Era una tarde de julio muy fría y lluviosa. Clara observaba cómo las gotas de lluvia daban contra el vidrio de la ventana del hospital. Estaba cansada de estar en la cama, cansada de los pinchazos y de los estudios que le hacían a diario. Sólo había una cosa que la animaba: durante los largos meses de internación, se había hecho amiga de Paula. Su nueva amiga era muy alegre y compinche con ella. Nunca le había dicho por qué estaba internada, o tal vez sí, pero poco importaba. Lo que le interesaba a Clara era la tierna compañía de Paula, especialmente cuando se sentía sola y deprimida. "Yo no sé cómo hace, pero cada vez que estoy bajoneada Paula aparece por la puerta y la tristeza se esfuma como por arte de magia," pensaba Clara mientras miraba cómo los árboles de la placita de enfrente se mecían a merced del viento. Justo en ese momento apareció Marta, su mamá. Traía en sus manos unas revistas para que su pequeña hija de nueve años se entretuviera.
Clarita, como la llamaban todos en su casa, no era la única hija de Marta. Mariano de quince y Soledad de siete, completaban el cuadro familiar. Para Marta todo era muy duro porque su esposo la había abandonado a su suerte cuando Soledad tenía unos pocos meses y se le había hecho muy difícil mantener a su numerosa familia. Marta no podía creer su mala suerte: la habían abandonado con tres hijos que criar y hacía unos meses le confirmaron que su hija Clarita sufría una enfermedad cruel e incurable. Ya no daba más. Pero tenía que seguir adelante por sus hijos, y especialmente por Clara.
Durante esos últimos y horribles meses, sintió que no podía con toda esa cruz que Dios le había dado. No entendía por qué su hija, con toda la vida por delante, tenía que morir. "Muerte. Qué palabra tan triste, tan dolorosa, tan difícil de aceptar" pensaba la mujer mientras tomaba la mano pálida y flaca de su hija. La lluvia seguía golpeando los vidrios y el viento era cada vez más fuerte.
- Mamá, ¿cuándo vamos a volver a casa? Yo ya me siento mejor, - dijo Clara. Marta la miró con ternura y replicó:
- Prontito, mi amor. Tenés que ser fuerte y tener paciencia.
- ¿Y Mariano y Sole?
- Tus hermanos están en casa haciendo los deberes por eso no vinieron conmigo. Te mandan muchos besos y me dijo Mariano que te cuente que Matías, ese chico que te gusta del cole, estuvo preguntando por vos, y capaz que te viene a visitar pronto.
- ¿En serio?- preguntó la nena. - ¡Qué increíble! Anduve atrás de él un montón de tiempo y nunca me dio bolilla. Bueno, más vale tarde que nunca.
Marta trató de sonreir ante el comentario de su hija pero tenía un nudo en la garganta que no la dejaba hablar ni hacer una mueca. Disimuladamente, dirigió su mirada a los árboles desnudos cuyas ramas, mojadas y brillosas, se movían de un lado a otro. No quería que Clara la viera llorar porque se iba a dar cuenta que las cosas no andaban bien.
- Mami, ¿por qué no vas a casa que ya es muy tarde? No te preocupes por mí porque siempre estoy acompañada – le dijo Clara. Ya hacía varias horas que su mamá llevaba sentada al lado de su cama.
"Sí, la verdad que las enfermeras son muy buenas con ella," pensó Marta. Era increíble cómo se había pasado la hora. Clara tenía razón. Ya era muy tarde y los otros chicos estaban solos.
- Bueno, mi vida, - le dijo su mamá a Clara – mañana vuelvo bien tempranito y seguro que tus hermanos van a venir a verte porque es sábado y no tienen que ir a la escuela.
Luego de decir esto, Marta tapó bien a su hija, la besó tiernamente unas cuantas veces y salió de la habitación. Clara entendía que su mamá no podía quedarse muy seguido con ella porque sus hermanos también la necesitaban. Justo en ese momento, apareció Paula.

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La mamá de Paula
Short StoryEl amor de madre se puede encontrar en lugares inimaginables