Las sombras son cenizas del alma que el sol calcina

8 0 0
                                    

Era de noche cuando volvía a su casa. Atravesaba las mismas callejuelas rigurosas de cada noche, como agua de río indiferente al cause, desembocando en el primer escalón descendente de los tres que conducían a la puerta de su casa. Bajaba con ambos pies cada escalón, sintiendo desde la oscuridad de su bolsillo la dentadura exacta que penetraría el picaporte de su puerta, para abrir el mundo dentro.

Antes de cometer el segundo paso, se descalzaba. Colocaba sus zapatos profanos en una esquina indispuesta del recibidor, caminaba amorfamente, como sacudiendo cualquier cantidad de pesadumbres y estelas que le pesaban el cuerpo. Al llegar a las escaleras ascendentes del corredor, su postura era firme y ligera, subía con ambos pies cada escalón, mientras liberaba la corbata y el primer botón de su camisa que dificultaban su aliento. Colocaba la corbata en el barandal plano del descanso de las escaleras; cuando terminaba de subirlas, su respiración había cambiado, era más paulatina y prominente. Caminaba hacia la luz opaca que emanaba de su cuarto y entraba con una reverente resignación. Se quitaba la camisa, después el pantalón y los calcetines, todo lo acomodaba sobre una silla relegada detrás de la puerta, tomaba del mismo sitio un camisón largo y un pantalón de seda. Observaba su cama impecable y elegía la alfombra cálida de tela negra al pie. Figuraba un medio loto con las piernas, colocaba sus manos levemente sobre sus rodillas, ponía recta la espalda, ubicaba su cabeza y miraba intensamente la luz del cirio: Blanco, de satinado perla, de una anchura prodigiosa que no permitía que escurriera, tan solo roído de los bordes, con un pabilo escandaloso que gritaba mientras se consumía entre la cera al compás de la flama, en una loca cadencia que no encerraba dolor ni pena. Simulaba una felicidad crítica, convulsiva y frenética, una alegría a punto de reventar en sus venas. Luego, el furor del baile amainaba, la llama se hacía más pequeña, como si corriera a toda prisa y el horizonte la disminuyera. Luego, la oscuridad se derramaba cómo miel sobre un cristal. Inhalaba:

Con el aire que entró a su sistema él se introdujo también, deteniendo la respiración en su interior; saturarando su sangre de electrones, percibiendo como el líquido recorría cada parte de su cuerpo, expulsado desde su pecho, recorriendo el tórax...

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

...Con el aire que entró a su sistema él se introdujo también, deteniendo la respiración en su interior; saturarando su sangre de electrones, percibiendo como el líquido recorría cada parte de su cuerpo, expulsado desde su pecho, recorriendo el tórax, el abdomen, bajando hasta su sexo y bifurcándose en sus piernas, hasta alcanzar sus pies con un hormigueo que avanzaba desde la punta de los dedos hasta esparcirse en sus brazos para luego subir despacio por el cuello, como un recipiente que se llena, a punto de derramarse en sus cabellos.

Prolongó lo más que pudo esa inhalación, concentrándose en no respirar, en contener la vida dentro, presintiendo la muerte insignificante de exhalar, de salir expulsado con el aire y el éter y unificarse perceptivamente con el universo.

Al liberar por fin el aliento, era ligero, incorpóreo, libre de todo encubrimiento, flotando en un caudal energético, palpitando entre el espacio y el tiempo, derrochando luz como si fuera un cometa desgarrando el firmamento. Dejó atrás las casas, los valles, las montañas, todos los limitantes del cuerpo, se propulsó a la galaxia, distinta en lo sutil del silencio, cerró los ojos despacio, lo veía todo en sentimiento...

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jul 11, 2019 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

TratakaWhere stories live. Discover now