—¡Qué hermoso canta! —Embelesada, miraba al ejemplar enjaulado.
Su novio la había invitado a conocer aquella especie de la que tanto había presumido. Al principio, no le creyó. ¿Quién podía tener de mascota uno de esos bichos, si se habían extinguido hacía décadas?
El muchacho le contó que su abuela lo encontró entre la basura. Sucio, oloroso y flaco, se le veían hasta los huesos.
—¿Cuántos años tendrá?
—Ni idea —respondió él—. Pero es viejo; ¿viste qué arrugado está?
Ella examinó la piel como pergamino. Le llamó la atención que no tuviese plumas ni tampoco pelo.
—¿Y qué le da de comer?
—Mi abuela le da ratas y algunas plantitas. La verdad, no sé cómo mastica con tan pocos dientes...
Lo miraron en silencio, pensativos. El ejemplar tenía la mirada perdida, como si recordara su pasado... ¿Acaso esos bichos pensaban? ¿Se acordaría de cuando era chico, de cuando su mamá lo había parido, de los amigos que había hecho o de las aventuras que había vivido? ¿Recordaría que su raza había desaparecido por matarse unos a otros? ¿Cómo habría escapado?
La muchacha sonrió. No entendía nada de lo que cantaba, pero la triste melodía le agradaba. Quizás el bicho tuviera una canción asignada a su especie, al igual que ellos al nacer. O tal vez su raza le permitía aprender otras canciones, como tanto le hubiese gustado a ella.
—¿Alguien más sabe que tu abuela adoptó a este bicho?
—Es un secreto de estado. Si se enteran los vecinos, lo matan a picotazos o le arrancan los ojos.
—Pobrecito... Me da lástima ahí enjaulado. ¿Y si lo soltamos?
—Ya se acostumbró al cautiverio. Además, si lo dejamos libre, se va a morir de hambre. Está bien con mi abuela; ella lo cuida y comida no le falta. Dice que canta para ella, como si le agradeciera.
—¿Qué dirá esa canción?
—Andá a saber. —El muchacho vio el sol asomarse tras los edificios destruidos. Era una hermosa mañana de agosto, pero hacía mucho que el tiempo no se medía ni en meses ni en años. Después de todo, ellos ni siquiera lo sabían—. Vamos a llenar el buche, ¿te parece?
—Dale, y si nos queda tiempo, veamos algunas ramas. Sería bueno armar el nido.
Se dieron un piquito y luego echaron a volar.
El bicho los miró alejarse y volvió a cantar, mientras los pájaros se unían a la bandada para sobrevolar los escombros de un obelisco hecho pedazos.
—Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver... —entonó el bicho enjaulado, esperando que aquella a la que llamaban "abuela" viniese a traerle su ración diaria. Pero eso, tampoco lo sabía—. No habrá más pena ni olvido...
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MI ABUELA TIENE UN BICHO - Cantor
Fantasy"Cantor" resultó ganador del concurso "Mi abuela tiene un bicho", organizado por Oráculo Ediciones. No puedo decirles de qué trata, pero puedo adelantarles que nada es lo que parece. Para leer el resto de la antología, click en el siguiente link de...