La corte

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Solo los hijos de Ardel pueden ocupar el trono y, durante años, los descendientes de la mítica ave azul, han mantenido el reino a salvo, perpetuando el linaje con matrimonios cuidadosamente planeados.

Ahora, Richard, el único sobreviviente de la dinastía de Ardel, ha debido contraer nupcias con Damian Al Ghul, descendiente de la gran serpiente negra. Sus pueblos han estado en guerra durante muchos años. Sus costumbres son tan distintas como el día y la noche.

El hijo de Ardel ha sido criado bajo preceptos de belleza, arte y justicia. Mientras que el hijo de la serpiente, obedece a la ley del desierto, la cacería y la predominancia del más fuerte.

No parece que exista una manera en la que aquel matrimonio pueda funcionar.

Los hombres del desierto, detestan las sedas perfumadas de la corte ardeliana. Pero nadie puede negar que, cuando el príncipe danza, la brisa de los jardines armoniza con su respiración, los lirios en el agua resplandecen más blancos que nunca y las nubes, oscuras y siniestras, se mueven lejos de la luna.

Damian afila tranquilamente una daga y finge no prestarle atención. Pero es consciente de las miradas que caen sobre su esposo y quisiera clavar el filo de su acero en cada uno de aquellos ojos.

Richard gira risueño sobre la punta de sus pies. Los cascabeles de sus tobillos tintinean y se sacuden, igual que las cadenas de oro que se mecen en su cadera. Parece que ha estado bebiendo demasiado, porque sus ojos, imposiblemente azules, están embargados de una chispeante y errática diversión. Al dar un salto, tropieza y cae. La música se detiene de inmediato, dos doncellas de su corte se acercan presurosas para auxiliarlo. Pero se detienen y se postran sumisas cuando el rey serpiente se levanta de su lugar.

Richard está mareado, tiene las manos sobre suelo e intenta enfocar su atención lo suficiente como para recordar qué movimientos debe realizar para ponerse en pie. De pronto, una sensación ingrávida lo recorre de pies a cabeza y se da cuenta de que su esposo acaba de levantarlo.

— Pero si es el rey serpiente —Su risa no tiene ni un toque de humor y en cambio, sus ojos, se llenan de una tristeza incontenible. Lo ama tanto, pero está obligado a odiarlo.

La corte de Ardel y los hombres del desierto, guardan un respetuoso silencio mientras ambos reyes abandonan el recinto del festejo.

Un amplió corredor de piedra blanca, marca el camino que Damian recorre rumbo a las habitaciones, el peso que lleva entre sus brazos le parece ínfimo. Richard no solo parece una flor, también pesa lo mismo que una.

— ¿Vas a llevarme a tus aposentos? —El rey de ojos azules vuelve a reírse y se acomoda entre los fuertes brazos que le llenan la piel con el calor del sol desértico— Todos hablan de nosotros, saben que no hemos consumado —Espera un instante, anhelando una respuesta, pero no obtiene nada y eso acentúa la corona de espinas que le envuelve el corazón— Ellos saben que nos odiamos... que me odias.

Las cosas han sido así, desde el día de su boda. Damian es su esposo, pero solo están unidos por el título y la corona. Ese hombre del desierto no tiene corazón y si lo tuviera, él se contentaría con poseer solo un pequeño espacio dentro de él.

En la habitación real hay una enorme cama nupcial que nunca han compartido. Cuando Damian va a bajarlo en ella, el rey de Ardel se opone y forcejea hasta que logra poner los pies sobre el suelo. Uno de sus velos se quedó atorado en una saliente de las hombreras de su esposo, así que le da un tirón para romper aquella línea vaporosa que los une.

— Puedo encargarme a partir de aquí —Protesta con acidez sin darse cuenta de que sus ojos comenzaron a derramar lágrimas desde que Damian se negó a responder a sus palabras. — Retírate, rey serpiente.

Pero el hombre del desierto no obedece. En cambio se acerca a él y levanta una mano. Richard se estremece y cierra los ojos, como si tuviera miedo a ser golpeado.

El arrastre de unos dedos tibios y ásperos, le seca las lágrimas. Cuando se atreve a mirar de nuevo, su esposo ha deshecho la distancia que los separaba y, dominante, lo envuelve y lo abraza, haciéndole sentir que se hunde de forma deliciosa en una duna ardiente de arena dorada.

Damian le está quitando el traje ritual de danza. Sus cadenas, sus cascabeles y campanas, forman una breve melodía al caer directo. Su mareo se incrementa y su esposo lo ayuda a mantener el equilibrio mientras desarma los broches de sus velos.

Richard está desnudo ante aquella mirada verde. Y no se trata solamente de su piel expuesta, sino del temblor ligero en sus manos, del rubor en sus mejillas, del latido frenético de su corazón y del anhelo que lo invade haciéndolo sentir la necesidad de suplicar.

Pero es el último hijo de Ardel. Así que intenta recomponerse, da un paso hacia atrás porque necesita distanciar su cuerpo y sus emociones. Damian no está tan alerta como instantes atrás, porque no puede evitar que tropiece y caiga sobre la cama.

El lecho lo recibe en sabanas perfumadas y pétalos de flores azules.

Está tan borracho que ni siquiera puede pensar en su propia dignidad y esa risa fría le vuelve a brotar mientras se rinde a la certeza de que se ha condenado a vivir en medio del odio. Las lágrimas vuelven a vencerlo, poco a poco su risa se quiebra en un sollozo, se envuelve a sí mismo en un abrazo y se hace un ovillo tembloroso.

El seguro de la puerta le indica que Damian se ha marchado, pero lo desmiente el peso evidente que hunde el colchón a su lado.

El rey serpiente le toca la espalda, rozando hacia abajo una vértebra tras otra. Richard está confundido, se gira despacio. Sabe que debe lucir arruinado, con el maquillaje azul de sus ojos indefinido, y sus cabellos desordenados.

— ¿No vas a marcharte? —Pregunta con un susurro que no quiere que suene de ninguna manera en especial.

— Esta noche, no.

Su esposo responde y eso le congela la respiración. Se aventura despacio, acercándose más al cuerpo de Damian, que le ha puesto una mano sobre la curva desnuda de sus caderas.

— ¿Vas a hacerme el amor? —Murmura y siente que ha dicho algo tan equivocado que se le aprieta el estómago. Aun así, está expectante a la respuesta, con cada uno de sus sentidos.

Damian niega y el hijo de Ardel siente que va a morir en ese mismo instante. Pero su esposo demanda sus labios, se impone sobre su cuerpo, lo aplasta de manera deliciosa contra la cama. Sometiendo su voluntad con aquel beso que dura solo un instante y al mismo tiempo, una eternidad.

— Cierra los ojos y duerme.

La orden no suena como tal, y pierde más fuerza cuando Damian lo acomoda de nuevo cerca de él, ofreciéndole uno de sus brazos como almohada.

Richard está confundido. Quiere decir algo, preguntar mil cosas, pero su boca está llena del sabor de su esposo. Su mente atribulada ha comenzado a ceder a los excesos del alcohol y para ese punto no está seguro de si lo que ha pasado es real o solo un sueño templado en sus deseos más profundos. 





Notas de  autor: 

Originalmente esta historia estaba pensada para ser solo un pequeño capitulo. Pero me quedo con ganas de que resuelvan sus emociones. 

¿Les gustaría leer más de este AU? <3

Gracias por las estrellitas y los comentarios~

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2019 ⏰

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