Llueve sobre la ciudad-Los bunkers.
Un día más de universidad, subo al autobús escolar y como si fuera un ritual busco un asiento, pongo mis audífonos en mis oídos y me dejo llevar por la guitarra y la batería extremadamente agresiva del death metal, pero había algo diferente esa mañana, ella ya no era parte de mi vida, los corazones y la dulzura se habían ido para no volver.
Un puño cerrado en busca de un saludo me saco de mis adoloridos pensamientos, era Stwolinski, ¿Cómo hace para estar siempre sonriendo?... Cierto, su novia tan de poca madre y su familia tan perfecta, curiosamente no es un tipo odioso, al contrario me cae bien y podría hasta considerarlo un amigo.
Me limitó a chocar el puño y regreso a mis pensamientos. Desearía que el conductor me lleve a un lugar donde el dolor físico pueda sobrepasar el estúpido dolor dentro de mi. Mientras recorremos las calles, los semáforos nos detienen, yo observó a las demás personas, imaginando que sus vidas por el contrario de la mia, son agradables y felices.
-Hola- Dice ella con una cara de dulzura en cuanto entró al salón. -Hola- respondo tratando de no demostrar mi realidad. -¿Cómo estás?- Digo -Bien-. Entra la profesora e inicia la clase, mis pensamientos cambian de dirección e intento concentrarme en la clase.
Mi tercer clase, dibujo, no me gusta dibujar ni siquiera soy bueno pero necesitaba llenar mi horario. Entró al salón y algo esta mal, ¿Y mi profesora?¿Y mis compañeros? Ciertamente no habrá clase, felicidades Mario tienes 80 minutos para pensar y destruirte como solo tu sabes hacer. Busco un aula vacía en el cuarto piso y la encuentro, entro, me siento en un rincón y pongo música de dolidos.
Al fin la ultima hora, trigonometria y geometría, ella amaba eso, llego temprano, no hay nadie, me siento y espero que acabe la clase.
Mi casa no es muy reconfortante, estar solo no ayuda, mi guitarra no ayuda, la música no ayuda. La tarde es eterna y yo solo deseo que termine la semana para viajar a Mexico, ver a mis amigos y embriagarme con la esperanza de olvidar todo.
Había olvidado como era este sentimiento, la soledad, ese vacío en el pecho y el nudo en la garganta, la permanente necesidad de llorar. Irónicamente es mi mayor miedo, pero desde hace ya 5 años es mi más fiel acompañante.
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Entenderé si después de esto no quieres seguir leyendo, solo estoy narrando la experiencia de mi ruptura.