La complejidad femenina era algo que a Kevin acababa de empezar a apreciar.
Cuando era más joven, en el Vacío, el joven osmosiano siempre tenía alguna que otra "novia". A veces de una en una, a veces de muchas en muchas. El disfrutaba del rato que le brindaban por cuatro tonterías: defenderlas, sonreír, llegar herido. Nunca las conocía mucho y tampoco le importaba pues no sentía dicha necesidad. Sin embargo todo eso cambió cuando conoció a Gwen Tennyson. Levin nunca diría en voz alta que fue un flechazo, pero sabía perfectamente que lo había sido. Algo dentro de él encajó perfectamente y fueron esos ojos verdes. Kevin Ethan Levin, el delincuente juvenil más popular, había encontrado a la mujer de su vida.
Era algo que tenía, pensaba. Su cuerpo estaba esculpido por los grandes maestros de Grecia. Ella era seductoramente pequeña, su figura encajaba perfectamente en los grandes brazos del moreno. No tenía atributos exagerados, eran justo la medida que hacía que su cuerpo fuese un templo del pecado. El chico se autoconvencía de que sus redondos pechos le cabrían perfectamente en la mano, así como su trasero. Sus labios estaban delineados perfectamente para llamar su atención, seducuiéndolo para que desease besarla cada segundo del día el resto de su vida. Y esos ojos verdes que detonaban pasión por cada cosa que hacía, porque para Gwen no importaba si era una clase de karate o matemáticas, si tenía que salvar al mundo o proteger a una ardilla que se encontraba en un árbol. Su pasión le inspiraba a ser como ella, como ellos. Él no quería la fama, sino dormir sabiendo que gracias a él, a sus acciones, el mundo era un poco más seguro para una familia. Y quien sabe si esa familia un día será la de él, la de ellos. Entonces Kevin desearía que otra joven pareja lo dieran todo para protegerles mientras pudiesen.
Pero en ese momento había algo todavía más elaborado, complejo y hermoso que llamaba su atención. Allí, en medio de un campo de batalla totalmente arrasado y decorado con el color del negro carbón por culpa de una explosión de energía, Gwen se mantenía de pie, delante de él y Ben. Su ropa estaba rota, sucia, movida. Sus usuales medias negras rasgadas por innumerables sitios. Su falda rajada por dos sitios que subían, descubriendo más sus muslos. Su suéter, aquel rojo que ella se colocaba encima de sus camisas blancas, estaba prácticamente carbonizado, así como parte de la camisa que ella llevaba. Las magulladuras se dejaban ver debajo de cada trozo de tela roto. Llevaban el día entero persiguiendo la gran arma de los Caballeros Eternos, ahora destruida por un arranque de ira de nada más ni nada menos, que Gwendolyn Tennyson.
Hoy tenían una cita, una encantadora y solitaria cita, hasta que el grupo de los caballeros comenzó a hacer estragos con la ciudad. Ese detalle, ya le había molestado a la pelirroja. Pero lo que ella no toleraba bajo ningún concepto era que, alguien, cualquiera, amenazara la vida de su novio ¡Y el día de la cita! La ira cegó a la anodita y, en definitiva, el arma de los Caballeros fue reducida a una gran explosión y un campo árido.
Y eso, era lo que Kevin comenzaba a apreciar a pasos agigantados. Como esa mañana, cuando al despertar ella estaba todavía dormida en sus brazos, en paz, desnuda. O como cuando justo después se levantó con ganas de besos. El momento del desayuno ella ya estaba estudiando un hechizo nuevo, distraída pero ayudando a Kevin a preparar el café. Su alegría al irse de casa de su novio hacia la facultad. La ilusión cuando él fue a buscarla después de la comida para llevarla a comer. Su decepción cuando su primo la llamó, pero su determinación por hacer las cosas bien. Y su ira. La ira de no tolerar ningún riesgo para con sus seres queridos.
El fragor de la batalla había desaparecido tras la explosión. El reducido grupo de caballeros eternos comenzaron a correr en otra dirección, perseguidos por Ben. La pareja se quedó sola en el patio de un castillo abandonado a medio derrumbar, con algunas llamas todavía ardiendo bajo los escombros. El viento hacía danzar el fuego, y de la misma forma el cabello liso de Gwen ondeaba perfectamente, dejando a Kevin apreciar el perfil de su heroína favorita. La chica se giró ligeramente para encontrarse con los ojos de un asombrado y encantado osmosiano. Ella alzó una ceja, sin entender porqué su novio la miraba de esa forma.
— ¿Qué? —Su respiración agitada hacía que su pecho subiese y bajase, dejando entrever entre las roturas su sujetador. Sus labios ligeramente separados para ayudar la respiración dificultosa que mantenía.
Él abrió la boca, buscando palabras para describirla, para contestarle. Pero a esas alturas él no podía hacer nada que no fuera acercarse a ella, aún intentando encontrar algo que decir ¿Que era el ser más hermoso que jamás había contemplado? Una luz al final del túnel. Un gozo de aire fresco durante una noche de invierno. La primera flor de la primavera. Su amor, su vida, su hogar. Pero Kevin Levin nunca diría eso en voz alta, no era su estilo. Pero para Gwen no hacía falta. Ella ya había entendido la mirada de Kevin, las palabras que no decía, la admiración que callaba. Ella acortó distancias entre ambos, tomando su rostro entre sus manos y colocándose de puntillas para poder besar los labios de su novio. Su dulce y sexy novio.
— Lo sé. —Susurró ella sobre los labios de él, al separarse. Sus ojos llenos de amor, algo tan lejano de la ira que acababa de provocarla para arrasar con el castillo.
— ¿Vendrás hoy a casa? —Susurró él, agachándose para besar el cuello de la anodita, tomando sus caderas para acercar sus dos cuerpos.
— Mh... Si me lo pides así... —Sabía perfectamente que sus padres se iban a enfadar. Ella debía dormir en su casa, y con esa, sería la segunda noche fuera.
Pero es que Gwen acababa de empezar a apreciar la complejidad masculina.