La joven independiente creía tener su vida resuelta; pensaba que el dinero no se terminaría, que su salud se mantendría perfecta, su felicidad siempre estaría equilibrada y que la vida era eterna, pero ella no sabía que todo se puede acabar de la noche a la mañana. Es por eso que la noticia del accidente de sus padres la dejó en un estado depresivo permanente, culpándose por haber discutido con su padre por teléfono cuando él manejaba, pidiéndole permiso para asistir a una estúpida fiesta.
— ¿Por qué, Gastón? —Le preguntó al blanco felino que descansaba en su abdomen, ronroneando un poco ante la caricia suave que la chica le ofrecía.
Su habitación, ubicada en el tercer piso de la Mansión Rehbein, era bastante espaciosa, y ahora la casa parecía aún más grande de lo que ya lo era, pues dentro de esta sólo se encontraban ella y su gato, porque si no había dinero no podía pagar los servicios de cocineros, sirvientas y jardineros.
Su eco podía retumbar por toda la casa y no temía de ello, jamás se había considerado una chica temerosa, excepto por temer la muerte de sus padres, lo cual ya había sucedido.
La soledad era una constumbre para ella desde ese suceso, y de vez en cuando pasaba sus ratos de ocio jugando con a antigua ouija que había encontrado en el ático, y siempre que iniciaba una "partida" nada sucedía, por ende hacerlo una vez más no haría la diferencia...
Había tomado la vieja tabla de debajo de su cama cubierta por un edredón negro con diseños plateados, el cual estaba a juego con el resto de su habitación; Se sentó como india en el centro del mueble, ubicando la ouija frente a si misma y al animal en sus piernas, tomó el pequeño vaso que había encontrado junto a la vieja y arañada tabla y lo puso en el centro.
— Hola, idiotas. ¿Alguno quiere hablar conmigo? —Sonrió de forma débil, con las lágrimas llenas de rímel manchando sus mejillas y cayendo en sus antebrazos y manos, incluso sobre la tabla, pero qué más daba, no recibiría visitas que le reprocharan su aspecto.
De pronto el gato comenzó a gruñir, maullando como si estuviese viendo a un perro en esos momentos, como si algo perturbara al animal, el cual estaba casi por completo engrifado.
— Ya, Gastón. No es la primera vez que jugamos, ¿Qué te pasa? —Inquirió muy extrañada y tomó sus patas delanteras, de las cuales había clavado las garras en la piel de sus densudas piernas.
Lo que ella no sabía era que fuera, caminando por la calle a su tiempo, mirando las almas como pequeñas luces dentro de las casas; una que otra destellando en rojo, almas podridas que pronto serían parte de su reino. El olor a llanto y sufrimiento le atraía como la luz a las moscas.
Él miró hacia arriba bajo el árbol de una de las casas, sabía que había alguien ahí, lo sentía, y su llanto se le antojaba entretenido.
Había sentido aquella puerta abrirse en la casa; no una física, si no una espirtitual. Relamió sus labios y se destellóa la ventana de la habitación de la destrozada muchacha. Ella no podía verlo, claro estaba, mientras él fijaba sus ojos en el femenino rostro y veía las lágrimas caer hasta la tabla, hasta aquél portal frente a ella. Sus masculinos ojos relucieron con maldad, no habría probelma en hacerla llorar un poco más.
Sonrió ante la reacción del felino, y con uno de sus parpadeos pudo mover el vaso de cristal sobre la tabla, hasta encerrar la palabra "Si", respondiendo a su pregunta.
Los ojos de la femina se abrieron al máximo cuando su mano, simplemente llevada por alguna fuerza ajena a la propia, se movió.
— E-Eh... —Su voz tembló y tragó, menudo miedo le había producido los últimos segundos transcurridos. Se aventuró a preguntar algo más. — ¿Hombre o mujer?
Quizas eran sus padres, ¿Cómo iba a saberlo? A lo mejor por eso el animal había reaccionado de tal manera. Y es que su corazón dió un vuelco y nació una leve flama de esperanza en su interior cuando el cursor de cristal comenzó a deletrear la palabra "Hombre". Quizás era...
— ¿Eres tú, papá?