Vuelta al pasado

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Estaba paseando cuando acabé en ese mismo lugar, como otras tantas veces hice durante estos últimos años, pero sin ti. Ese lugar bañado por las tranquilas aguas cristalinas, donde se reflejaba el espléndido color del atardecer, acompañado de una suave brisa la cual traía tantos recuerdos a mi perdida cabeza. Me senté sobre aquella fina arena, cogí un puñado y se escurrió rápidamente de mi mano, con la misma rapidez en que todo se esfumó. Entonces, justo en ese momento fue cuando volvió aquella sensación que todos los días sin falta aparecía, ese profundo dolor que tenía principio pero no fin. Tenía profundas punzadas en el pecho, y cuando trataba de respirar el dolor se agrandaba, lo cual se me hacía muy pesado. Y pensar que alguien es capaz de hacerte sentir así. Trataba de alejar ese intenso pasado de mi presente, no olvidar, tan solo hacer ese recuerdo llevadero. Querido y odioso amor, eres el único capaz de hacerme sentir inmenso y ridículo a la vez. Digamos que ahora mismo paso por el segundo sentimiento que he nombrado. Ahora es cuando me viene a la mente la historia de nuevo y me pongo a recordar, como si todo hubiera sucedido ayer.

         Yo tenía por aquel entonces unos catorce años recién cumplidos. Era aquella época de la adolescencia en que todos empezábamos a salir por ahí de verdad, la época en que cada uno de nosotros tomaba su propio camino sobre qué nuevos aspectos de la vida buscar en ese momento: algunos de mis amigos iban a discotecas, otros ya empezaban a tener novia, también habían los que ya empezaban con los vicios (tabaco, alcohol, drogas..) y, por último, aquellos en que el deporte o los estudios eran lo primordial para ellos. Digamos que yo era una mezcla de algunos. Iba a alguna que otra discoteca, sabía qué sabor tenía el alcohol, también lo asqueroso que era tragar el humo del cigarrillo y era bueno académicamente. Tan solo fallaba una cosa, el amor. Dichoso sentimiento del cual escuchaba tanto hablar y veía a tantos padecerlo en ambas de sus fases. Mi mejor amiga siempre me decía que el amor era lo mejor y lo peor que te podía ocurrir. Me contaba todas las características de dicho sentimiento, del dolor que puede llegar a suponer perder a la persona por la que tanto sientes. Yo no le daba importancia alguna, incluso me reía de quienes lloraban por haber cortado una relación con su pareja, puesto que nunca la había tenido ni la buscaba.

Era una calurosa tarde de verano, habíamos quedado todos en la playa. Allí, uno de mis amigos nos presentó a tres amigos suyos: Héctor, Alba y Paula. Con quien mejor me llevé fue con Paula, la cual me llamó la atención des del primer momento en que la vi. Nunca nos separábamos el uno del otro, pronto creamos una buena amistad entre nosotros, hasta que en un anochecer  de muchos que pasábamos juntos en la playa, contemplándola mientras con su delicada mano se apartaba ese suave pelo castaño claro y como la luna se reflejaba en esos intensos ojos verdes fue cuando me di cuenta de que quizás sentía algo más allá que una simple amistad hacia ella, pero tampoco quise aceptarlo, ya que no creía en el amor y también era demasiado tímido como para mostrarle mis sentimientos a una chica. Paula tenía la habilidad de intuir casi siempre qué me pasaba en cada momento por mi cabeza, y se dio cuenta de que la estaba observando. Por unos segundos sólo se limitó a mirarme fijamente hasta que me dijo: Álex, ¿hasta cuándo vas a seguir sin decirme qué sientes realmente por mí? Me dejó atónito, pero me di cuenta de que Paula no había secreto que no hallara en mí encontrar. Le dije: si ya lo sabías, ¿para qué decirlo? Pensé que ese sería el principio de una discusión, pero como usualmente me sorprendió con su espontánea reacción, pues me besó. Ese fue el comienzo de nuestra relación, y fue cuando al fin entendí todo aquello que el amor significaba. Nuestra relación se basaba en darnos afecto, apoyarnos, ayudarnos, pasar el máximo tiempo posible juntos pero también encontrar tiempo para estudiar y estar con nuestros amigos y así no agobiarnos. Yo adoraba a su madre, y ella me trataba a mí como a un hijo lo cual agradecí mucho, ya que yo era huérfano.

Me empecé a agobiar al verme cada día con la misma persona, por una parte sabía que la quería, pero por la otra necesitaba algo más de libertad, conocer y estar con otras chicas sin tener la responsabilidad que conlleva el tener una pareja fija. La dejé. Pasaron los días, al principio me sentí liberado, después empecé a notar un vacío dentro de mí. Entonces, fue cuando entendí qué significaba aquella frase que tanto había oído decir: a veces no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Tuve miedo por si ya era demasiado tarde como para recuperarla, por si ella ya había encontrado a otro y ya no me quería. Armado de valor, me presenté en la tienda de su madre y pregunté por ella. La madre, emocionada al verme de nuevo e imaginarse a qué había venido la hizo venir. Le regalé una concha que recogí la noche que la conocí en aquella playa y le dije que al estar estos días sin ella me había dado cuenta lo grande que era el amor que tenía hacia ella y de que la necesitaba de nuevo junto a mí. Paula, tan dulce e inocente como siempre me dijo que ella había sentido exactamente lo mismo y que para nada renunciaría a volver conmigo.

         Empezamos de nuevo. Los años fueron pasando, crecimos, nos fuimos a vivir juntos. Yo empecé a trabajar como encargado de un cine famoso de la ciudad, Paula era enfermera de un hospital. Nos casamos , compramos un piso y como fruto a nuestro amor fiel e incondicional tuvimos un hijo al que llamamos Daniel. En ese momento yo sentí que había conocido la felicidad completa, que cualquier problema comparado con todo lo que yo tenía era insignificante, que aquella familia la protegería con todo mi ser y nada podría arrebatármela jamás. Me sentía como si estuviera viviendo un sueño del que jamás quería despertar, hasta que empezó la pesadilla que aún perdura a día de hoy.

         Paula dijo que se quería operar para que le hicieran una reducción de estómago. Yo no es que estuviera muy a favor, pero acepté. La operación fue bien, pero maldito el día en que tuvo la idea de quererse operar. Desde aquella operación Paula cada dos por tres era ingresada por infección de estómago o hígado. Me preocupaba el ver que siempre enfermaba, aunque admiraba la gran fortaleza que mostraba y ante el dolor que padecía siempre mostraba una sonrisa. También me entristecía tener que llevar a Daniel al hospital para que pudiera ver a su madre y de que no pudiéramos pasar más tiempo juntos los tres. Empezaron a operarla para quitarle la infección, pero cada vez que le cerraban el corte se le abría de nuevo por otra parte. Los médicos estaban muy angustiados ya que decían que nunca se habían encontrado con un caso igual y no sabían muy bien qué más hacer para curarla, solo trataban de sedarla para que sufriera lo menos posible.

         Paula tenía la sensación de que iba a morir, pero no quería hacerlo en el hospital, no contárselo a nadie para poder disfrutar del poco tiempo que le quedaba. A escondidas le pidió a mi jefe que por favor me dieran las vacaciones en navidad porque eran las últimas que pasaríamos juntos porque ella se estaba muriendo.

         Pasamos las mejores Navidades en hacía muchos años. Al cabo de un mes, la volvieron a ingresar, pero esta vez ya no salió del hospital, murió. Cuando mi suegra me dio la noticia vi mi sueño hecho pedazos, sentí como mi corazón se rompía, como la rabia y la tristeza se apoderaban de mi ser, como una lluvia de lágrimas se asomaba a mis ojos. Me acerqué a Paula, le cogí la mano y le dije: gracias por haber sido una buena madre, amiga y amante. La besé por última vez y leí la carta que me dejó, en la cual me decía que gracias por haber pasado tanto con ella, por haberla querido y por haberla hecho tan feliz y haberle dado un hijo. También me decía que si conocía a otra mujer a la cual querer que estuviera con ella y rehiciera mi vida, que debía seguir y que ella nunca me guardaría rencor por ello, sino todo al contrario, que se alegraría por mí. Esa carta me conmovió tanto, que no pude contener de nuevo llorar. Luego vi que había dejado otra para dársela a Daniel cuando cumpliera dieciocho años. Me fui a casa pensando en cómo debía explicarle a un niño de tan sólo siete años que su madre había muerto y que ya no la volvería a ver más. Tardé una semana en reunir el valor suficiente para decírselo. Aunque Daniel hizo ver que se lo había tomado bien, le sentó muy mal, pues se vio reflejado la falta de su madre en la conducta de los siguientes años, en lo mal que le iban los estudios, etc.

         Tenía ganas de morir para poder reunirme con Paula, pero había una razón que hacía que quisiera quedarme en este mundo, Daniel. Sentía la responsabilidad de cuidarle, de darle todo cuanto quisiera para poder llenar la falta de una madre. Gracia a Dios tenía a mi querida suegra, la cual ayudaba mucho encargándose siempre de Daniel e incluso de mí. Desde ese día sobreprotejo mucho a Daniel, sé que algún día él me odiará por ello cuando crezca, pero a la par entenderá y perdonará el por qué lo hago cuando madure. Si tú me has hecho desvanecerme así, pobre de mí si perdiera también a Daniel.

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⏰ Última actualización: Oct 18, 2014 ⏰

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