Dolor bajo burbujas

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Había pasado una semana desde que se la llevaron, me habían prohibido ir a verla ya que creían, que si la veía empeoraría su situación. Una noche de jueves, no aguanté más y rompí las reglas, escabulléndome hacia el hospital y la Madre Olga me descubrió corriendo hacia la ciudad, y mi castigo fue limpiar las habitaciones de todas por un mes. No obstante, cuando terminaba, me divertía mucho en el campanario esperándola llegar. Como ahora, pero sólo llegó la bruja mayor.

-Mañana regresará con nosotras la hermana Gabriella- anunció la Madre Olga

Tras escuchar esto, aullé a la ciudad mi felicidad bajando con emoción, sintiendo las miradas de desaprobación de todas que no me pudieron importar menos, preparé un ramo de hortensias para cuando regresara, pero no tenía la menor idea de dónde encontrar un jarrón que estuviera disponible. Entrando con mi ramo, encontré al padre Sergio, con nervios retrocedí; en ese momento recordé las palabras de mi hermana forzándome a darle una oportunidad, si quería ser cómo ella, debía empezar a creer en los demás, incluso si no me dan buena espina, como este hombre que no me ha dejado de sonreír.

-No te haré daño linda, si quieres un jarrón, hay uno en mi oficina- emocionada comencé a correr, pero me detuve rápidamente recordando que debía ser amable

-Muchas gracias, padre Sergio- ni siquiera escuché su respuesta

Mi velo se cayó de tanto correr, con mi pie lo recogí dejándolo en una de las dos sillas que estaban frente al escritorio. El jarrón se encontraba a una altura que no podía alcanzar a menos que me pusiera de puntas, dejé el ramo en la mesa abrazando el jarrón con mis manos, mis pies se tropezaron haciéndome golpear la cabeza contra uno de los cajones.

-¡Auh!- me quejé recordando que tenía un objeto en brazos, exhalé viendo que estaba a salvo

Puse el jarrón junto a mí, pasando mi cabello a mi pecho, notando que ya estaba largo, no quería cortármelo, adoro tener el cabello así, el problema es que cada vez era más difícil de ocultar a las brujas del convento.

"Cuando venga Gabriella, le pediré que me haga trenzas" sonreí viendo hacia arriba descubriendo que había dejado abierto el cajón por el golpe.

Pero cuando lo iba a cerrar, vi un par de esposas en medio de este. La única razón lógica que hallaba, era que quizás ser policía era su segundo pasatiempo. Las saqué recordando varias películas de acción, aunque rápidamente las volví a guardar.

"Sus razones tendrá" pensé cerrando el cajón

Regresé emocionada a mi choza, subí a mi cama dejando el jarrón en el suelo, dispuesta a abrazar mi peluche de conejito con mucha alegría, miré el techo de mi pequeña choza, estaba lleno de estrellas que ambas pintamos, y sin poder esperar, apagué las luces de navidad que cruzaban mi cabecera yendo a dormir.

Era la única que estaba esperando en la entrada, no me molesta, al menos así no voy a estar sintiéndome mal por miradas groseras. Me había levantado temprano para limpiar la iglesia y así ser la primera en recibirla. Apreté el jarrón emocionada al ver a la patrulla llegar, con cuidado bajó y con una sonrisa me saludó.

-Te hice esto- ofreciendo las flores se alegró

-¿Tu sola?- alce mis hombros

-Nope, el padre Sergio me dio el jarrón-

-Oh, olvidaba que tenía que hablar con él- la madre Olga salió apartándome algo brusca

-Bienvenida de vuelta Gabriella, la iglesia no es lo mismo sin ti-

-Lo sé- ella la apartó acercándose a mí para acariciar mi cabello

-El padre Sergio fue a la ciudad, no vendrá hasta el atardecer, estos trenes, no entiendo por qué siguen aquí- con la mirada alegre me pidió que la esperase en la choza

AnnieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora