PRIAMUS

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Aparece el campamento de los aqueos, a las orillas del mar. Los combatientes se encuentran en sus respectivas tiendas. La única luz que permite la visibilidad son las antorchas. En escena se muestra Tetis vestida con un modesto peplo.

Tetis: en numerosas ocasiones, los dioses gustan participar de la vida de los mortales, ya sea por celos, ya sea por compasión; a veces por odio, a veces por amor. Estas emociones que compartimos con la humanidad se ensalzan en las guerras, cuando un aliado perece en batalla o un enemigo cae sin ánimo. Unos lloran, otros, ríen. Esta dualidad está inscrita en nuestra intrínseca naturaleza y en nuestro modo de percibir la existencia de los demás. Bien vosotros conocéis quién soy a pesar de la ocultación que me proporciona este velo: soy Tetis, la madre del Pelida Aquiles, cuya fama será indeleble por los siglos de los siglos. Debido a nuestro familiar vínculo, tomé partida en esta guerrilla contra los hijos de Dárdano. En el momento en que Agamenón le privó de su botín, yo misma acudí cuando, llorando cual niño puerilmente cuyos padres le habían arrebatado su más preciado juguete, me invocaba para que le auxiliara. Su decisión fue no combatir y permanecer resguardado en su tienda, ¡errado que estaba! Sin su actividad bélica los aqueos jamás conseguirían capturar y tomar Ilión. Empero, como todos nuestros actos, aun cuando sean insignificantes, tienen sus consecuencias, la suya tuvo una fatalísima: su queridísimo compañero, Patroclo, fue eliminado de la faz de la tierra a causa de combatir en singular liza con Héctor, el de tremolante casco, hijo de Príamo, pensando que al que le asestaba su espada era el velocípedo Aquiles. A causa de la muerte de Patroclo, fiel amigo, Aquiles buscó a Héctor con el fin de segar su alma.

Cuando por fin los dos héroes se encontraron, Héctor huyó en torno a la sólida muralla de Ilión, como si fuera un ciervo que, en su conato de huir, intenta escapar de las saetas, mortíferas, de los cazadores y los perros de caza. Finalmente, Héctor cae en el ardid de Atenea, la ojigarza, y su sangre regó por completo la pradera de Troya, a la vista de su anciano padre y su joven esposa, Andrómaca, siendo así una viuda más que la guerra cosecha. Helo aquí ahora, el exámine cuerpo del guerrero de Ilión, alejado de los suyos, en manos de mi hijo, que rehúsa entregarlo a sus legítimos portadores con el fin de que quemen sus huesos. Ante tal situación, Zeus me envió para persuadirle y conmover su ánimo. Pero ni mis melosas palabras le hacen cambiar de opinión: duro como el hierro es su corazón. Desea con avidez que se consuma y sea consumido por los perros, carniceros del bosque. No obstante, Febo no deja que el cadáver del divino Héctor caiga en las garras de la inexorable descomposición, a pesar de los maltratos al que lo somete Aquiles. Su cuerpo repele las magulladuras y las laceraciones de su aguda espada. He venido aquí bajo orden del Crónida Zeus para que mi hijo ceje en su cólera, funesta para los aqueos, mas niega mi petición amistosa, beneficiosa para ambos bandos.

Pero, silencio, dos personas más se dirigen a la tienda bien provista de Aquiles. ¿Qué intenciones portan? ¿Buscarán un diálogo seguido de capciosos argumentos o la habilidad del hierro? Es momento de callar y escuchar qué pretenden.

Entran en escena el anciano Príamo con una vestimenta harapienta y seguido de Hermes.

Príamo: Ya van doces auroras sin poder contemplar a mi difunto hijo, ¿cuál será su aspecto, hijo?

Hermes: Según he oído, su cuerpo no se marchita.

Príamo: ¿No estarán tus palabras cargadas de dulzura para no quebrarme?

Hermes: No miento, Príamo: algunos dioses protegen a tu hijo.

Príamo: Tal vez por su piadosa actitud para con los dioses le haya conservado así como cuentas.

Hermes: He aquí la tienda de Aquiles: la única de la que salen lúgubres quejidos.

Príamo: ¡Mil gracias a ti te dedico, séptimo hijo del opulento Políctor!

PríamoWhere stories live. Discover now