Estar en el hospital ya era parte de mi día a día. Antes eran revisiones, medicaciones, análisis de sangre... Pero, luego del resultado de aquellas pruebas, empecé a pasar más horas de las deseadas en ese lugar.
Todo empezó hace algunos meses. Sentía muchos dolores en el abdomen, vomitaba varias veces al día, e incluso llegué a perder varios kilos en muy poco tiempo.
Mis padres, totalmente alarmados, me llevaron al hospital tras ver que esto no paraba.
Allí me hicieron mil pruebas y análisis, y el resultado no fue otro que cáncer en el intestino delgado.
En cuanto el médico nos dio la mala noticia, intenté ser positivo. Pasaría un mal rato, sí, pero con los avances de hoy en día, más de la mitad de personas con cáncer llegaban a curarse.
Desde ese día, todo cambió drásticamente. Les comenté a mis amigos más cercanos, a mis hermanos y a mis tíos sobre mi enfermedad, y me ofrecieron todo su apoyo. Cada vez que me veían, intentaban animarme un poco.
A pesar de todo, había alguien a quien no quería contarle todo esto.
Daniel. El chico que siempre me había ayudado en todo, el que estuvo conmigo en todo momento. Aquel chico que me enamoró perdidamente, y con el que había empezado a salir por su iniciativa (porque yo era un gallina, básicamente).
No quería decirle nada, porque sería preocuparlo tontamente. Yo me iba a curar, si le decía de mi enfermedad, vendría todos los días a visitarme, y como estábamos en época de exámenes finales, tampoco iba a molestarle así.
Pero, desgraciadamente, las cosas fueron empeorando.
El doctor me dijo, unas semanas más tarde, que no iba a ser seguro que la operación para extirpar el tumor fuera a salir con éxito, así que iban a proceder a una alternativa: crear una nueva derivación de flujo para que los líquidos corporales pasaran por alto el tumor.
Me metieron a quirófano con esa idea, y aún recuerdo la cara de mis padres. Mi madre estaba temblando, y mi padre movía con inquietud sus pies.
Al final, esa operación no sirvió de nada. Eso me comunicó el médico un par de días después de mi recuperación de esta.
Ya sin poder hacer mucho más, me metieron a quimioterapia, aunque fuera para aliviar el dolor que me producía la enfermedad.
Ahí no tuve más remedio que llamarlo, y contarle todo lo que estaba pasando.
Su reacción me dolió más de lo que pensaba.
"—Dime que es un sueño, por favor. Josh, dime que esto es sólo un mal sueño".
No podía mentirle, así que le pedí que viniera al hospital.
Desde ese día, ha estado viniendo a diario, haciéndome compañía, y disfrutando de lo que le queda conmigo.
Porque sí, resultó ser un cáncer terminal.
Unas semanas después de la operación, me trasladaron a cuidados paliativos, y ahí supe que sería mi final.
El dolor que sentía ya no era físico, sino emocional. Sentía impotencia.
Me dolía saber que me quedaba poco tiempo, y que no había podido hacer todo lo que me gustaría haber hecho.
Me dolía no haber pasado más tiempo con todas esas personas que me querían y cuidaban.
Me dolía mirarme al espejo, y ver un rostro cansado, lleno de manchas en la piel.
Sentía rabia y dolor al sentir cómo iba perdiendo el pelo poco a poco, sin poder evitarlo.
También pensaba en el futuro que nunca tendría. Me imaginaba a Daniel y a mí viviendo juntos después de casarnos, adoptando un hijo, envejeciendo juntos.
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Girasoles y Narcisos
RandomUna recopilación de escritos que voy creando con el paso del tiempo. • • • • • La pintura de la portada es "Eco y Narciso", de Waterhouse.