―¡Mamá! ―grité desde mi pieza y alargando la última sílaba.
Escuché unos zapateos que se acercaban a mi puerta, eran los pasos de mi mamá a toda velocidad. Es como una estampida. Si estuviese con alguien más en mi cuarto, esa persona saldría despavorida directa a tierra desde mi ventana. Esa sería una buena reacción, nadie quiere morir tan joven. Por mi parte, este caos es pan de cada día. Resulta que todas las mañanas, ese desagradable ruido cumple la función de interrumpir mis preciados sueños. Lo peor es que la escalera de mi casa suena hasta por la pisada de una hormiga, imagina lo que es escuchar a mi mamá subir por ahí y que encima, lo haga como si su vida dependiera de ello. ¿Por qué no tengo una mamá normal que escuche a Luis Miguel o a Chayanne por la mañana? Escuchar Torero siempre será una buena manera de despertar.
―¡¿Qué pasa?! ―exclamó mi madre asustada mientras abría la puerta de mi cuarto.
―¿Viste mi chaqueta de mezclilla? Es que no la encuentro por ningún lado y en una hora más me juntaré con Max y Santi.
―Cabro leso, pensé que sería algo más grave. Ya estás bien grandecito para saber dónde dejas tus cosas. Fíjate en la ropa de tu papá, creo que se coló ahí la última vez.
Había revisado el ropero de papá tres veces, pero que la vieja lo diga con tanta seguridad, te hace dudar seriamente de tu visión de la realidad o como mínimo, de tus capacidades visuales.
―Deben ser los duendes, eso debe ser, los duendes ―repetí excusándome.
Efectivamente, ahí estaba. No sé cómo lo hace esta mujer, pero esto no es ni medio normal, ¿A qué edad se adquieren estos poderes? De seguro hizo un pacto con el diablo. O quizás, es solo una falla en la matriz. Si Lorenzo, justifica tu estupidez. Haré como si nada.
―Vieja, ¿Te dije que eres la mejor?
―Sí, pero nunca está demás escucharlo una vez más. ―Esbozó una pequeña sonrisa―. Abrígate bien, cuídate y avísame cualquier cosa. Si se te hace muy tarde, quédate con Santi. No hagas que me preocupe, ¿Sí?
―Sí, ma. Tranquila, ¿Cuándo he hecho alguna locura? ―Miré hacia un costado riéndome―. En serio, no te preocupes.
―¡Que te vaya bien, dale mis saludos a los chicos!
El camino desde mi casa al centro es un tanto peligroso, las veredas son muy angostas y hay unos cuantos postes de luz que funcionan pésimo, por lo que han ocurrido varios accidentes. Lo bueno es que aún no oscurece del todo, y las distancias son relativamente cortas, así que no demoraré más de treinta minutos en llegar al Wood. Lo malo es que solo basta caminar un poco por estos lugares para que automáticamente se me revuelva todo. Asumo que debe ser la ansiedad de volver al mundo después de tanto.
Este revoltijo dentro mío hace que, por alguna extraña razón, sienta que estoy olvidando algo muy importante y no sé qué es. Y mientras más vueltas le doy al asunto, más confuso se hace. Cada paso es una duda en mi cabeza. Tal vez sea común que te pase un par de veces, pero conmigo es cosa de todos los días. ¿Por qué seré tan distraído?
Emma constantemente me obligaba a repetir cada cosa que tenía que llevar antes de cualquier salida, era realmente tedioso. Era nombrarlas una por una, y se quedaba sentada en la roca de mi patio hasta que estuviese todo verificado. Hasta me obsequió una recordadora de esas que salen en las películas de Harry Potter, esas que se ponían rojas cuando las agitabas. Recuerdo que, en primero medio, solíamos discutir porque todas las mañanas se me olvidaba algo y tenía que volver corriendo a mi casa desde el paradero. Por mi culpa llegábamos tarde a todas partes y la metí en problemas incontables veces. Nuestras libretas estaban llenas del timbre de rectoría y por poco reprobamos ese año por atrasos. Sin embargo, siempre me esperó con su felicidad habitual, y al acabar el día, nunca me reprochó nada. Debería pasar a verla uno de estos días.
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No Mires Atrás
Teen FictionLorenzo decide dejar el pasado atrás, y así reconquistar la vida que una vez tuvo, pero lentamente comienza recordar por qué se alejó de todo. Sus amigos harán lo posible para que no se pierda en el camino, pero, ¿Será suficiente?