Mientras caminaba por el puente peatonal vio la luna: delgada como una esbeltísima navaja sesgando el cielo, hecha de cristal soplado por alguna exhalación celeste que le dibujó de un azul muy pálido. A escasos metros visuales estaba la única estrella de aquella tarde. La luz caía detrás de las montañas salpicando de anaranjado el horizonte que sería inevitablemente sepultado por la noche. Aun así, era una tarde temprana y luminosa donde los personajes principales estaban perfectamente caracterizados, interpretando una epopeya muda la luna y la estrella remontaban el cielo.
La luna daba la espalda a la estrella, notándose inmutable y gélida, desgastada con su propia apariencia, observando su rastro que poco a poco se desdibujaba, tal vez añorando la complejidad de la luna llena. Pero al mismo tiempo, dentro de esa fría introspección, distinguíase un filo de travesía satisfecha. En una postura de divinidad, la luna se mostraba bella, paulatinamente bella, esbelta, confiada, deslavada de experiencia. Con una resignación misteriosa, suspendida en el cielo a pocas órbitas de que su luz se extinguiera, su presencia persistía regia, sin una pizca de vacilación, erguida de tajo ante su muerte. Si tan solo pudiera revelarnos el misterio de su integridad, la ruta que toma para salir de la oscuridad cada día o el remedio de esperanza que la llena de nuevo de vida una vez que por completo se ha apagado su faz.
La estrella buscaba alcanzar a la luna, había adelantado su luz para encontrarse a solas con ella. Impuesta ante la tarde como un lucero, palpitaba en su brillo un pulso distante, (lejanía inmensa). Aparecía como un vigilante al inicio del viaje, cundiendo el espacio desde su esfera. Nunca la abandonaría, aun cuando ya no pudiera verla, seguiría saliendo al encuentro del ocaso, aferrada del cielo, llamante del crepúsculo; la estrella pregonera convocaría la oscuridad.
Después de mirar como la luna y la estrella ocupaban el cielo, extendió sus manos queriendo tomarlas. Luego, al sentir que no podría alcanzarlas se arrojó de pronto hacia el bulevar. Subí corriendo las últimas escaleras para llegar adonde estaba. Me asomé para verla tendida en el asfalto. Cuando lo hice, una mariposa enorme intercepto mi afán. Extendió sus alas volando hacia el cielo. Perseguí con los ojos a la mariposa que emergía de aquel salto. La vi tomar rumbo hacia la noche, y desaparecer.
Fin
Alejandro Aldana Barragán
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Hacia la noche
Short StoryAl atardecer, en un puente peatonal el narrador observa el dialogo de una mujer, la luna y la estrella de la tarde.