Capítulo único

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—¡Yo elijo a Buggy! —exclamó Shanks cuando el maestro Rayleigh pidió a sus alumnos que escogieran a un compañero.

—¿Y quién dijo que yo te quería a vos, pelirrojo? —le preguntó Buggy de mala manera.

Shanks le sacó la lengua y lo tomó de la mano, atrayéndolo hacia él.

—¡Soltame, idiota! —se quejó el peliazul, entre molesto y avergonzado por la repentina cercanía.

—Es para que no te pierdas —sonrió Shanks.

Buggy suspiró resignado.

El maestro Rayleigh había llevado a los alumnos de cuarto año de excursión a uno de los museos más importantes de la ciudad. Para agilizar las cosas, el guía asignado pidió al maestro separar a los alumnos en parejas.

Una vez que todo estuvo en orden, el recorrido comenzó.

Shanks y Buggy caminaban detrás del resto del grupo. A ninguno de los dos le interesaba mucho el arte, por lo que no prestaban demasiada atención a las anécdotas y explicaciones del guía.

Shanks avanzaba a paso lento para molestar a su compañero. Aún no soltaba la mano de Buggy, y este, en un intento por apresurar al pelirrojo, lo arrastraba con todas sus fuerzas, malhumorado.

—¡Apurate, Shanks! No me quiero quedar atrás —le dijo con el ceño fruncido, tirando de su brazo.

—¿Cuál es la prisa? ¿Acaso te interesa esto? —se burló Shanks.

—¡Claro que no! Pero... No me quiero quedar a solas con vos... —dijo Buggy, susurrando aquello último.

Shanks se detuvo en seco, provocando que Buggy casi se estampara contra el suelo debido a la fuerza contraria que estaba empleando.

—¡Idiota! ¡Si vas a parar avisame! —le gritó Buggy, molesto.

El peliazul miró a su alrededor y se dio cuenta de que ni sus compañeros, ni el maestro Rayleigh, ni el guía estaban allí.

—¡Ya los perdimos! Culpa tuya, pelirrojo —exclamó.

Buggy quiso avanzar, pero el agarre de Shanks se lo impidió.

—¡Dale! ¿Qué estás esperando? —cuestionó Buggy.

El peliazul volteó hacia su compañero, y lo que vio no le gustó nada: los ojos de Shanks se ocultaban bajo su característico sombrero de paja y una amplia sonrisa había hecho acto de presencia en su rostro.

El pelirrojo, sin soltar la mano de su compañero, comenzó a caminar a paso veloz en dirección contraria a la que el grupo había tomado.

Buggy lo observaba con extrañeza y temor, sin poder zafarse de aquel fuerte agarre.

—Eh... Shanks, el grupo se fue para el otro lado —le dijo, pero este no respondió.

Siguió arrastrando a Buggy hasta llegar a un pasillo angosto y poco iluminado. Una vez allí, lo arrinconó contra la pared.

—¿Qué hacemos acá? —le preguntó el peliazul con desconfianza.

—Estamos solos —comentó Shanks.

—¿Y? ¡Ya lo sé!

—Ya no tenés que fingir, Buggy.

—¡¿Y quién está fingiendo acá?!

La tranquilidad del pelirrojo contrarrestaba con el comportamiento nervioso y exaltado del peliazul. De hecho, este se encontraba tan a la defensiva que cualquier movimiento de su compañero lo hacía sobresaltar.

La última vez | ShanksBuggyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora