Una historia real y verdadera

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Aquí estamos los cuatro, José, Andrea, mi hija Karolina y yo, en un pequeño cuarto, esperando expectantes.

Está oscuro, apenas una tenue luz rojiza proveniente de algún lugar nos ilumina. Ya no hay vuelta atrás. La puerta tras nosotros se había cerrado de golpe.

¿Qué haremos ahora? Nos miramos sin saber qué hacer, riendo de nervios; pequeñas gotas de sudor resbalan por la frente de José, él es el único hombre y, por muy feminista que una mujer sea, en estas ocasiones se agradece el machismo protector.  

Una débil luz ilumina una angosta escalera. ¿Por qué subir? 

El ruido de unas enormes cadenas nos sobresalta, debemos huir de allí hacia la única salida posible: la tétrica escalera.

Subimos a paso veloz tomados de las manos. No queremos, no debemos, separarnos, esa fue la única advertencia antes de entrar. Mantenerse juntos es la clave. 

El segundo piso es un largo pasillo sin luz. Todo está oscuro, negro como las fauces de un lobo o la cueva de un oso. Avanzamos tocando las paredes para no chocar. Doblamos hacia otro pasillo. Un cuarto débilmente iluminado nos llama la atención. Nos asomamos. Una vitrina de carnicería con trozos de cuerpos humanos cercenados nos da la bienvenida, aunque, al mirar bien, me doy cuenta que arriba, colgados, hay más cuerpos mutilados. La luz pestañea. Esto parece una película de terror. La luz se apaga. No soy capaz de moverme. Sé que debemos seguir nuestro camino, salir de allí, debemos encontrar la salida. La luz se enciende y allá, en un rincón, aparece él. El descuartizador de cuerpos con una sierra eléctrica en la mano. Un ser infernal que me mira con ojos de muerte. Doy un grito y quedo petrificada con la espalda pegada a la pared. La luz vuelve a irse apenas solo unos segundos, pero yo no soy capaz de moverme y cuando se vuelve a iluminar… Él está ahí, a un par de centímetros frente a mí, mirándome, analizando en cuántos trocitos me cortará. Sé que debo huir, escapar, correr, pero soy incapaz de moverme. Tantas veces, al ver películas de terror, reclamaba cuando se quedaban quietos los protagonistas, les gritaba que no fueran tontos y corrieran y ahora yo, en su lugar, estoy igual de exánime, quieta frente al asesino. Siento un tirón en mi mano, los demás habían reaccionado y corren, pero Karolina no me dejaría allí sola con ese loco.

Logro correr con ellos y pienso, ilusa, que el sicópata se quedaría tranquilo, que no nos seguiría, pero no es así. Miro hacia atrás, me detengo un segundo y ahí lo veo venir, él no lleva prisa, sabe que nos atrapará tarde o temprano. Sus ojos buscan los míos, aterrándome. Yo seré su primera presa. Jadeo. No soy capaz de pensar claro. 

De pronto, oigo a mi hija emitir un grito desgarrador. Cuando me vuelvo a mirarla, un payaso maldito la acosa amenazante. La quiere atacar. No sé cómo -instinto de madre-, tomo a Karolina y corro con ella, quedando delante del grupo. Por más que corremos, parece que no avanzamos. Aun así, seguimos en marcha. 

Algo, ¿un fantasma?, cruza el angosto pasillo. Me detengo de golpe, no quiero seguir avanzando. Pero los demás me empujan, somos seguidos por el descuartizador y el payaso que caminan con una sonrisa de satisfacción. Nuestro fin está cerca.

Un nuevo cuarto iluminado nos espera. Un hombre “elefante” nos sale al paso, interrumpiendo nuestro camino. Quedamos arrinconados. Tres asesinos contra nosotros. ¿Cómo saldríamos de allí? El terror nos invade. José se da cuenta que hay una puerta tras él e intenta abrirla, pero no, la manilla pasa en banda y no abre. La desesperación cunde entre nosotros que gritamos sin control. Los otros dos asesinos se acercan a paso cansino, como disfrutando de nuestra angustia. ¿Qué pasará ahora? ¿Seremos asesinados sin piedad?

En el cuarto iluminado frente a nosotros, hay una chica colgando de sus brazos, sangrante. ¿Así sería nuestro final? La joven se mueve distrayendo a nuestros captores, momento que aprovechamos para escapar. No podemos retroceder, debemos cruzar por ese cuarto, para encontrar una salida.

Gritando horrorizados, corremos despavoridos a través de la habitación. Mientras lo hacemos, la chica se suelta e intenta agarrarse de José, que se sacude de ella con desespero. La mujer chilla muy feo suplicando que la saquemos de allí. Es insufrible la sensación. Ya no soporto más esto. Los cuatro asesinos van tras nosotros y yo voy al final del grupo.

Cruzamos una puerta al final del pasillo. Choco con los demás que se detienen de golpe. Estamos en un cuarto iluminado. Aún no sé dónde estoy. Miro a mi alrededor, pero no hay nada. Sólo un espacio vacío. Todavía no puedo asimilar qué está ocurriendo ni dónde estamos. 

Cuando aparecen nuestros cuatro atacantes riendo y bromeando, me doy cuenta que se acabó. Somos libres. 

La Casa del Terror del Happyland sí es aterradora.

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