trece

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 Ana jugueteó con su teléfono móvil entre los dedos, nerviosa. Había estado recibiendo llamadas perdidas de un número desconocido durante días, llamadas que no se había atrevido a coger. Muy pocas personas tenían su verdadero número de teléfono. Los contactos importantes de la industria llamaban siempre primero a la agencia, a Itziar desde hacía menos de una semana, y tenía guardadas a todas y cada una de las personas con las que quería hablar en su agenda personal, por lo que un número desconocido implicaba una persona completamente desconocida de la que ella no quería saber nada. Pero entonces ese número la había llamado mientras hablaba con Mimi, con la que no paraba de escribirse desde que había conseguido un poco más de tiempo libre, y por error había contestado, y entonces no le había quedado más remedio que hablar al otro lado al menos para preguntar. Lo que no esperaba era encontrarse con la voz de un hombre que parecía joven y que con un tono muy profesional le había hablado de una oferta de trabajo. Y al principio había pensado que era una broma, pero había insistido tanto que le había dado el número de Itziar para concretar detalles. Y debía ser algo serio, porque su nueva representante les había concretado una reunión.

Así que allí estaba, en el reservado de un restaurante que no parecía muy caro esperando a un hombre del cual solo conocía su voz y su nombre, Alfred García, mientras mataba el tiempo hablando con Mimi.

"Lo que no entiendo es que estés sola", escribió la otra chica, "¿no se supone que los representantes tienen que ir con vosotros a estas cosas?".

Ana sonrió ante su preocupación, mirando con nervios hacia la puerta por si veía aparecer a un hombre joven de aspecto importante. "Itziar prefiere darnos libertad en estas cosas. 0 presiones, lo que nosotros creamos y queramos". Una mujer anciana entró seguida de una pareja joven que quizá fuesen sus nietos, pero ni rastro del misterioso hombre. De todas formas, ¿qué esperaba? ¿A quién? Porque por lo que Ana sabía, el señor García podía ser un anciano con una voz muy cuidada. "Ella solo nos aconseja, pero la decisión al final es nuestra".

"No me gusta que estés sola con un tío que no sabes ni quién es".

La chica morena se mordió el labio para ocultar la sonrisa. Y entonces, en el preciso momento en el que pulsó el botón para enviar un "no te preocupes" con muchas es para quitarle hierro al asunto, escuchó junto a ella la misma voz grave que había escuchado al teléfono.

- Hola, Ana Guerra.

Levantó la vista. Era la misma pareja que había entrado por la puerta hacía tan solo unos minutos. El chico debía rondar la veintena, tenía el pelo oscuro repleto de rizos húmedos por la lluvia y la piel morena, y sonreía con una dentadura blanca e infantil en la que se podía observar un hueco entre los dos incisivos superiores. No llevaba traje, sino una sudadera por debajo de una chaqueta vaquera, y si Ana no lo hubiese escuchado hablar, juraría que acababa de salir del instituto. Junto a él, estaba una chica que bien podía tener la misma edad, con el pelo oscuro cayéndole en suaves ondas a ambos lados de un rostro de facciones marcadas que le daban un atractivo curioso. Ella tomó asiento rápidamente en la silla.

- Lo siento muchísimo – comenzó, con una voz sorprendentemente dulce -. ¿Llevas esperando mucho rato? Es que hemos perdido como diez taxis, somos un desastre, perdón.

Ana los observó mientras se sentaban en la misma mesa frente a ella. Estaba segura de que tenía que haber un error, porque eran... niños. Seguramente era una broma que había llegado demasiado lejos, tanto que incluso habían sido capaces de engañar a Itziar. Entonces reparó en que el chico estaba abriendo una mochila de la que sacó una carpeta vieja y forrada con fotografías y recortes de diferentes cantantes, la mayoría de ellos muertos, y supo que definitivamente tenía que haber un error.

keep me warmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora