Cita a ciegas

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Buenas tardes.

¿Qué tal estas? Espero que muy bien.

Primero que nada, no te asustes, no te he dejado plantada ni nada de eso.

Debes estar sorprendida y confundida. Lo entiendo. Te debes estar preguntando por qué sostienes una grabadora entre tus manos en vez de estar bebiendo un café con alguien que conociste en un simple sitio web de citas. Pues, antes de que me veas realmente, creo necesario que sepas un poco más de mí. No te confundas. Todo lo que te he dicho estos meses es verdad, solo que he salteado un detalle bastante importante, pero creo que ahora es el momento adecuado para decírtelo.

Durante estos siete meses hemos chateado y hablado un par de veces por teléfono. Dios, me pareces una persona tan interesante, tan serena. Y me fascina saber que nuestros gustos son en sí similares, que ambos preferimos el invierno, las baladas y el café con galletas de anís.

Te imagino y me vuela la cabeza. Tu cabello rubio, tus grandes ojos café, y tus cejas enormes, que según tú son un martirio al momento de depilarlas.

Digo te imagino porque en mi mundo, lo físico es lo de menos, y es porque no puedo siquiera percibirlo. Me alimento de mi imaginación. Seguramente no entiendes nada, y te estarás preguntando por qué en vez de escribirte o decírtelo en la cara, dejo esta grabadora.

Permite que me explique. Pertenezco a ese número pequeño de personas que no ven absolutamente nada. Sí, soy ciego, ciego como un topo.

Perdí la vista hace veintitrés años por culpa de una cirugía inapropiada cuando era tan solo un niño de siete años.

Perder la visión a esa edad fue bastante traumático. Obviamente debía empezar de cero. Fue un desafió tanto para mí como para mi familia.

Desde que soy una persona invidente, todo fue completa oscuridad para mí, tanto mi vista como mi alma. Sinceramente, llegué a anhelar la muerte. Quizás allí, en el más allá llegase a tener el sentido de la vista activado.

La soledad se había convertido en una compañera de vida, junto a mi discapacidad. Y creí que sería así para siempre. Hasta esa noche, frente a mi ordenador, cuando decidí arriesgarme. Solo tres palabras salieron de mi boca: "citas a ciegas". Curioso, ¿no? Y allí decidí registrarme en aquel sitio.

Quiero que luego de que escuches mis palabras, decidas si quedarte en esta silla, o irte. Eres libre de hacer lo que te plazca. Por favor, no tengas lastima de mí. Sigo siendo el mismo que enviaba aquellos mensajes y que respondía aquellas llamadas que duraban hasta las cuatro de la madrugada.

Si quieres irte hazlo, lo entenderé. Si no, solo quédate. Aunque no pueda verte, me encantaría escuchar tu dulce voz y sentir tu presencia. Gracias a ti, volví a ver un poco de luz en mi interior.

Cita a ciegasWhere stories live. Discover now