Capítulo Único

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Me encuentro enfermo de tanto dolor.

Han pasado un millón de noches en las que ruedo en mi cama hasta el alba, buscando algún rastro de tu aroma en mi almohada.

Canadá comienza a preocuparse por mí, dice que mis ojeras son tan grandes que inclusive sobresalen de mi parche, no puedo evitar reír un poco al imaginar tu rostro malhumorado y tus palabras amables al llevarme a mi habitación y obligarme a dormir mientras que con tus suaves toques polares acaricias mis mejillas hasta que me creas dormido y simplemente te acurruques conmigo, en busca del tan anhelado sueño romántico que perdías por pasarme a ver unas cuantas veces en las noches de mi inevitable desvelo.

Cuanto extraño tus manos frías sobre mis mejillas y tu tierna sonrisa susurrándome con dulzura que todo estaría bien, que todo mejoraría.

Pero no lo hizo, Tica.

En cada descanso que me permito tener y por mala suerte caigo dormido entre la suavidad de tus felposas chamarras, no puedo evitar repetir el suceso en mis sueños hasta que despierto entre lágrimas y jadeos de desconsuelo, olvidándome de la realidad momentáneamente y corriendo fuera de la cama gritando tu nombre, rogando que sea sólo un sueño, pero cuando después de varios minutos de llorarle a la nada observo aquel anillo de oro blanco sobre la que sería tu mesita de noche cubierto por una densa capa de polvo simplemente lloro en silencio hasta la inconsciencia.

Así ha sido cada noche desde que no estás.

Después de la décima quinta vez que Canadá me encontró dormido en el suelo de mi habitación, se mudó conmigo, aparentemente el amor de padre adoptivo lo mueve a cuidarme, antes me hubiera quejado, pero creo que ya no tengo fuerzas mas que para aferrarme a tu recuerdo que cada vez se pierde más en la tenue melodía del viento.

-Green, tienes que comer algo-

Canadá se preocupa mucho por mí, a veces me recuerda a ti.

No puedo evitar llorar.

-¡No, No, No! Green, ¿qué pasa? ¿por qué lloras?-

Sostiene mis mejillas entre sus manos y me obliga a mirarlo, no puedo evitar romperme en frente de él y aferrarme a su espalda, me recuerda demasiado a ti, no quiero sufrir así.

Siento su cálido toque rodearme con dulzura mientras me susurra que todo estará bien, que todo mejorará.

Pero no lo hizo, Canadá.

La temperatura global se elevó 3°C más y yo caí en cama, víctima de elevadas temperaturas.

Fue en ese momento que diversos grupos a favor del cambio alzaron la voz con un grito desesperado, finalmente la población entera entendía el peligro del calentamiento global e intentaban remediarlo.

Cuando me enteré lloré de rabia, maldiciendo histéricamente a la raza humana mientras el vacío en mi pecho ardía con intensidad, Canadá intentaba calmarme, pues comencé a moverme de manera brusca, tanto así que inclusive le di unos cuantos puñetazos.

¿Ahora querían cambiar?

¿Ahora de qué servía cambiar?

El daño ya está hecho

Después de varios minutos de histeria, Canadá corrió a la sala y llamó a mi doctor particular, pero, ¿por qué?

Yo no estoy enfermo, yo nunca lo estuve, esto no es locura, es un alma rota.

Canadá no volvió a la habitación hasta que llegó el doctor, hizo un rápido chequeo y simplemente sugirió que tomara unas pastillas para dormir.

-No lo haré-

-Sino lo haces, morirás de cansancio-

-¿Se puede?-

Sonreí burlesco al doctor que ahora lucía incómodo al verme y simplemente salió con Canadá a sus espaldas.

Al escuchar la puerta cerrarse sentí un tornado de emociones llenar mi pecho con un cosquilleo doloroso y mis ojos cansados con lágrimas, no entendía muy bien aquel sentimiento, pero sentía el cuerpo pesado, no quería pensar en ello, solamente me acurruqué en mi cama, sintiendo mi frente húmeda con sudor y mi calor corporal elevarse lentamente.

Tenía sueño, mucho sueño, el calor y dolor pasaron a un segundo plano cuando mi respiración se sintió lenta y los latidos de mi corazón retumbaron en mis oídos de una manera tan sutil, que a veces dudaba que este siguiera latiendo; mi mente rápidamente comenzó a perderse en la calma que me brindaba la ligereza de mis sentidos, parecía que mi cuerpo se encontraba estático en un punto muerto de algún océano.

El sonido de la puerta se hizo presente con un sutil golpe que parecía ajeno a mi realidad, un peso en mi cama y la ligereza de una caricia amorosa en mi espalda me hizo acurrucarme más en el colchón.

-Hijo, ¿sabes que te quiero?...Hago todo esto porque te amo y yo sé que no es suficiente, que no hay reemplazo para lo que se perdió, pero no puedo verte derrumbándote todas las noches en el recuerdo de un amor que ya no será, lastimosamente todo acabó, pero no puedes dejar que eso te acabe a ti, ¿lo entiendes?-

No, no lo entiendo y yo sé que tú tampoco me entiendes, porque tú no perdiste nada, no sabes lo que es vivir con el corazón roto y las esperanzas perdidas, no sabes como se siente que todos tus sueños de una vida feliz junto a alguien se hayan esfumado en un cielo nublado que amenaza con cubrir tu vista y soltar su torrente de agua hasta ahogarte, no sabes que se siente hundirse en el río que desemboca esa tormenta.

Mis lágrimas comenzaron a caer, ¿las ves?

-Hijo, no puedes vivir en el pasado por siempre-

Vaya que es un hermoso amor. Solo estoy y solo moriré, la razón de estar vivo sin duda que no la tengo, porque no estás a mi lado.

-¿Hijo?-

Tocas mi frente con desespero ¿eso para qué papá? Sientes mi piel arder con intensidad y ahogas un chillido aterrado ¿Acaso no lo esperabas? Ambos sabíamos que llegaría mi momento.

Corres fuera de la habitación, tal vez en busca del doctor que se fue hace unos minutos o de algún teléfono con el cual puedas llamar a una ambulancia, pero no lo lograrás.

¿Sabes por qué lo sé?

Porque yo tampoco lo logré.

Memories of a Dead Love  |Greentica|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora