LA NUEVA CAPERUCITA

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La primera vez que conoció a su  nieta y  se  la pusieron en sus  brazos, fue en el mejor momento de su vida, sintió  que su  corazón aceleraba  como un caballo desbocado. Hacía dos meses que su  hija y su  yerno habían fallecido, era  tan pequeñita, tan bonita, sus ojitos negros la  miraban con extrañeza, la tomó  abrazándola contra su  pecho, no se asustó parecía estar muy a gusto, levantó sus bellos ojitos y la  miraron con dulzura. La llevó a casa  y daba la sensación que siempre había estado viviendo allá.

La pobrecita no sabía que se había quedado huérfana, sus padres murieron en aquel fatal accidente. Aquel día, habían salido a visitarme, llevaban a la niña en la sillita en la parte atrás del coche, había llovido durante toda la noche y las casas parecían hundirse bajo el peso de las tejas húmedas, al día siguiente el cielo estaba parcialmente cubierto y el sol brillaba,  huyéndole a las nubes, aunque de vez en cuando era encapotado por algún travieso nubarrón. El accidente, fue debido  según los expertos a una excesiva velocidad y al piso mojado, se salieron de la carretera dando el coche tres vueltas de campanas.

La abuela vivía en un pueblo muy alejado del interior, en la cercanía del bosque. Solo había dos casitas la del Guardabosque y la suya.

La casita de María, estaba rodeada de un bello jardín y en la parte posterior una gran y frondosa arboleda,  un arroyo de agua cristalina hacía la separación entre ambos hogares, aunque  el  puente de tabla facilitaba la entrada.

Creció rápida y bien. Cristina,  era una niña muy espabilada, alta un poco delgada, tenía unos cabellos ondulados, ojos castaños grandes muy expresivos, nariz respingona y labios carnosos, al sonreír mostraba una sonrisa preciosa, habló antes de andar, además de tener mucha imaginación y una gran fantasía. Siempre, le gustaba vestir de rojo. Sombrero zapatos, guantes, abrigo, por esta razón los niños de la escuela la llamaban Caperucita

La única preocupación que María tenía era que vivían  demasiado retiradas, a tres kilómetros  del pueblo, y no le gustaba que su preciosa nietecita  fuese sola al colegio. Tanto la ida como el regreso la llevaban  o recogía en su vieja tartana.

La abuelita que era muy observadora, se dio cuenta la forma de mirar el maestro a su nenita, mostrándole cierta preferencia con los demás niños y haciéndole a menudo pequeños regalos. Así, que un día le dijo a su nieta que no aceptase más regalos, ella la miró con una mirada de sorpresa, sin saber el porqué. Entonces fue cuando le dijo:

-         Mira, Cristina ni es tu cumpleaños, ni estamos en Navidad, ni has hecho exámenes, así, que prosiguió

-         ¡Te prohíbo determinantemente  que no acepte nada de él! -

-         ¿De acuerdo?

No le contestó marchó llorando hacia su habitación.

No se sintió nada de bien cuando la regañó, pero le obsesionaba la idea que aquel Lobo feroz que tenía tan mala reputación,  fuese tan benévolo con la chica. Su cara y su forma de ser no le parecían buenas.

Cierto día tuvo que llevarle un regalo a una prima que vivía a ocho Kilómetros  de distancia.

Cuando llegó buscó la dirección de la casa de su pariente.

El sol daba de lleno en aquella hermosa calle, se vio atraída por el resplandor de sus ventanas que parecían salir sus rayos   a través de sus cristales. Había muchas casas antiguas, con balcones llenos de claveles y tejado de teja roja. Permaneció inmóvil antes tan bello espectáculo. Admiró sus fuentes,  sus esculturas la ciudad rodeada de bellos  y verdes montes.

Regresó lo antes posible. Ante de partir había dejado a Caperucita en la puerta de la escuela. Le advirtió, que no podría recogerla que cuando saliera de clase se marchara rápidamente hacia el hogar. Le recordó que tirara por la carretera que aunque fuese un poquito más largo era un camino  más seguro, prometiéndole que regresaría lo más pronto posible.

Al salir de la escuela la chica se despidió del maestro:

-¡Hasta mañana Señor maestro!

-Todavía no ha llegado a recogerte tu abuela

Entonces ella le dijo que su abuela hoy no podía recogerla que estaba de viaje y probablemente llegaría tarde, quizás de noche.

Ahora la jovencita, haciendo caso omiso a lo que le dijo, caminaba a través del atajo, apretando su mochila sobre su espalda, mientras portaba sobre sus manos, un ramo de flores silvestres.

Al regresar iba a buscar la llave debajo de la piedra, se dio cuenta que estaba la puerta abierta, se puso muy contenta. ¡Abuelita llegaste, gritó la niña! Te traigo un ramo de flores silvestre que recogí en el trayecto, tienen el tallo duro pero su perfume es muy suave.

Una vez dentro se dirigió al comedor y vio la mesa puesta y una enorme pizza con dos platos al lado y una coca-cola grande-¡Guau!  Y prosiguió que ¡Chévere!

Apoco salió sonriente el “Prof.” de la cocina, la muchacha lo miró sorprendida

-¿Qué hace usted aquí ¿ le pregunto asustada.

-¿Le ha pasado algo a mi abuelita?

- No te asuste corazón dijo tomándola en brazos y sentándola en su rodillas, no te asuste cariño le volvió a decir. La niña hizo lo posible por salir corriendo, pero le impedía aquellos fuertes brazos que parecían amarrados a su cuerpo.

María había regresado antes de tiempo, su cabeza le zumbaba como si le hubieran colocado un abejorro dentro de ella.

Pero había algo más… al llegar a su casa había como un halito impresionante que la empapaba.

Vio la puerta cerrada, se acercó y oyó un ruido que salía del interior. Siguió escuchando. Un rumor de voces mezcladas se expresaba con susurros  nerviosos.

Dudó antes de abrir la puerta y se quedó escuchando de tras de ella. Era la voz de su nieta.

La abrió bruscamente la puerta, apretando la boca con  una mueca de miedo, sintió un hormigueo que le recorría todo su cuerpo. Y al abrir la puerta,  todo cesó de repente. Se quedó inmóvil en el umbral sin saber lo que iba hacer, vio una enorme tranca contra la pared. Entonces, sintió a la niña gritar y decidió ir hacia delante.

-¡Caperucita que te pasa!

No tuvo respuesta, siguió adelante. María abrió los ojos con una especie de incredulidad aturdida y vio como el maestro retenía a su nieta. Asustada y media muerta de miedo, retrocedió hasta que su espalda pegó contra la pared, quedándose allí aterrorizada inmóvil, mientras el Prof. la miraba con gran intensidad que jamás creyó ella que lo hiciera

-¡M e está haciendo daño! Gritó la niña.

-¡Grita, grita que voy a comerte!, le dijo

La niña volvió los ojos hacia él y viéndolo con aquellos ojos desencajados le dijo:

¡Que ojos más grande tienes!

¡Es para verte mejor!

-¡Que boca más grande tienes! Es para comerte mejor.

Yo soy el lobo primero te como a ti y después a tu abuela

La abuela reaccionó, con un movimiento rápido logro con la tranca en las manos darle un buen porrazo al maestro, al dolor que recibió soltó a la niña. El se volvió hacia su silenciosa atacante.

María seguía erguida esperándolo. Mientras que al verse suelta Caperucita salió corriendo internándose por el bosque.

Como pudo la mujer le dio otro palo en un brazo, el le dio un empujón que la hizo tambalear, le volvió a pegar cayendo al suelo sin sentido.

Mientras buscaba a la niña por la puerta trasera entró el Guardabosque, apuntándole con la escopeta lo detuvo. Media hora más tarde se presento la  guardia civil y una ambulancia. La abuela estuvo una semana en el Hospital, y su nieta se quedó con Lucía la esposa del que le había salvado la vida.

Y como en todos los cuentos a su  regreso las dos juntas fueron  felices, también les  invitaron a comer perdices en casa del Guardabosque.

                                                                                             Paquita.

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