Capítulo 8

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"Union"

Grecia, Athena.

Enero, 10 de 1750

Una lluvia torrencial poco común caía sin piedad encima de una joven pelirroja y su caballo. Este corría a galope a pesar que las gruesas gotas de agua dificultaban la visión, y estaba más decir que se encontraban completamente empapados, destilando agua por todos lados. Ella maniobró al semental lo mejor que pudo para que este no se resbalara en el fango, ya que por lo oscuro de la noche y lo fuerte de la lluvia sería un completo milagro que no tropezaran.

Vorwärts, Hartwig, casi llegamos.

Finalmente, respiró aliviada cuando llegaron a salvo al establo donde refugiaba al animal en esos tiempos de lluvia, ya que normalmente estaba libre pastando por los campos, y con un solo silbido de porte de ella y ya venía a su lado sin dudar... sin lugar a dudas era su más querido amigo.

Bajó de la montura teniendo cuidado de no resbalarse, tomando las riendas y guiando al Holsteiner al interior del establo donde se encontraban otros caballos resguardados en sus cubículos. Un intenso escalofrió recorrió su cuerpo al tiempo que agarraba un trozo enorme de tela para secar al semental. Sinceramente estaba muerta de frió, pero ese trapo solo serviría para cercar a uno de los dos, y prefería que fuera Hartwig, dado que no deseaba que se enfermara por su culpa, y total, fue ella que lo hizo galopar en medio de la noche; aunque en su defensa, la lluvia fue una total sorpresa a pesar que el clima de esa época era húmedo, pero nunca pensó que fuera a caer un diluvio tan fuerte como aquel.

Con un tembloroso suspiro terminó de secar a su caballo, dándole una palmada en el cuello con cariño. Luego volteó un poco su rostro para observar a fuera del establo que no era totalmente cerrado, y a según por las nubes la lluvia no tenía intenciones de detenerse pronto. Ir en ese momento al sexto Templo Zodiacal con semejante diluvio no será muy inteligente de su parte, tantos escalones empapados, la noche sin luna y más su cuerpo entumecido por el gélido frió la hacía más torpe de lo usual, por lo tanto, no presagiaba nada bueno que subiera en esas condiciones.

El caballo resopló levemente y toqueteó su hombro con su morro con afecto, y Shea no pudo evitar sonreírle con ternura.

—No te preocupes, amigo, no pienso ir a ningún lado, más bien me quedare aquí hasta que la lluvia pase —dijo acariciando al equino por debajo de sus ojos. Su caballo era lo suficientemente grande como para ocupar todo el espacio, así que no le quedaba de otra más que agrupar un poco de paja para sentarse y recargar su espalda en la pared de madera, justo al lado del cubil de Hartwig. Volvió a soltar un largo suspiro mientras recogía sus piernas y las abrazaba, intentando controlar los temblores que atravesaba su cuerpo. Rezaba para que cesara un poco el aguacero para así poderse marcharse a la seguridad de su acogedor y cálido cuarto, y no estar en esa situación casi congelándose del frió, completamente empapada hasta los huesos, además de exhausta.

Ese día le había hecho un favor a Connor, la sanadora que ahora residía en el Santuario y compañera de Regulus. A la joven rubia le había llegado una misiva de una aldea vecina a Rodorio, donde al parecer había una familia muy enferma que necesitaba con urgencia atención de alguien experimentado, puesto que el curandero del pueblo no pudo hacer mucho por ellos. Y dado que el joven León estaba de misión le había pedido a ella muy amablemente si podía llevarla lo más rápido posible en su caballo, y ya que no quería molestar al resto de los Santos Dorados se lo había pedido a ella. Siendo sincera consigo misma, no pudo negarse ante esa noble petición, ya que los ojos azules de su amiga desbordaban de inquietud por esas personas desafortunadas.

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