Parte Única.

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Una vez más, se removió en el lugar en el que se encontraba. Estaba sentada en una silla, con sus extremidades amarradas, los ojos vendados y sus sentimientos en la punta de la lengua.

A pesar de que la incertidumbre le invadía, esperó lo que fue necesario hasta sentir que suavemente, sus extremidades eran liberadas con una delicadeza indescriptible. Obviamente, su primer instinto fue quitarse la venda que cubría sus ojos, cosa la cual no pudo hacer.

Distraída con aquél suave tacto en su piel olvidó por completo el hecho de que la oscuridad era su horizonte y firmamento ese instante, pero poca importancia le dió.

Aquel suave tacto se extendió hasta sus manos, tomándolas y guiándolas por aquél piso frío de madera, lo cual hizo que sintiese escalofríos por ir descalza. De nuevo, ignorando la frialdad de la superficie y confiando en aquél tacto desconocido, en silencio, caminó al paso que este guiaba en una dirección desconocida.

Sintió una brisa pesada, como si algo pesado se moviese frente a ella y entonces...

Comenzó.

Una melodía suave y pegadiza empezó a resonar por aquél lugar, momento en el que agradeció no estar amarrada porque podía balancearse al ritmo de aquella melodía también desconocida.

Y justo como ignora la tela que cubría su vista, debió ignorar aquella presencia que se unía a su vaivén.

Claramente era alguien, ¡una persona, vaya! No estaba sola en aquél lugar desconocido, y el tacto de esta persona era realmente suave y... cariñoso, real.

El vaivén se convirtió poco a poco, en una danza de dos. El tacto de ambos parecía tan real y aquella danza, tan acompasada y genuina.

Algo florecía dentro de ella, pequeñito, muy pequeñito... pero fue algo que también ignoró, hasta que acabó la danza y sintiendo manos en su cintura, un mentón apoyarse en su hombro y dulces palabras con tono aterciopelado: "Te lo prometo, estarás siempre segura conmigo."

Y a pesar de que no veía, con una sonrisa de imbécil tatuada en su rostro y manos inseguras, ensució su tez al entrelazar los dedos con equél ser.

El tacto se extendió por diferentes zonas, a diferentes ritmos y en diferentes momentos. Ambos parecían ambobados, y la chica se sentía en las nubes al escucharle.

Tacto. Tacto. Tacto.

Palabras. Palabras. Palabras.

Promesas... Oh, sus oídos fueron acariciados con promesas que incluían al cielo y sus preciosas estrellas.

¿Iban realmente dirigidas hacia ella?

Pero prefirió ignorar las dudas, justo como su ceguera.

Y seguían en aquél lugar desconocido con alguien desconocido, que parecía prometer tanto que ya no veía la hora de sentir algo en su pecho que llenase el espacio preparado para tantas promesas.

Palabras, rayos, tantas palabras.

Continuaron su danza hasta que el tacto poco a poco, se fue convirtiendo en nada.

Y ups, un tropezón. No pasa nada, se apoyaría en su- ¡Mierda! Otro tropezón, ¿donde rayos se- ¡Demonios!

Esta vez estaba en el piso, confundida. Un lugar tan frío y el tacto caluroso ya se había ido.

Confundida, intentó ponerse de pie pero de nuevo, su cara quedó estampada contra el piso.

Con dolor y lagrimas en su cara, siguió preguntando por la compañía que habia tenido hasta ese momento, la cual nunca volvió luego de desaparecer y ella se estampó contra el piso de madera.

Una y otra vez, sin poder ver, porque hasta en ese momento ignoró que una venda cubría su ojos.

Pero cayó. La venda cayó permitiéndole ver lo que la rodeaba.

Se encontraba en un escenario, el telón estaba abierto y habían... habían espectadores que habian comenzado a aplaudir.

Entonces, ahí se acercó esta persona... la cual causó las misma sensanciones anteriores y concluyó que era el de las promesas.

Ni una mirada.

Pero bastó con un frío y aletargado "Reverencia" para entenderlo.

Público, aplausos, reverencia.

Oh, comprendo.

Y con una punzada en el pecho y lagrimas en las mejillas, agachó su cabeza y torso con cuidado.

No siguió un libreto, pero aquellos aplausos eran estruendosos.

Antes de siquiera notarlo, el mentiroso se había esfumado y en ella quedaba, en sus manos dependía...

Cerrar el telón.

Y con las fuerzas restantes de sus piernas morateadas, empujó con dolor aquella cuerda, luego otra, y así hasta que su pecho dolía y la oscuridad de un telón cerrado se apoderaba de ella misma.

Una oscuridad muy parecida, a la que le otorgaba la venda que hace un rato su vista cubría.




Cierra el telón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora