La lágrima de la suicida

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Miro hacia el vacío, no le tengo miedo a la muerte. Muchos, al hacer esto, ven la cara de la persona que quieren y les importan, pero yo no. No me queda nadie; y cuando digo nadie, en serio me refiero a nadie...

              Todo empezó un soleado día de 2023. Soleado para algunos, nublado para mí. Mi madre, después de estar semanas en cama, estaba frente a mí cubierta por tierra. No podíamos pagar un buen funeral, así que mi hermano, mi padre y yo nos encontrábamos en el pequeño patio delantero de mi hunilde casa. Las lágrimas que caían de mis envidiables ojos azules, bañaban los azulejos.

        Unos 5 años después todo empeoró. La Tercera Guerra Mundial había llegado. Las cartas tocaron mi puerra, las que cambiaron mi vida por completo... Mi hermano, de recién cumplidos 20 años, y mi padre de 50, fueron llamados a luchar. Después de la triste despedida en el aeropuerto no los vi más.  Lo último que supe de ellos fue una carta del General y una foto que mi padre había llevado con él: la foto del día de mi nacimiento.

        Ese día lloré hasta quedarme sin voz. La única familia que me quedaba era un viejo perro que había heredado de mi abuelo. Su nombre era Jao. Día y noche, él venía a cojeando y se recostaba a mi lado a escuchar mi lamento; una vez, no volvió más. Cuando después de un tiempo salí de mi depresión, lo hice también de mi habitación. Encontré él podrido cuerpo de un perro en la cocina, no pude comer del olor. Miré el calendario: marzo de 2029.

        Seguí caminando en dirección al baño y cuando llegué, vi me reflejo en el espejo. Mis ojos estaban sin vida; estaba muy flaca ya que hacía semanas que no comía; mi pelo todo revuelto y unas ojeras negras. Me veía tan mal que volví a caer en la depresión y el llanto. Caminé hacía la cocina nuevamente e, ignorando el olor que desprendía el cadáver, me desplomé a su lado a llorar sobre él.

        No se cuanto había pasado, cuando me harte de dar lástima y de el dolor. Me levanté con decisión y con la manga, limpié mis lágrimas. Corrí hacía la entrada. El sol quemó mis ojos y baño mi cara. Corrí nuevamente, pero esta vez hacía el edificio abandonado de la calle de enfrente. Era perfecto para mi cometido...

        Subo las escaleras lentamente y sin prisa. Llegué y abrí la puerta más cercana, crucé la habitación hasta llegar al balcón, del cual me asomé. Haciendo equilibrio, subo a la barandilla y doy un paso hacía el vacío. Sentí que volaba como un pájaro; me sentí libre. El impacto llegó, era mi hora y yo lo sabía.      

 Una lágrima de felicidad cayó de mis ojos.        

 La última lágrima.        

 La lágrima de la suicida...

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