El eco del tiempo.

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La vida del hombre suele ser efímera, frágil y un tanto confusa. Todos en todas partes saben eso, pero no todos parecen aceptarlo. Muchos pretenden llevar una vida perfecta, embriagándose en los diversos placeres que ofrece el mundo de los hombres.

Desde finos ropajes, hasta viajes maravillosos, integran ese inmenso horizonte que parece unir a toda la humanidad. Un camino en el que las apariencias terminan teniendo más peso que la realidad. Es el mundo de la hipocresía, en donde unos pocos moldean el cómo debe pensar y sentir el resto del mundo.

Los perfeccionistas, terminan viviendo una vida vacía, orientada a querer aplastar la determinación, de todos aquellos que no estén dispuestos a unirse a su nauseabundo ideal. Esa es la lucha de las bestias que llaman hombres.

Los asesinos parecían estar unidos por uno o más lazos de amistad. Los ladrones no podían evitar estar unidos por pactos de sangre. En definitiva; un mundo decadente, un mundo sin vida, estéril y gris.

En un mundo así, los muertos parecían ser los únicos dispuestos a estar en paz. Pues las penas del alma pasan a ser ajenas al mundo del hombre mezquino. Pero, ¿Y si los muertos no descansan? La historia del mundo, rebosa de leyendas he historias en donde los fallecidos no encuentran la paz. Relatos en donde fuerzas imposibles de entender y controlar, amenazan la cordura de los vivos.

Los hombres más longevos suelen pensar que la idea del alma humana como algo eterno es maravilloso. ¿Qué de maravilloso tiene sufrir eternamente? ¿Vale la pena vivir para cumplir los caprichos de fuerzas, cuyo origen y poder, se desconocen? Son interrogantes que le han quitado el sueño a generaciones completas.

La persona más preocupada por ese paradigma, no era un gran intelectual o el emblema de una generación. Se trataba simplemente de una joven, una pequeña doncella, cuya mirada perdida parecía fundirse en el tiempo. Su piel blanca, sus cabellos negros y su vestido blanco, ofrecían una fiel imagen de su particular belleza.

Descendiente de alemanes, he hija de personajes dudosos (nunca alcanzó a comprender el origen de sus padres), Dana podía presumir de estar emparentada con los más nobles. Pero al mismo tiempo poseía un corazón puro y sensible, capaz de comprender los sentimientos de las personas más humildes.

Sus ojos azules no paraban de observar como la luz del sol la evitaba nuevamente. El invierno se había extendido de tal manera, que parecía que el verano nunca llegaría.

Parecía que estaba atrapada en una especie de círculo vicioso, uno que solo parecía ser interrumpido por el ruido que producían los vivos. ¿Vivos? Así es, Dana es un fantasma. No se trata pues de una metáfora o un mal sueño: ella de verdad es un intruso en el mundo de los vivos.

Día a día los observa con desdén, mientras cada hombre, mujer y niño, tiene algo que ella no: una vida. Todos podían soñar con un mañana diferente, todos podían ser caprichosos o modestos, sin preocuparse demasiado por el futuro. ¿El futuro? Eso es lo que más atormenta a la joven, al estar muerta no posee un futuro.

Cuando alguien no tiene futuro, solo le queda admirar con pasión el pasado. Ese parece ser el origen de la nostalgia. Un deseo incontrolable de reparar viejas heridas, y una sensación de arrepentimiento, en donde la esperanza no parece tener cabida.

Todos esos sentimientos demoledores, acompañaban a la simpática doncella celeste. Sin embargo, su existencia también se veía acompañada por la presencia de Elizabeth.

Sobra pues decir, que el hogar que alguna vez fue propiedad de Dana, era ahora la casa de su nueva "compañera". La segunda jamás se enteró de la presencia de la primera. Pero de algún modo, sus almas daban la sensación de estar unidas.

El eco del tiempo.Where stories live. Discover now