Paradoja

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Las gotas de lluvia de la noche anterior brillaban a los tempranos rayos del sol. En sus ojos se marrones se veían los rastros de la noche anterior y los oscuros circulos bajos estos demostraban que no había dormido bien en mucho timpo; lo único despierto en ella era la taza caliente de café.

Se vistió sin mucha prisa, no era importante qué iba a ponerse, nadie lo notaría, nunca nadie lo hacía, era aún temprano y no tenía planeado desayunar.

En las calles aún húmedas y vacías había charcos por doquier que ensuciaban sus zapatos. Con las manos en los bolsillos y el rostro cubierto con la capucha del hoddie, no pensaba en nada -si era eso posible-, la noche la había dejado exhausta y sin ningún pensamiento.

En la universidad las clases eran monótonas, un día como ese hubiera preferido quedarse en casa, pero había decidido salir para despejar la mente. A la hora del almuerzo hizo lo mismo de siempre, compró su caja y fue a alguno de los rincones de la universidad en los que solía sentarse a deleitarse en su soledad. Su celular sonaba y sonaba, pero ella decidió ignorarlo. El timbre era una de sus canciones favoritas, triste y sin futuro. Hacía ya varios días había dejado de contestar llamadas y contrario a lo que pensaba, no había cesado y parecían tener mayor intensidad con el paso de los días.

Su vida se había convertido en un ciclo monótono lleno de decepciones. Ya no veía el futuro. O quizás nunca lo había visto. Se había engañado a sí misma, creando falsas ilusiones y sueños imposibles, en los que ella era la protagonista de una perfecta fantasía en la que tendría un final feliz. Final feliz. ¿Existía cosa semejante?

Cansada de todo y agobiada en la culpa, lloraba la noche anterior. Unas pastillas recien compradas en la mesa junto a la cama y la habitación hecha un desastre, no siendo capaz de tomarlas. ¿Por qué no era capaz de morir? No se sentía buena para nada, ni siquiera para morir.

Camino a casa, pensaba en el frasco de pastillas, lo intentaría una vez más.

Ya en casa, contemplaba el frasco y el vaso de agua. Las manos le temblaban y las lágrimas no paraban de brotar de sus ojos. Se sentía débil, cobarde y sin esperanza. ¿Era acaso más débil por no poder suicidarse o por querer hacerlo? Cualquiera que fuese la respuesta ya no le importaba, su único interés era acabar con su tormento, su eterno y monótono estado.

Con su mayor esfuerzo sacó diez pastillas en su mano, respiró y las tomó con el agua de un solo trago. Con la respiración agitaba pensaba en lo que acababa de hacer. No pasó nada. Se recostó tranquila, por primera vez en mucho tiempo, esperando que la muerte llegara a ella, después de haberla esperado tanto.

Pronto algo en su estomago empezó a revolverse, sintió nauseas y algo intentado subir hacía su boca. Corrió hacia el baño y vomitó todas las pastillas que había tomado. No quedó nada en su estómago, ninguna sustancia química que la ayudara a morir tranquila. Se levantó del piso en el que se había sentado para vomitar. Cansada por la batalla se lavó la cara y la boca. Se miró al espejo y se espantó con la imagen que vio en el. No encontraba nada en ella que le gustara. Sus ojos, su boca, su nariz, su cabello, todo en ella era desagradable a sus ojos. Se llenó de enojo y frustración y una ira enorme la consumió. Empezó a gritar y maldecir arrojaba las cosas del mesón del baño, rompió el espejo haciendo que fragmentos de cristal salieran disparados por toda la habitación. Sin apagar su ira salió del baño y empezó a deshacer su departamento, arrojando cosas de aquí para allá.

Después de una intensa lucha consigo y su entorno, quedó exhausta y sin fuerzas en el piso. Toda su casa era un desastre, nada había por rescatar ni recuperar, pero no le importaba, estaba aburrida de su vida y de no poder acabar con ella.

Después de media hora de estar en el piso decidió que tomaría un baño, quizás el agua de la tina la ayudaría a pensar mejor. Se levantó del piso y se quitó la ropa arrojándola en camino al baño. La pálida piel de su ya muy delgado cuerpo estaba llena de golpes y laceraciones, de los múltiples intentos fallidos de suicidio quizás, o de la cantidad de veces que se maltrataba sintiéndose así menos detestable.

Sentada en el borde de la tina, veía caer las gotas de agua con su mente en blanco. Echó un vistazo al desastre que había provocado y se rió para sí misma, pensado en quien recogería todo después de que encontraran su cuerpo sin vida, si es que lograba suicidarse, claro está.

Se metió en la tina, el agua estaba fría, pero no era incómoda para ella, o era quizás que ya había perdido la capacidad de sentirse cómoda con algo en la vida. Se sumergió dejando por fuera del agua sólo la cabeza. Miraba el cielo raso que parecía ser lo único en orden en el departamento. Después de mucho pensar lo decidió, se ahogaría. Tomó una bocanada de aire como por instinto y se sumergió toda con los ojos fuertemente cerrados. La presión del agua sobre su cuerpo la hacía sentirse inestable, el aire tratando de salir por su boca la impulsaba a salir del agua. Trató de relajarse y lentamente abrió los ojos. La refracción de la luz en el agua era una visión hermosa, la atmósfera de un cielo perfecto en el que ella viviría para siempre. Deseaba que ésta fuera su última visión, pero nada salía como esperaba; su cuerpo, en un instinto de supervivencia, la impulsó fuera del agua. Sus pulmones tomaron el aire que les hacía falta, pero ella ya no tenía fuerzas para enojarse. Ya ni las lágrimas quisieron salir esta vez de sus ojos.

Apoyaba el mentón en el borde de la tina, cuando vio la siguiente herramienta para la libertad de su tormento, un pedazo de espejo roto.

Con un gran esfuerzo acercó su cansado cuerpo a uno de los vidrios del piso, lo tomó con cuidado y se recostó de nuevo en la tina. Contemplaba el trozo de espejo tratando de decidir dónde sería mejor hacer las cortadas, la manera más fácil y menos dolorosa. Recordó que las películas hacían cortes en las muñecas, así que alzó la mano izquierda. Sus pálidas y delgadas manos eran un mapa de las tuberías de su cuerpo. En su muñeca se veía una línea verde azulosa; tomó el cristal, cerró los ojos fuertemente y puso la punta filosa del vidrio sobre su piel, aún sin hacer ningún corte. -Esta vez si- pensó, y con un poco más de presión hizo un corte profundo en su muñeca, fue algo liberador. No sintió dolor, era como si de la herida salieran todos los pesares que estaban concentrados en su cuerpo. La sangre brotó rápidamente, el fluido carmesí se mezcló con la humedad de su piel. Con mucho más esfuerzo tomó el cristal con la mano herida, en su mano derecha no se veían tanto sus venas, pero ahí estaba. Así que con su mano temblorosa hizo un corte un poco más profundo y algo más doloroso. Pronto la sangre empezó a brotar de su otra mano también.

Soltó el vidrio que cayó en la tina dejando atrás la sangre que se mezcló con el agua. Sumergió las manos en el agua para que la sangre fluyera libremente de su cuerpo. Una paz lúgubre la consumió mientras las fuerzas se escapaban con cada gota de sangre que salía. A medida que perdía éste fluido vital se sentía tranquila, aliviada. Por fin todo el tormento de su ser la abandonaba y pudo sonreír al final. La llamada "felicidad" anhelada llegaría con la muerte. La oscuridad del fin de la vida traería a ella el tan anhelado descanso, la libertad absoluta.

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⏰ Última actualización: Dec 23, 2014 ⏰

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