-Y ahora levante la pierna y flexiónela,- dijo la enfermera.
Allí, echado en la cama yacía un hombre bastante mayor de tez oscura y ojos castaños. Tenía la cadera lesionada por un accidente que había sufrido al resbalar con una manguera y debía hacer rehabilitación durante los próximos dos meses.
-Ya se le nota mucho mejor, don Alfonso- comentó la joven. -Dentro de poco podrá continuar con su vida normal.
-Eso espero,- murmuró el anciano con voz cansina.- ya sabes cómo está la señora, en mi estado me resulta sumamente difícil seguirle los pasos.
Se escucharon unos golpes:
-¿Ya sales, Alfonso?- preguntó la esposa del anciano con voz nerviosa.
-¿Te lo tengo que repetir por enésima vez, Elvira?- repuso él perdiendo la paciencia.
Se escucharon pasos alejándose y el característico chirrido de una puerta al cerrarse.
***
-¡No irás al parque solo!- aseguró Elvira firmemente.
-No iré solo, ya te lo he explicado, tengo un amigo.- replicó sin darle mucha importancia. Esa discusión se repetía frecuentemente.
-¿Estás seguro?- preguntó angustiada.
-Sí, confía en mí.
-Está bien.- accedió finalmente la señora.
***
Alfonso estaba caminando por el parque. Pensando en otra aventura que pudiera inventarse. Si bien la pérdida de memoria de su esposa era un problema, a veces resultaba una solución. Ninguna persona en su sano juicio le creería a su esposo cuando le contara sobre un amigo que en realidad no existía. Porque eso era lo que Alfonso había hecho, le había dicho a su ingenua esposa que todos los días se encontraba con un hombre llamado Luis, que era médico jubilado y vivía al frente. Cada tarde salía a caminar y pensaba en otra aventura que Luis le podría haber narrado, para luego contársela a su mujer. Ya estaba decidido, Luis se había ido a Corea. Se había llevado consigo a sus dos hijos y uno de ellos se quedó a vivir allá. Perfecto, se lo creería.
***
-Elvira, ya llegué.- anunció el anciano mientras cerraba la puerta.
No se escucharon los pasos de su esposa. Alfonso se empezó a preocupar. ¿Si le había pasado algo? ¿Y si se había escapado de la casa? Ella trataba de hacerlo constantemente, pues olvidaba que esa era su casa. ¿Si había salido a buscarlo al parque porque él no llegaba? Preguntas sin respuesta empezaron a amontonársele en la cabeza. “Aún no entres en pánico, guarda la calma,” se dijo a sí mismo en tono tranquilizador. Caminó rápidamente hacia el cuarto de su mujer. Cuando entro, vio una escena muy tranquilizadora: Elvira dormía en su cama, lo hacía en posición fetal y parecía tan, tan tranquila…
Trató de retroceder sin hacer el menor ruido posible, pero su intento falló. Se tropezó con la punta del sillón y ahogó un grito. Desafortunadamente, Elvira se despertó.
-Ya volviste amor, qué bueno,- exclamó al verlo. -¿Fuiste a caminar con tu amigo Luis?-
-Sí, me cuenta cosas muy interesantes sobre su pasado...- mintió Alfonso.
-¿Por qué no lo invitas a la casa?- preguntó interesada.
-Si, quizás.- respondió él.
-No, lo debes hacer. Pondré una linda mesa y las tazas más finas de porcelana. Sería tan bonito volver a recibir amigos en casa…Sí, lo debes invitar.
***
La tarde siguiente fue igual. La misma discusión para salir, las mismas mentiras al volver. Lo único que cambió fue que ese día Elvira estaba particularmente confundida. Amenazó a Alfonso, le dijo que si no invitaba a su amigo inexistente no volvería a salir a caminar. Eso no podía suceder. Él necesitaba pasear, era parte del proceso de rehabilitación. Tenía que encontrar una solución. Con su esposa mirándolo fijamente y tanta tensión en el aire, aquella habitación no era el mejor lugar para pensar. No le quedaba otra.
-Iré al parque a llamarlo-, anunció finalmente Alfonso. Creía que el aire fresco le daría alguna idea.
Al salir de casa, tenía la mente en blanco. No sabía qué hacer. Tendría que confesarle a su esposa la verdad y sufrir las consecuencias. Justo cuando estaba por darse por vencido, vio a lo lejos un hombre. Era él.
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