El día del Apocalipsis me desperté a la hora acostumbrada: cinco y treinta y cinco de la mañana. Me bebí un café con la mano izquierda en el bolsillo, mirando melancólicamente por la ventana como los primeros rayos de sol, tímidos, bañaban el horizonte.
Siempre había querido hacer eso.
Me aseé con agua fría para espabilarme. Me vestí el mismo traje de oficina que llevaba hace doce años.Llegue a la oficina a las seis y dos minutos. La explanada que antecedía a la puerta estaba desierta. Subí los tres pisos en ascensor. Siempre había querido intercepta la puerta de elevador con el portafolio, así que lo hice, aunque no había nadie para verlo.
Caminé por el pasillo hasta mi cubículo. Los demás empleados seguían sus vidas aburridas y llenas de restricciones morales y filosóficas. Mientras yo estaba libre de esas ataduras, para vivir lo poco que quedaba. Me senté en la silla de mi escritorio, abrí el explorador del ordenado y tecleé mi nombre en el buscado: no hubo resultados.
Sonó la campana de las diez, así que fui al salón a almorzar. Allí también seguían las mismas personas, con su rutinaria y monótona vida, guiada por infinitas normas sociales, yendo por la carretera transitada por sus antepasados y marcando el camino para sus descendientes.
Me paré frente a la maquina de café, como no tenía dinero encima, metí la moneda de la suerte que llevaba en mi cartera. No la iba a precisar más y mucha suerte no me había dado tampoco.
Me senté sobre la mesa el comedor a tomarme el café. Los presentes me miraron extrañados y molestos. Dos hombres se me acercaron. Los había visto antes, era dos lame botas. Uno de ellos me pidió, no muy amablemente por cierto, que me bajara de la mesa. Miré al hombre, luego al otro y de nuevo al primero. Tomé de un trago la mitad de mi café caliente y el resto se lo arrojé al rostro al sujeto. Los presentes se espantaron, algunos salieron corriendo, mientras el hombre tomaba su rostro con ambas mano.
El otro tipo me golpeó en la nariz y me lanzó de la mesa, al caer me golpeé contra la maquina de café. Me puse de pie pero otro puñetazo me lanzó contra la maquina nuevamente. Pero esos golpes no me dañaban, ellos no podían hacerlo y eso les molestaba más. Continuaron golpeándome: un derechazo a la mandíbula, un izquierdazo al mentón, unos rodillazos y algunas patadas. Pero nada servía, yo continuaba intacto, tal vez un poco cansado, menos que ellos igualmente. No entendían como podía pasar. No podían hacerme daño, nada podía, bueno, casi nada. Uno de ellos me golpeó con una silla del comedor; este golpe me hizo perder el equilibrio y caí por la escalera. Tenía veintidós escalones, tal vez me saltee alguno al caer, pero creo que me golpeé contra la mayoría. Luego me puse de pie, sacudí el polvo de mi traje y miré a mis compañeros en lo alto de la escalera. Sus expresiones eran increíbles, una mezcla de sorpresa, temor y una especie de admiración.
Les extendí mi brazo derecho y les hice un gesto con el dedo pulgar hacía abajo, al tiempo que reía. Todos salieron espantados cual gallinas asustadas.Les seguí, caminando, con calma, respirando profundamente, disfrutando cada bocanada de aire. Aun me faltaba una cosa por hacer, algo que al igual que las anteriores, se me había negado por diferentes razones. El jefe me interceptó. Jefe de piso, no era más que otro bicho de basurero con aires el rey león. Ese que es simpático en la entrevista y luego mantiene la pistola cargada en tu cien todo el año.Saqueé mi mano derecha del bolsillo, lento, y le apunté como hacen los niños jugando a los vaqueros, con los dedos índice y pulgar extendidos.
–¡Bang! –dije seriamente y jalé el gatillo imaginario. El jefe se sobresaltó, al igual que los demás. Esperaba algo, sin duda había sido advertido sobre lo sucedido en la escalera. Luego se rió, algo tímido y después fuerte. Miró a los otro como buscando complicidad y por supuesto estos rieron. Después yo también reí de pronto y fue cuando su cabeza explotó como un globo lleno de pintura roja. Antes que siquiera el cuerpo inerte del jefe cayera al piso, los presentes corrieron y gritaron como si superan lo que se avecinaba.
Apunte a los demás con mis mano y...
–¡Bang!, ¡Bang!, ¡Bang!
El proceso se repitió. En unos segundos todas las cabezas habías estallado. La escena se parecía bastante a una deposito de latas de tomate destruida completamente.
Escuché las sirenas de la policía fuera. Atisbé por la ventana, toda la manzana estaba rodeada. No me preocupaba la policía, cosas peores iban a pasar en pocos minutos. No tenía tiempo de bajar en ascensor así que me lancé por la ventana, ante la mirada atónita e los policías.
Caí los tres pisos, mientras el viento acariciaba mi rostro, hasta que el pavimente lo interrumpió.Me puse de pie, acomodé el nudo de mi corbata y caminé con las manos en los bolsillos sobre la explanada rodeada de policías. El cielo se había abierto. Todos lo miraron. Era una gran boca, una grieta rasgando el firmamento. Desde el espacio llegaban los seres que traían el fin.
El Apocalipsis había llegado
–Bang!, ¡Bang! –dije...
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Bang, bang heart
Science Fiction¿Qué harías si supieras que estas viviendo el último día de tu vida?