yo pasamos las tardes allí.
Giselle y Leo son los hermanos pequeños. Giselle tiene 12 años, aunque la gente suela pensar que es más pequeña por su carácter de tono infantil. Suele llevar faldas y vestidos de estilo refinado. Lleva su pelo castaño recogido en una coleta que llega hasta los hombros. Leo tiene 15 años, y al contrario de Giselle, tiene una mentalidad más madura. Es un aficionado a la lectura, dedica todo su tiempo a investigar cada suceso que ocurre. Se podría decir que es un cerebrito. Después estaría yo. Soy bastante despistado y a veces digo las cosas sin pensarlas dos veces. No le muestro demasiado interés a las conversaciones sociales ni a lo que pasa en general a mi alrededor. De mis hermanos mayores, Wendel y Derek, no hay mucho que decir. Wendel es un año mayor que yo. Tiene el pelo largo y negro. Se preocupa mucho por nosotros, es bastante sobreprotectora, sobre todo con Giselle. Derek tiene 20 años. Su larga melena oscura suele ser bastante atractiva para las chicas. Actúa con cierta soberbia respecto al resto.

Una semana antes del accidente.

- Eiden, mamá me ha dicho que te despierte.- dijo Giselle en un tono suave y calmado.
- Vuelve a la basura de la que viniste y déjame dormir en paz.
Giselle empezó a poner mala cara, a patalear y a gritar mientras me ordenaba que me despertara. Harto de escuchar sus voces, le lancé una almohada a la cabeza, que rebotó contra la puerta. Esto solo hizo que empezara a gritar más fuerte, por lo que me tuve que levantar de la cama para que no tener que aguantar a la pesada de mi hermana.
Giselle se adelantó y bajó corriendo las escaleras mientras sollozaba.
Cuando llegué al comedor, la mesa ya estaba lista. Mientras me sentaba, me di cuenta de que  había también una pila de cartas. Tenía tanta hambre que en un principio las ignoré. Pero me dí cuenta que en cada uno de los sobres ponía nuestros nombres. Wendel tenía una expresión algo inquieta en la mirada.
Entonces miré a mi madre, que se estaba preparando para ir al trabajo.
- Mamá, ¿qué son todas estas cartas?
- Aparecieron esta mañana en el buzón. - Dijo mientras se ponía la chaqueta. - Seguramente sean los abuelos, hace tiempo que no escriben. Bueno, portaos bien, os dejó en la mesa el dinero de los recados. ¡Os quiero!
En el momento en el que salió por la puerta, la curiosidad se apoderó de mí, por lo que cogí mi carta. Pero antes de abrirla, Wendel me lanzó una mirada asesina, y me dijo:
- Vayamos primero a hacer los recados, porque si no sabes que aquello se llenará de gente. Ya tendremos tiempo de leer las cartas cuando lleguemos.
Noté, por la forma en la que lo dijo, que estaba algo preocupada por el contenido de las cartas.
- Yo me quedo en casa, tengo que seguir investigando sobre el funcionamiento del sistema solar. ¿Sabíais que el sol contiene el 99.85% de toda la materia en el sistema solar? - Dijo Leo dirigiéndose al estudio.

De camino a la panadería del pueblo, los cuatro estuvimos en silencio. Había estado todo el camino pensando sobre el contenido de aquella carta. No entendía porque le daba tantas vueltas al asunto, si era de los abuelos.
Al llegar a la panadería, la señora Antoñanzas nos saludó con su humilde sonrisa de siempre. La conocemos desde que éramos unos críos. Siempre nos ha tratado con gran cariño y aprecio.
Nos pusimos a la cola, cuando en ese mismo instante se abrió la puerta. Era Astrid. Me empecé a poner nervioso. Su mirada parecía prestarme especial atención, o eso es lo que yo creía. Astrid me gusta desde que tengo uso de razón. Su pelo pelirrojo hace buen contraste con sus ojos verdes. Siempre suele vestir con ropa cómoda y sin preocuparse mucho del que dirán. Eso es lo que más me gusta de ella. En resumen, es la mujer ideal.
- Eiden, pringao. Antoñanzas lleva media hora hablándote. Deja de mirar a la zanahorias esa y pide el pan, que se nos va a pasar el turno. - Dijo Derek en un tono burlón.
Derek siempre se está metiendo en mis asuntos, tan impertinente.
La mañana transcurrió de forma normal, acabamos de hacer todos nuestros recados y llegamos a casa. Leo nos estaba esperando algo angustiado, sentado en la mesa del comedor. Tenía en la mano su carta abierta y las nuestras encima de la mesa. Empecé a pensar que algo malo les había pasado a los abuelos.
- ¿Qué les ha pasado a los abuelos?
- ¿De qué abuelos hablas, Eiden? La carta está vacía, completamente en blanco. - Dijo histérico.
Entonces nos apresuramos a coger cada uno nuestras cartas. Mientras Derek, tranquilo como siempre, empezó a decir que seguramente fuera un error.
Nuestras caras al abrir el sobre se palidecieron. Todas las cartas estaban en blanco.
Pero la mayor sorpresa fue cuando acto seguido, picaron a la puerta.

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⏰ Última actualización: Jul 09, 2019 ⏰

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