𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟒

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15 de agosto, 1651.Santo Domingo, República
Dominicana.
Causa

Calculo que casi amanecerá por el color del cielo, y este es el momento donde puedo estar segura de que todos están completamente dormidos. Me cambio a un atuendo más adecuado para salir, una vestido suelto muy parecido a mi camisón para dormir, y me coloco unas botas viejas, por si las cosas se complican es más cómodo correr con ellas.

Dejo la carta que le he escrito a mi familia encima de mi almohada, tomo una manta, la valija con mis cosas y me dirijo hacia la puerta. Me detengo antes de salir para dar un vistazo probablemente por última vez a mi habitación, y empiezo a recordar todos los buenos ratos que he pasado en estas cuatro paredes, algo que no podre recuperar no importa si me quedo o me voy, ya no sera lo mismo.

Salgo de mi habitación dirigiéndome silenciosamente hacia las escaleras, bajándolas con lentitud por el crujido que produce al apoyar el pie en ellas. Decido que es más seguro salir por la puerta que está en la cocina, es menos transitada que la puerta principal.

Al llegar a la puerta de la cocina, al borde de la gloria y con la mano puesta en el seguro de la misma alguien me pone una mano en la espalda y contengo la respiración, supongo que no fui de lo más sigilosa.

Estoy acabada, me han descubierto.

—Daniela— pronuncian mi nombre con un suave tono de voz, suelto el aire que he estado aguantando.

—Por el amor de Dios Rosa, me has asustado— volteo a encararla— ¿Qué haces de pie tan temprano?— pregunté para distraerla un poco

—Ordenes de tu madre, ya sabes, hoy es el día especial— olvidé esa orden por completo —. Pero tú mi niña, ¿Qué haces despierta tan temprano y apunto de salir?

—Bueno... este yo... me apetecía salir a dar una caminata, si, eso— me las arregle para decir, en este punto mi garganta se sentía seca.

—Pero si aún no ha salido el sol mi niña, puede ser peligroso que una mujer como tú ande sola a estas horas.

—Mi Rosa necesito despejar un poco la mente, aparte me sé cuidar sola perfectamente bien— asintió con sus ojos entrecerrados, provocando que le mostrara una de mis más nerviosas sonrisas.

—Ya veo, ahora ¿Puedes decirme realmente que ibas a hacer mi niña?— se dirigió a mi con ese tono suave que la caracteriza.

—Yo... quería marcharme, antes de que me case y este condenada para siempre, no he encontrado otra manera que irme hoy, porque si me iba hace una semana, e incluso hace dos días probablemente me hubiesen encontrado y no hubiera servido de nada, pero ahora que me has visto temo que tendré que quedarme aquí y casarme— me expresé rápidamente, tan rápido como nunca en mi vida.

—Daniela— comenzó a reírse moderadamente, como si le hubiera contado el mejor chiste del mundo—. Creí que me conocías mi niña, sabes que estoy en contra de esta boda desde el principio, no veo el porqué de tú preocupación.

—¿Eso quiere decir que no vas a detenerme?— pregunté esperanzada y ella negó con la cabeza— Dios mio gracias" La abrace fuertemente, creo que demasiado.

—Mi niña, me estas ahogando— nos separamos— dejame darte la bendición antes de que te vayas. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que te vaya muy bien en la vida mi niña. No dudes en volver si alguna vez quieres hacerlo.

—Amén. Te quiero— su propuesta de volver me pareció muy noble, sin embargo no podía tomarla porque mi falla mi familia no la perdonará con facilidad, sobre todo mi madre.

—Yo también te quiero mi niña— a este punto ya teníamos lágrimas rodando por nuestras mejillas.

—Adiós— dije para voltearme y abrir la puerta. No miré atrás, nunca lo hice.

Salí de mi casa y comencé a caminar hacia el muelle, no era ningún problema para mi caminar la ciudad a oscuras, conocía el pueblo con los ojos cerrados, el problema es que las mujeres no suelen salir a estas horas de sus casas por lo que iba caminando con la manta alrededor de mi cabeza. Duré casi nada en mi recorrido. Cuando alcance a ver el muelle ya el sol comenzaba a salir por el horizonte, y con eso ahora podía distinguir bien a las personas que estaban allí. Hay alrededor de 100 hombres poblando la zona me atrevo a decir, uno en particular que sobresalía entre ellos y ese era el señor Nau. Estaba gritando y dando órdenes para poner en marcha su navío y zarpar. Hago mi camino hacia él rápido, por suerte hay otras mujeres aquí despidiendo a sus maridos, pero no puedo descuidarme porque la mayoría de la ciudad me conoce y sería extraño que la novia esté en el muelle el día de su boda para despedir a nadie.

— Señor Nau" Le toco el hombro y éste se gira sorprendido.

— Señorita Calle, ¿Qué hace usted aquí? No me diga, algún pariente suyo esta a bordo de mi tripulación y ha venido a despedirlo.

—De hecho es todo lo contrario— me miró con cierta curiosidad—. He venido a unirme a su tripulación— hablé firme y segura.

—No sabia que las mujeres podían contar chistes— dijo soltando una gran carcajada, llamando la atención de las personas al pasar.

—Estoy hablando en serio señor Nau" traté de soñar lo más imponente que pude.

—Ya tenemos a las mujeres que cocinaran y limpiarán, tener más sólo seria un estorbo, mi respuesta es no.

—Pero realmente no tiene a nadie de confianza ahí dentro— señalé el barco. Mi mente buscaba una buena razón, una convincente, no puedo rendirme tan fácil—. Estoy segura de que me conoce mejor que a todos estos hombres juntos. Además, ambos sabemos que todos los hombres tienen tres puntos débiles, la bebida, el oro y las mujeres, y yo no soy precisamente fea, puedo servirle como objeto de distracción, un cebo" lancé mi última jugada, no iba irme tan fácilmente—. Piénselo señor Nau, ambos salimos ganando.

—¿Y tú que sales ganando en todo esto? Hasta donde sé hoy vas a casarte— tanta confianza que se tomó el atrevimiento de tutearme.

—Libertad. No pretendo casarme, y su barco es mi mejor opción de escapar, ¿Qué me dice señor Nau? No le estoy pidiendo unirme a su tripulación, le pido que sea mi boleto de salida, y si se da la oportunidad prometo ser útil. Puede aceptar, y si no está satisfecho con nuestro trato simplemente abandono el barco en la siguiente parada, sin objeciones, y no sabrá nada más de mi— lo observe, pareciera estar pensándolo.

—Es un trato señorita Calle— estrechó mi mano—. Le advierto, no me hago responsable de lo que pueda pasar cuando estemos en alta mar.

—No se preocupe señor Nau, le aseguro que no le daré ninguna molestia y que podre cuidarme sola" dije conteniendo mi emoción, quería abrazarlo, en mi cabeza estaba saltando de alegría.

—Suba al barco Marinera, estamos a punto de irnos.

—¡Si Señor!— hablé no tan fuerte, asumiendo el rol de marinera.

Subí al barco feliz, me dirigí a la popa para admirar el paisaje. El Sol nacía y era algo hermoso, tan hermoso como para pintarlo, tan hermoso como para poder contemplarlo. Me monté sobre mi valija, el salitre me brindaba una vez más ese olor a libertad que tanto necesitaba, las gotas producto del impacto de las olas contra la madera rociaban mi rostro. Podía probarlo, ese sabor a libertad era lo mejor que había probado hasta ahora.

Poco tiempo después zarpamos, el viento leve, el cantar de los pájaros y la bulla de las gaviotas, una imagen espectacular. El pueblo cada vez se hacia más pequeño a medida que nos alejábamos. Dejando ahí todos mis recuerdos, mis seres queridos y lo que había sido mi vida.

Finalmente, sentí esa paz que no tenia desde hace mucho tiempo.

Mar dorado /Caché/ pausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora