Capitulo 2

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          Cuando dormía soñaba que Elena y papá la llevaban de la mano a la escuela. Muertos sus recuerdos, pues no era capaz de distinguir si aquella visión era un sueño o verdaderamente, alguna vez en su vida, había tenido unos padres, y ella, una vida normal. En sus sueños todo era suave, no había palabras que cortaban como lijas, no había cuchillas deslizándose por sus tobillos, la sangre no existía ahí. Las agujas no podían calar hondo, sus brazos eran de algodón de azúcar, los cuales olvidaba que si seguía mordiendo desaparecerían. Pero eso no importaba, ya no. Mientras que andaba con Elena y papá de la mano, frente a ellos, pasaba una caravana de fantasías incumplidas, de momentos corrompidos que dentro de su mundo se remendaban y renacían en forma de esperanza, sin embargo siempre despertaba. Pero eso ahora no importa. En aquella caravana desfilaba las rutinarias mañanas en el instituto, unos recreos llenos de amigos y palabras bonitas, las amistades que durarían eternamente y la vida normal que tanto ansiaba tener. Cuando la caravana pasaba de largo llegaban a una casa, donde al entrar había un muchacho vestido de gala, que la abrazaba y le decía que la quería. Todos se sentaban a la mesa, y disfrutaban de un buen almuerzo, acompañado de experiencias, las cuales Clara escuchaba atentamente. Su vida no podía ir a mejor, todo era esperanza y alegría. ¡Cómo le daba las gracias a aquella sustancia que esnifaba! ¿¡Cuándo había podido dormir mejor?! Nunca. Era sencillo, lo dejaba caer en la mesa del escritorio, con una escuadra empujaba el polvo y lo hacía una línea recta, Se tapaba un orificio y con el otro inspiraba, acto seguido su cuerpo experimentaba un balanceo inquieto pero cómodo, su visión comenzaba a nublarse y su corazón a latir lentamente. Después entraba en aquel mundo, en su mundo ideal. Donde podía ser feliz, donde nadie le pegaría, nadie le diría que fue un error, que por su culpa su madre estaba muerta. Pero siempre despertamos, y al hacerlo, solo ella entraba en una pesadilla.

Al abrir los ojos levantó la cabeza del escritorio, el cual dejó empapado de babas. Al levantar su culo del asiento sintió fatiga. Vómito, quería vomitar. Andaba lentamente hasta el baño, era habitual. Aquella sustancia, las anfetaminas le provocaban el vomito. Ella solo se tendría que poner de rodillas y dejar salir todo, era sencillo, cuando lo haces unas cuantas veces. Incluso ella misma se lo provocaba. La primera vez se metió los dedos hasta la uña, pues tenía miedo, pero así no iba a conseguir quitarse ese malestar, así que con osadía introdujo los dedos, dos en total, hasta un poco mas pasada la lengua, pues no hizo falta más, acto seguido su mano se cubrió de vómito. Sintió ese pequeño instante de atragantamiento, para luego no sentir nada. Se limpió la boca con la manga de la sudadera, la cual estaba echa un asco. La llevaba puesta desde hacía dos días, no se había cambiado de ropa, pues no tenía mucha. Tras conseguir un dinerito por venderle marihuana a Alicia, una chica de dieciocho, decidió comprarse una sudadera gris, con el símbolo de lo que parecía ser una universidad. Ficticia, real, ella nunca lo sabría pues no habló nunca de universidades. Aquel estercolero donde vivía...Monica le prometió ayuda, le dijo que le ayudaría a, al menos, tener limpia la casa, pero había pasado un años y dos meses, y la casa seguía acumulando mierda. Clara tampoco predijo con el ejemplo, tuvo oportunidades de limpiar, y no solo la casa. Marina Valdemoro, la hermana de su padre. Cuatro días después de la ¨desaparición¨ de Elena, su tía fue a visitarles, aún la casa estaba en condiciones. Su padre la mandó a su habitación para que dejaran a los adultos hablar. Pero Clara estaba inquieta, había dejado de ser una niña hacía tiempo. Pudo escuchar como su tía quería llevársela de ahí. ¨Primero Nicolás, y ahora a su madre...No puede seguir aquí, ¡Es una niña! ¡Dios mío tiene que vivir lejos de la tragedia!¨ escuchó. Encima de esa frase escuchaba múltiples no. Su padre intentaba convencer a Marina de que una niña debía vivir con sus padres, que él seguía vivo, podía mantener a su hija. Su hermana intentaba por todos los medios convencerle, fue a la casa dos veces en semana, hasta que un día...simplemente no volvió. Tuvo hasta diez oportunidades de cambiar su vida, de limpiarla, pero optó por continuar con la acumulación, metía la basura en el armario, confiando en que la capacidad de este fuera infinita, sin embargo las puertas dieron de sí, y la mierda salió disparada llegando a rincones insospechados. Y ya no había oportunidad de limpiar aquel estropicio. Era imposible, pues en ese basurero no solo había lágrimas, agujas y sueños, sino un cadáver. Clara se lo pidió innumerables veces, le rogaba que la dejase ir con su tía, que estudiaría, que sería una mujer de provecho...Sin embargo a todos se nos muestran nuestros verdaderos colores, tarde o temprano, ¨Tu lugar es este, ¿quieres estudiar? Hazlo, pero recuerda que alguien tendrá que hacer de comer, planchar, limpiar...Y yo..yo no sirvo para eso. ¿Quieres ser una mujer de provecho? Empieza planchando el uniforme de tu papá, él está muy cansado.

¨ Y como si un rayo hubiese partido en dos su corazón, se olvidó de los estudios, y mucho más de limpiar. Él tampoco la obligó, nunca. Clara despertaba día tras día, para hacer lo mismo, nada. Se pasaba las horas muertas en su habitación, tumbada boca arriba. El techo era plano, hasta que una tarde, en él, comenzó a vislumbrar siluetas, eran rostros, Nicolas, Elena...Cuanto más tiempo pasaba en esa casa más los recordaba. Cuando ponía un pie en el salón seguía encontrándose con las piernas escuálidas de su hermano, flotando en el aire. Desde la cocina procedía un olor a carne quemada, que no le era para nada apetitosa, su casa era el campo de batalla más terrorífico e insano del mundo. Ahí empezó su aventura en las calles. El aire fresco no tenía precio para ella, era su primera droga, una calada de aire fresco abría sus ojos, y dejaba que la luz del sol la guiase, merodeaba las calles próximas al instituto, y si eso, de vez en cuando, daba un pequeño vistazo al recreo. Y las veía, observaba a la clase de persona que deseaba ser. Moría en deseo de ser aquel niño con gafas que hablaba con otros niños sobre videojuegos, se preguntaba como de bien debía sentirse aquella niña con esas deportivas nuevas, mientras que todos los demás expresaban su envidia. Clara también la envidiaba, no por esos zapatos, sino por el simple hecho de que no era ella. Aquella niña no era Clara, era Eva, Julia, Andrea...No era ella, y ese era el motivo de aquel sentimiento que le quemaba el corazón. A unos metros del instituto había una pequeña plaza, por donde siempre pasaba Clara para volver del colegio. Siempre en su trayecto de ida unos chicos un poco desaliñados le llamaban para que se acercara a ellos, y como es normal, Clara, los rehuía. Sin embargo ese, era otro día, y más daño que el que ya sufría no podía ser concebible. Ahí estaban, en vez de ser personas echadas a perder parecían arboles, cuyas raíces penetraron hondo bajo el asfalto de la plaza, aquel sitio les pertenecía, dijese lo que dijese la gente, aquella plaza estaba limpia, pulcra. Ni un solo papel en el suelo, las papeleras bien puestas, sin ningún daño, sin ninguna pintada. Aquellos tres chicos mantenían aquel sitio limpio, pues el hecho de querer ensuciarte y matarte, no implicaba que el resto debía de sufrir las consecuencias. Se acercó con cautela y cierto respeto. El chico del diente de oro levantó la mirada, con el papel de fumar entre los dedos, con el codo llamó la atención del que estaba medio dormido. Y este ni siquiera se dignó a llamar al tercero, el que estaba dormido. Clara levantó el pie y se subió al banco, o les miró, pero no podía evitar pegarles el ojo. El chico del diente de oro dejó escapar una risa burlona, y terminó de liar el porro, el medio dormido se lo encendió, y segundos después, sus caras de preocupación tomaron una expresión muy diferente, indiferencia e incluso algo de alegría. Clara podía identificarse con aquellas caras de preocupación y tristeza, pero ¿aquella de gozo? Sería un milagro sentir eso, felicidad. Tragó saliva y miró con gula aquel arma que estaba entre los dientes del segundo chico. Este miró al del diente de oro, y se lo sacó de la boca.

-¿Quieres una calada?

Clara asintió temblorosa, se acercó al chico, sentándose en el suelo. Tomó el porro, lo colocó entre los dientes y inspiró de manera torpe, firmando su sentencia de muerte. ¡Pero que muerte! Dejó caer su espalda contra el suelo, y vio como las nubes que presentaban formas disueltas se unían, formaban todo lo que ella quería, lo que imaginase. Imaginó pues una casa, con unos padres cariñosos y buenos, un chico sano, una niña feliz y sin miedo. Su corazón volvía a latir. Aquel humo mortal estaba cosiendo poco a poco su corazón. Las puntadas eran salteadas e imperfectas, pero su corazón estaba arreglado, aquel humo salió por su boca, pero dejó una ayudita en su cabeza. Aquel miedo a volver a casa, a ver a su padre se había quedado fuera, el humo les había cerrado la puerta en las narices. Un cálido abrazo que empezó a sentir por la espalda, que terminó en su pecho, se sentía frenética, pero de alegría. Estaba feliz de no sentir miedo, feliz de no ver a su madre, a su hermano. Un increíble sentimiento de alivio, pero que se fue. Se esfumó como lo que era, humo.

Su corazón volvió a resquebrajarse, su cabeza volvió a tener miedo, era de noche. Debía volver a su casa. No quería. No podía volver, por ningún concepto. Pisar aquella ratonera una vez más sería insoportable. Al levantarse del suelo derramó un puñado de lágrimas, no pudo contenerse. El chico de los dientes de oro le tocó la mano, dejándole una bolsita transparente. Ahí dentro estaba todo lo que necesitaba, podría volver a ver aquella familia feliz, podría volver a no tener miedo. Su corazón volvería a coserse, pero por poco tiempo. 

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⏰ Última actualización: Aug 01, 2019 ⏰

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