Querida Kitty:
Toda nuestra clase tiembla, pues pronto se reunirá el consejo
de profesores. La mayoría de los alumnos se pasan el tiempo
haciendo apuestas sobre los que pasarán de curso. Nuestros dos
vecinos de banco, Wim y Jacques, que han apostado el uno al
otro su capital de vacaciones, nos divierten mucho a Miep de
Jong y a mí. De la mañana a la noche se les oye decir: «Tú pasarás».
«No». «Sí». Ni las miradas de Miep, implorando silencio, ni mis
accesos de ira correctora pueden calmarlos.
Personalmente pienso que la mitad de nuestra clase debería
repetir, visto el número de holgazanes que en ella hay, pero los
profesores son la gente más caprichosa del mundo; pero quizá
por esta vez actúen en el sentido adecuado.
En cuanto a mí, no tengo mucho miedo; creo que saldré del
paso. Me entiendo bastante bien con todos mis profesores, que
son nueve en total, siete hombres y dos mujeres. El viejo señor
Kepler, el profesor de matemática, anduvo muy enfadado conmigo
durante un tiempo porque yo charlaba demasiado. Finalmente
me impuso un castigo: escribir una composición sobre el tema:
Una charlatana. ¡Una charlatana! ¿Qué podía escribirse sobre eso?
Ya veríamos luego; después de haberlo anotado en mi cuaderno,
traté de quedarme callada.
Por la tarde, en casa, terminados todos mis deberes, mi mirada
tropezó con la anotación de la composición. Me puse a reflexionar
mordiendo la punta de mi estilográfica. Evidentemente, yo podía,
con letra grande, separando las palabras todo lo posible, garabatear
algunos disparates y llenar las tres páginas fijadas, pero la dificultad
residía en demostrar de manera irrefutable la necesidad de hablar.
Seguí pensando y, de repente, encontré la solución que me dejó
satisfecha. Argumenté que la charla excesiva es un defecto
femenino, que yo me esforzaría por corregir un poco, aunque sin
librarme de él totalmente, pues mi propia madre habla tanto como
yo, si no más; en consecuencia poco puede hacerse por remediarlo,
ya que se trata de un defecto heredado.
Mi argumento hizo reír mucho al señor Kleper; pero, cuando
en la clase siguiente yo reincidí en mi parloteo, me impuso una
segunda composición. Tema: Una charlatana incorregible. Volví
a salir del paso, después de lo cual el señor Kepler no se quejó
durante dos lecciones. A la tercera realmente exageré.
-Ana, otro castigo por charlar. Tema: Cua, cua, cua, dice la
señora Patagua.
Carcajada general. Yo me eché a reír con mis compañeros,
aunque sabía que mi imaginación estaba agotada sobre el tema.
Necesitaba encontrar algo nuevo, algo original. La casualidad vinoen mi ayuda. Mi amiga Sanne, buena poeta, se ofreció a redactar
la composición en verso, de principio a fin. Me alegré. ¿Klepler
quería burlarse de mi? Me vengaría, burlándome yo de él dos o
tres veces mejor.
Los versos resultaron magníficos. Se trataba de una mamá
pata y de un papá cisne, con sus tres patitos; éstos, por charlar
demasiado, fueron mordidos a muerte por su padre.
Afortunadamente, la broma agradó a Kepler. Leyó el poema ante
nuestra clase y en varias otras, acompañando la lectura con
comentarios.
Desde entonces, no he vuelto a ser castigada, Kepler sólo
bromea sobre el tema.
Tuya,
ANA
Miércoles 24 de junio de 1942
Querida Kitty:
¡Qué calor! Todos nos sentimos sofocados; y con esta
temperatura debo ir caminando a todas partes. Recién ahora
empiezo a comprender qué cosa tan maravillosa es un tranvía;
pero a nosotros, los judíos, ese placer ya no nos está permitido.
Tenemos que valernos de nuestras piernas como único medio de
locomoción. Ayer, a la hora del almuerzo, tuve que ir al dentista,
que vive en Jan Luykenstraat, bastante lejos de la escuela. Al
regreso, casi me dormí en clase. Por fortuna, la asistente del
dentista, que es de veras comprensiva con nosotros, me dio de
beber.
Sólo se nos permite utilizar la balsa para atravesar el canal, y
eso es prácticamente todo. En el Muelle Joseph Israëls hay una
barquita que hace el servicio. El barquero accedió de inmediato
cuando le preguntamos. ¡No es por culpa de los holandeses que
los judíos soportan tantas penurias!
Durante los feriados de Semana Santa me robaron la bicicleta,
y papá entregó la de mamá a una familia amiga para que se la
cuidaran ¡Cuánto desearía no ir a la escuela! Afortunadamente,
las vacaciones se acercan; una semana más de sufrimiento, y todo
habrá terminado.
Ayer en la mañana tuve una sorpresa bastante agradable. Al
pasar por delante de un depósito de bicicletas, oí que alguien me
llamaba. Dándome vuelta, vi a un muchacho encantador, a quien
había conocido la víspera, en casa de mi amiga Eva. Se me
aproximó, un poco tímido, y se presentó: Harry Goldman. Quedé
ligeramente sorprendida, incapaz de comprender bien qué quería.
Era muy sencillo: Harry deseaba acompañarme a la escuela.
-Como vas en la misma dirección... está bien -dije yo, de modo
que caminamos juntos.
Harry tiene ya dieciséis años, y conoce muchos cuentos
divertidos. Esta mañana estaba nuevamente allí, y supongo que
lo mismo ocurrirá en los próximos días.
Tuya,
ANA
Martes 30 de junio de 1942
Querida Kitty:
En realidad no he tenido tiempo de escribir hasta hoy. Pasé
la tarde del jueves en casa de unos amigos. El viernes, tuvimos
visitas, y así sucesivamente hasta hoy. Durante la semana, Harry y
yo hemos empezado a conocernos mejor. Ya me ha contado una
buena parte de su vida: llegó a Holanda solo, y vive en casa de sus
abuelos. Sus padres se quedaron en Bélgica.
Harry tenía novia: Fanny. La conozco: es un modelo de
dulzura y de aburrimiento. Desde que se encontró conmigo, Harryse ha dado cuenta de que Fanny le da sueño. Yo le sirvo, pues, de
despertador o de estimulante, como tú quieras. Nunca se sabe en
qué puede uno ser útil en la vida.
El sábado en la noche, Jopie se quedó a dormir en casa, pero
el domingo, después de mediodía, se fue a reunir con Lies, y yo
me aburrí lo indecible. Harry tenía que venir a verme al anochecer,
pero me telefoneó alrededor de las seis. Atendí el teléfono, para
oírle decir:
-Habla Harry Goldman. Por favor, ¿puedo hablar con Ana?
-Si, Harry, soy yo.
-Buenas tardes, Ana. ¿Cómo estás?
-Bien, gracias.
-Siento no poder ir luego, pero tengo algo que decirte. ¿Te
molestaría que pasara por ahí dentro de diez minutos?
-Está bien... Hasta luego.
-Hasta luego. Estaré en tu casa en unos minutos.
Me cambié de vestido y me arreglé un poco el pelo. Enseguida,
me asomé a la ventana, nerviosa. Por fin lo divisé. Tuve que
dominarme para no correr escaleras abajo. Esperé hasta que sonó
el timbre. Bajé a abrir la puerta, y él fue derecho al grano:
-Escucha, Ana. Mi abuela te encuentra demasiado joven para
mí, y dice que debo salir con la Lours. ¡Pero tú sabes que ya no
me gusta Fanny!
-No, no sabía. ¿Pelearon?
-No, al contrario. Yo le había dicho a Fanny que, puesto que
no nos entendíamos muy bien, era inútil verse a cada momento;
que ella podía seguir yendo a nuestra casa cuando quisiera y que
yo confiaba poder ir a la suya como amigos. Yo tenía la impresión
de que ella frecuentaba a otros muchachos, por eso, hablé del
asunto con displicencia. Ahora bien, eso no era verdad. Mi tío
me dijo que debo disculparme con Fanny, pero naturalmente que
yo no lo creo necesario, y por eso he roto. Desde luego, ésa no es
más que una entre varias razones. Mi abuela insiste en que yo
salga con Fanny y no contigo, pero no pienso hacerlo. Los viejos
son a veces tan anticuados, que no tienen arreglo. Necesito a mis
abuelos, pero, en cierto sentido, ellos también me necesitan a
mí... Tengo libre la tarde del miércoles, porque mis abuelos me
creen en clases de artesanía. En realidad, voy a reuniones del
movimiento sionista. Mis abuelos no me lo permitirían, porque
están en contra del sionismo. No soy partidario fanático, yo
tampoco, pero el movimiento significa algo, y de cualquier modo
me interesa. Sin embargo, en los últimos tiempos no me han
gustado esas reuniones, y tengo la intención de dejarlas. Iré allí
por última vez el miércoles próximo. En ese caso, yo podría verte
siempre el miércoles en la tarde, el sábado a la tarde y a la noche,
el domingo a la tarde, y quizá con más frecuencia todavía.
-Pero si tus abuelos se oponen, no podrás hacerlo a espaldas
de ellos.
-El amor siempre encuentra un camino.
En ese momento, al pasar por delante de la librería de la
esquina, vi a Peter Wessel que hablaba con dos amigos. Fue la
primera vez, en mucho tiempo, que me saludó. Eso me causó
una inmensa alegría.
Harry y yo seguimos caminando y, por último, nos pusimos
de acuerdo para una cita: yo debía encontrarme ante su puerta, el
día siguiente, cinco para las siete de la tarde.
Tuya,
ANA
Viernes 3 de julio de 1942
Querida Kitty:
Ayer, Harry vino a casa para conocer a mis padres. Yo había
comprado una torta, bizcochos y pasteles para el té. Había un
poco de todo. Pero ni Harry ni yo teníamos deseos de quedarnos
quietos en una silla, sentados el uno al lado del otro, y nos fuimos
a pasear. Eran ya las ocho y diez cuando él me trajo a casa. Papá
estaba muy enojado. Dijo que no debía regresar tan tarde, pues espeligroso para los judíos encontrarse fuera después de las ocho.
Tuve que prometerle que, en lo sucesivo, regresaría diez para las
ocho.
Mañana, estoy invitada a casa de él. Mi amiga Jopie siempre
me hace bromas sobre Harry. En verdad, yo no estoy enamorada.
Pero tengo el derecho de tener un amigo. Nadie encuentra nada
de extraordinario en que yo tenga un compañero, o, según la
expresión de mamá, un cortejante.
Eva me ha contado que una noche, estando Harry en casa de
ellos, ella le preguntó:
-¿A quién prefieres, a Fanny o a Ana?
-Eso no te importa -le contestó él.
Durante todo el resto de la velada, no tuvieron ya ocasión de
hablar juntos, pero, al irse, él le dijo:
-Si quieres saberlo, prefiero a Ana. Pero no se lo digas a nadie.
Y se fue.
Me doy cuenta de que Harry se ha enamorado de mí. Yo lo
encuentro divertido, y que cambia mi vida. Margot diría de él:
«Harry es un buen muchacho». Opino lo mismo, y hasta algo
más. Mamá no termina de alabarlo: buen mozo, bien educado,
muy amable... Me encanta que todo el mundo, en casa, lo halle de
su gusto. El también ha simpatizado con mi familia, pero encuentra
a mis amigas demasiado niñas, y tiene razón.
Tuya,
ANA
Domingo 5 de julio de 1942
Querida Kitty:
La fiesta de graduación de curso transcurrió como deseaba.
Mis notas no son del todo malas, tengo un insuficiente, un 5 en
álgebra, un 6 en dos asignaturas, y en las otras varios 7 y dos 8.
Diez es la nota máxima. En casa estaban muy contentos, pues, a
propósito de puntos mis padres no son como los demás. Al
parecer, les importa poco que las notas sean buenas o malas. Para
ellos basta con que yo esté bien y me sienta feliz, y que no sea
insolente; lo demás, según ellos, se arreglará solo. En cuanto a mí,
opino lo contrario; no quiero ser mala alumna después de haber
sido admitida provisionalmente en el liceo, puesto que he saltado
un año al salir de la Escuela Montessori. Pero con el traslado de
todos los niños judíos a las escuelas judías, el director del liceo,
después de alguna presión, consintió en recibirme, lo mismo que
a Lies, a título de prueba. Yo no quería defraudar la confianza del
director. El resultado de Margot es brillante, como siempre. Si la
promoción cum laude existiera en el liceo, ella la habría obtenido
¡tiene una cabecita tan inteligente!
Papá, en estos últimos tiempos, se queda a menudo en casa
porque ya no puede bajar oficialmente al negocio. ¡Qué sensación
tan desagradable debe ser la de sentirse inútil! El señor Koophuis
ha retomado la empresa Travies y el señor Kraler la firma Kolen
& Cía. El otro día, cuando nos paseábamos alrededor de nuestra
plaza, papá empezó a hablar de la clandestinidad. Decía que iba a
ser muy difícil para nosotros vivir completamente separados del
mundo exterior.
-¿Por qué hablar de eso? -le pregunté.
-Escucha, Ana -repuso-, tú sabes bien que, desde hace más
de un año, nosotros
transportamos muebles, ropas y enseres a casa de otra gente.
No queremos que nuestros bienes caigan en manos de los
alemanes, y menos aún queremos ser nosotros quienes caigamos
en sus garras. No los esperaremos para irnos. No dejaremos que
nos detengan.
-Pero, papá, ¿para cuándo será eso?
Las palabras y la seriedad de mi padre me habían angustiado.
-No te inquietes. Nosotros nos ocuparemos de todo.
Diviértete y aprovecha tu libertad todo el tiempo que aún puedas
hacerlo.
Eso fue todo. ¡Ojalá esos sombríos días estén aún distantes!
Tuya,
ANA
Querida Kitty:
Parece que hubieran pasado años entre el domingo a la
mañana y hoy. ¡Cuántos acontecimientos! Como si el mundo
entero se hubiera trastornado de repente. Sin embargo, ya vez,
Kitty, todavía vivo, y, como dice papá, es lo principal.
Sí, en efecto, vivo todavía, pero no me preguntes dónde ni
cómo. Tú no comprendes nada de nada hoy ¿verdad? Por eso me
es necesario, primero, contarte lo sucedido a partir del domingo
a la tarde.
A las tres (Harry acababa de irse para volver más tarde)
llamaron a nuestra puerta. Yo no lo oí, porque estaba leyendo en
la terraza, perezosamente reclinada al sol en una silla de lona. De
pronto, Margot apareció por la puerta de la cocina, visiblemente
turbada.
-Papá ha recibido una citación de la SS -cuchicheó-. Mamá
acaba de salir para ir a buscar al señor Van Daan.
(Van Daan es un colega de papá y amigo nuestro).
Yo estaba aterrada: todo el mundo sabe qué significa una
citación; imaginó inmediatamente los campos de concentración,
las celdas solitarias. ¿Íbamos a dejar que llevaran allí a papá?
-Naturalmente, no se presentará -dijo Margot, mientras que
ambas esperábamos en el salón el regreso de mamá.
-Mamá ha ido a casa de los Van Daan para saber si podemos
habitar, desde mañana, nuestro escondite. Los Van Daan se
ocultarán allí con nosotros. Seremos siete.
Cayó el silencio. Ya no podíamos pronunciar una palabra
más, pensando en papá, que no sospechaba nada. Había ido a
visitar a unos ancianos al hospicio judío. La espera, la tensión, el
calor, todo eso nos hizo callar.
De repente, llamaron.
-Es Harry -dije yo.
-No abras -dijo Margot, reteniéndome.
Pero no era necesario. Oímos a mamá y al señor Van Daan
que hablaban con Harry antes de entrar y que luego cerraban la
puerta detrás de ellos. Cada vez que sonaba el timbre, Margot o
yo bajábamos muy sigilosamente, para ver si era papá. Nadie más
debía ser recibido.
Van Daan quería hablar a solas con mamá, de modo que
Margot y yo dejamos la habitación. En nuestro dormitorio, Margot
me confesó que la citación no era para papá, sino para ella misma.
Asustada de nuevo, empecé a llorar. Margot tiene dieciséis años.
¡Quieren, pues, separar de sus familias y llevarse a muchachas de
su edad! Afortunadamente, como mamá ha dicho, no irá. Papá, al
hablarme de la clandestinidad, sin duda hacía alusión a esta
eventualidad.
Ocultarse... ¿Adónde iríamos a ocultarnos? ¿En la ciudad, en
el campo, en una casa, en una choza, cuándo, cómo, dónde?... Yo
no podía formular estas preguntas que se me iban acudiendo una
tras otra. Margot y yo nos pusimos a guardar lo estrictamente
necesario en los bolsones del colegio. Empecé por meter este
cuaderno, enseguida mis rizadores, mis pañuelos, mis libros de
clase, mis peines, viejas cartas. Estaba obsesionada por la idea de
nuestro escondite, y puse las cosas más inconcebibles. No lo
lamento, porque me interesan más los recuerdos que los vestidos.
Por fin, a las cinco, papá regresó. Telefoneamos al señor
Koophuis para preguntarle si podía venir a casa esa misma noche.
Van Daan partió en busca de Miep. (Miep está empleada en las
oficinas de papá desde 1933, y es nuestra gran amiga, lo mismo
que Henk, su flamante esposo). Miep vino para llevarse su cartera
llena de zapatos, de vestidos, de abrigos, de medias, de ropa
interior, prometiendo volver a la noche. Luego se hizo la calma
en nuestra vivienda. Ninguno de los cuatro tenía ganas de comer,
hacía calor y todo parecía extraño. Nuestra gran sala del primer
piso había sido subalquilada a un tal señor Goudsmit, hombre
divorciado, que pasaba de los treinta, y que al parecer no tenía
nada que hacer esa noche, porque no logramos librarnos de élantes de las diez; todos los intentos disimulados para hacerle
marchar antes habían resultado vanos. Miep y Henk van Santen
llegaron a las once, para volver a irse a medianoche con medias,
zapatos, libros y ropa interior, metidos en la cartera de Miep y en
los bolsillos profundos de Henk. Yo estaba extenuada, y, aun
dándome cuenta de que era la última noche que iba a pasar en mi
cama, me dormí de inmediato. A la mañana siguiente, a las cinco
y media, mamá me despertó. Por suerte, hacía menos calor que el
domingo, gracias a una lluvia tibia que iba a persistir todo el día.
Cada uno de nosotros se había vestido como para vivir en el
refrigerador, con el fin de llevarse todas las ropas posibles. Ningún
judío, en estas circunstancias, hubiera podido salir de su casa con
una valija llena. Yo llevaba puestos dos camisas, tres calzones, un
vestido, encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos
pares de medias, zapatos acordonados, una boina, una bufanda y
otras cosas más. Me ahogaba antes de partir, pero nadie se
preocupaba por eso.
Margot, con su cartera llena de libros de clase, había sacado
su bicicleta para seguir a Miep hacia un destino desconocido, al
menos, en lo que a mí se refiere. Como vez, yo seguía sin saber
dónde quedaba el lugar misterioso en que nos refugiaríamos. A
las siete y media, cerramos la puerta de nuestra casa. El único ser
viviente al que pude decir adiós fue mi gato, que iba a encontrar
un buen hogar en casa de vecinos, según nuestras últimas
instrucciones en una breve carta al señor Goudsmit.
Dejamos en la cocina algo de carne para el gato y la vajilla del
desayuno; las camas quedaron deshechas, todo daba la impresión
de una partida precipitada. Pero, ¿Qué nos importaban las
impresiones? Teníamos que irnos a todo trance, salir de allí, partir
hacia un lugar seguro. Lo demás no contaba ya para nosotros.
La continuación, mañana.
Tuya,
ANA
Jueves 9 de julio de 1942
Querida Kitty:
Nos pusimos en camino bajo una lluvia tupida, papá y mamá
llevando cada cual una bolsa de provisiones llena de toda clase de
cosas colocadas de cualquier modo, y yo con mi bolsón repleto a
reventar.
Las personas que se dirigían a su trabajo nos miraban
compasivamente, sus rostros expresaban el pesar de no poder
ofrecernos un medio de transporte cualquiera; nuestra estrella
amarilla era lo bastante elocuente.
Durante el trayecto, papá y mamá me revelaron en detalle la
historia de nuestro escondite. Desde hacía varios meses, habían
hecho transportar, pieza por pieza, una parte de nuestros muebles,
lo mismo que ropa de casa y parte de nuestra indumentaria; la
fecha prevista de nuestra desaparición voluntaria había sido fijada
para el 16 de julio. A raíz de la citación, hubo que adelantar diez
días nuestra partida, de manera que íbamos a contentarnos con
una instalación más bien rudimentaria. El escondite estaba en el
inmueble de las oficinas de papá. Es un poco difícil comprender
cuando no se conocen las circunstancias; por eso, tengo que dar
explicaciones. El personal de papá no era numeroso los señores
Kraler y Koophuis, luego Miep, y, por último, Elli Vossen, la
taquidactilógrafa de veintitrés años, todos los cuales estaban al
corriente de nuestra llegada. El señor Vossen, padre de Elli, y los
dos muchachos que le secundaban en el depósito no habían sido
puestos al corriente de nuestro secreto.
El edificio está constituido de la siguiente manera: en la planta
baja hay un gran almacén que sirve de depósito. Al lado de la
puerta del almacén está la puerta de entrada de la casa, detrás de
la cual una segunda puerta da acceso a una escalerita. Subiendo
esta escalera, se llega ante una puerta, en parte de vidrio esmerilado,
en el que se lee Contabilidad en letras negras. Es el escritorio que
da al canal; una amplia sala, muy clara, con archivos en las paredes, y ocupada por un personal actualmente reducido a tres. Ahí es
donde trabajan, durante el día, Elli, Miep y el señor Koophuis.
Atravesando una especie de vestuario, donde hay un cofre y un
gran armario que contiene las reservas de papeles, sobres, etc., se
llega a una pequeña habitación bastante oscura que da al patio;
antes era la oficina del señor Kraler y del señor Van Daan, y
ahora es el reino del primero. Además, puede llegarse a la oficina
del señor Kraler por una puerta vidriada al final del vestuario, que
se abre desde el interior de la oficina, y no desde afuera.
Por la otra salida de la oficina del señor Kraler hay un corredor
estrecho, y se pasa enseguida por delante de la carbonera y,
subiendo cuatro escalones, se llega al fin al aposento que es el
orgullo del inmueble, en cuya puerta se lee: Privado. Allí se ven
muebles oscuros e imponentes, el linóleo cubierto de hermosas
alfombras, una lámpara magnífica, un aparato de radio, todo de
primer orden. Al lado de esta habitación, una gran cocina
espaciosa, con un fogón de gas con dos hornillas y una pequeña
caldera para baño. Al lado de la cocina, el W.C. Ese es el segundo
piso.
En el corredor de la planta baja hay una escalera de madera
blanca, al cabo de la cual se encuentra un rellano que forma
también corredor. Allí se ven puertas a derecha e izquierda; la de
la izquierda lleva al frente de la casa, donde hay grandes
habitaciones que sirven de depósito y almacén, y de allí puede
subirse al desván. Puede llegarse también a las habitaciones
delanteras por la segunda puerta de entrada, trepando por una
escalera empinada, bien holandesa, como para quebrarse todos
los huesos.
La puerta de la derecha lleva a nuestro anexo secreto. Nadie
en el mundo sospecharía que esta simple puerta pintada de gris
disimula tantas habitaciones. Se llega a la puerta de entrada
subiendo algunos peldaños; al abrirla, se entra en el anexo.
Frente a esta puerta de entrada, una escalera empinada; a la
izquierda, un corredorcito lleva a una habitación que se ha
1. Oficinas.
2. Oficina de Otto Frank.
3. Estante y acceso secreto, en el rellano.
4. Habitación del Sr. y la Sra, Frank y Margot.
5. Habitación de Ana y el Sr. Dussel.
6. Sala de baño.
7. Cocina, comedor, y cama del Sr. y la Sra. Van Daan.
8. Habitación de Peter y acceso al desván.
9. Desván.
transformado en el hogar de la familia así como en la alcoba del
señor y la señora Frank; al lado, un cuarto más chico es el estudio
y alcoba de las señoritas Frank. A la derecha de la escalera hay
una habitación sin ventana con mesa de tocador para las
abluciones; hay también un pequeño reducto donde se ha instalado
el W.C., lo mismo que una puerta con acceso al dormitorio que
yo comparto con Margot.
Al abrir la puerta del rellano del tercer piso, sorprende
encontrar tanto espacio y tanta luz en el anexo de una casa tan
vieja; las casas que bordean los canales de Amsterdam son las
más antiguas de la ciudad. Esta gran habitación, equipada con
una cocina de gas y un fregadero, que antes sirvió de laboratorio,
está destinada a ser el dormitorio de los esposos Van Daan, así
como cocina, sala, comedor, estudio o taller.
Un cuartito pegado al corredor servirá de alcoba para Peter
Van Daan. Hay un desván tan grande como las habitaciones que
sirven de depósito en el piso de abajo. Y ya te he mostrado en su
totalidad nuestro hermoso «anexo secreto».
Tuya,
ANA
Viernes 10 de julio de 1942
Querida Kitty:
Seguramente te he aburrido con esa larga y fastidiosa
descripción de nuestra nueva vivienda, pero aun así me parece
importante que tú sepas dónde hemos venido a parar.
Ahora, la continuación de mi relato, porque, claro, no había
terminado. Tan pronto como llegamos a la casa sobre el
Prinsengracht, Miep nos hizo subir al anexo. Cerró la puerta detrás
de nosotros y quedamos solos. Como había llegado en bicicleta
antes, Margot nos aguardaba ya. Nuestra gran habitación, así como
las otras, se encontraban en un desorden inimaginable. Todas las
cajas, trasladadas al escritorio en el transcurso de los meses
precedentes, yacían en el suelo, sobre las camas, por todas partes.
En el cuartito, ropa de cama, frazadas, etc., se apilaban hasta el
techo. Había que ponerse a trabajar inmediatamente, si queríamos
dormir esa noche en lechos decentes. Ni mamá ni Margot se
hallaban en condiciones de cooperar; se dejaron caer sobre los
colchones, agotadas y desdichadas. Mientras que papá y yo, los
«ordenadores» de la familia, queríamos comenzar al momento.
Todo el día estuvimos vaciando cajas, arreglando los armarios,
poniendo orden, para por fin caer muertos de fatiga en camas
bien hechas y bien limpias. No habíamos comido nada caliente
en todo el día, cosa que no nos había preocupado en absoluto;
mamá y Margot se sentían demasiado cansadas y deprimidas como
para comer, y tanto papá como yo estábamos excesivamente
ocupados para pensar en eso.
El martes a la mañana reanudamos el trabajo inacabado. Ellie
y Miep, que se ocupan de nuestro aprovisionamiento, habían ido
a buscar las raciones. Papá preparó un rudimentario
enmascaramiento de las luces para impedir que nos vieran desde
afuera; fregamos y lavamos el piso de la cocina. Hasta el miércoles,
no tuve un minuto para pensar en la convulsión que, de la noche
a la mañana, cambiaba completamente mi vida. Por fin, he
encontrado un momento de tregua para contarte todo esto y
para darme cuenta también de lo que me ha sucedido y de lo que
puede ocurrir todavía.
Tuya,
ANA
Sábado 11 de julio de 1942
Querida Kitty:
Ni papá ni mamá ni Margot han podido habituarse aún al
carillón del Westerturm, que suena cada cuarto de hora. A mí me
pareció maravilloso, desde el primer momento, sobre todo denoche, cuando un sonido familiar da aliento. ¿Te interesa quizá
saber si me gusta mi escondite? Debo decirte que yo misma no lo
sé aún. Creo firmemente que nunca podré considerarme en mi
hogar en esta casa, lo que no significa que ella sea lúgubre. Tengo
más bien la impresión de que estoy en una pensión muy curiosa.
Tal opinión a propósito de un escondite puede parecerte extraña,
pero yo no lo veo de otra manera. Nuestro anexo es ideal como
refugio. Aunque se inclina para un lado y es húmedo, no se
encontraría un escondite tan cómodo en el resto de Amsterdam
y quizá en toda Holanda.
Nuestro dormitorio, con sus paredes lisas, parecía desnudo;
gracias a papá, que con antelación trajo mis fotos de artistas de
cine y mis postales, pude poner manos a la obra con cola y pinceles,
y he ilustrado profusamente mi cuarto. Queda mucho más alegre,
y cuando lleguen los Van Daan, veremos lo que se puede hacer
con la madera del desván; acaso sea posible sacar de ella algunos
armaritos y estantes.
Mamá y Margot se han repuesto un poco. Ayer, por primera
vez, mamá se sintió lo suficientemente bien como para hacer una
sopa de arvejas, pero, charla que te charla, se olvidó de ella, a tal
punto que fue imposible arrancar de la cacerola las arvejas
carbonizadas.
El señor Koophuis me ha traído un libro, Boek voor de Juegd.
Anoche, los cuatro fuimos a la oficina privada para oír la radio de
Londres. Yo estaba tan preocupada pensando que alguien pudiera
oírla, que literalmente supliqué a papá que volviéramos arriba, al
anexo. Comprendiendo mi angustia, mamá subió conmigo.
También en otros casos tenemos mucho miedo de ser oídos o
vistos por los vecinos. Confeccionamos cortinas el primer día de
nuestra llegada. No son cortinas propiamente dichas, compuestas
como están de retazos de tela diferentes en cuanto a la forma, el
color, la clase y el diseño. Papá y yo cosimos estos retazos con la
torpeza de los profanos en el oficio. Estos ornamentos abigarrados
han sido sujetos con chinches a las ventanas, y ahí quedarán hasta
que salgamos de aquí.
El edificio de la derecha está ocupado por una gran casa
mayorista, el de la izquierda por un fabricante de muebles. ¿Podrán
oírnos? Nadie se queda en esos inmuebles después de las horas
de trabajo, pero no hay que fiarse. Hemos prohibido a Margot
que tosa de noche, pues ha pescado un fuerte resfriado, y la
atiborramos de codeína.
Pienso con alegría en la llegada de los Van Daan, a quienes
esperamos el martes; será más divertido y habrá menos silencio.
Es sobre todo el silencio lo que me asusta por la tarde y por la
noche. Daría cualquier cosa para que uno de nuestros protectores
viniera a dormir aquí.
No te imaginas cuán opresivo resulta el hecho de no poder
salir nunca, y tengo muchísimo miedo de que seamos descubiertos
y fusilados.
Durante el día, debemos caminar silenciosamente y hablar
en voz baja, para que no nos oigan en el depósito.
Me llaman.
Tuya,
ANA
Viernes 14 de agosto de 1942
Querida Kitty:
Hace un mes que te dejé, pero en verdad no había bastantes
novedades para contarte. Los Van Daan llegaron el 13 de julio.
Los esperábamos el 14, pero como los alemanes habían empezado
a inquietar a una cantidad de gente entre el 13 y el 16, con citaciones
a diestro y siniestro, los Van Daan prefirieron llegar un día antes,
para mayor seguridad. El primero en aparecer a las nueve y media
de la mañana, cuando todavía estábamos desayunando, fue Peter,
el hijo de los Van Daan, que está por cumplir dieciséis años. Es
un muchacho de modales suaves, desgarbado y tímido, que trajoconsigo a su gato, Mouschi. No espero gran cosa de él, como
compañero. El señor y la señora Van Daan llegaron media hora
más tarde. La señora provocó nuestra hilaridad al sacar de su
sombrerera un enorme orinal.
-Sin él no puedo vivir -declaró.
Era el primer objeto que encontraba su sitio fijo, debajo del
diván que les sirve de cama. El señor Van Daan no había traído el
orinal, sino su mesa plegadiza para el té.
Desde el comienzo hicimos todas las comidas juntos en una
atmósfera de cordialidad. Después de tres días, todos sentimos
que nos habíamos transformado en una sola familia. Era evidente
que, habiendo formado aún parte durante toda la semana de los
habitantes del mundo exterior, los Van Daan tenían muchas cosas
que contarnos. Entre otras, lo que más nos interesaba era qué
había sido de nuestra casa y del señor Goudsmit.
El señor Van Daan nos relató lo siguiente:
-El lunes a la mañana, el señor Goudsmit me telefoneó para
preguntarme si podía pasar por su casa, cosa que hice
inmediatamente. Estaba muy nervioso. Me mostró una cartita
dejada por los Frank, y se mostró dispuesto a llevar el gato a casa
de los vecinos, en lo que estuve de acuerdo. El señor Goudsmit
temía una investigación, y por eso examinamos todas las
habitaciones, poniendo en ellas un poco de orden; también
despejamos la mesa del desayuno. De pronto, observó sobre el
escritorio de la señora Frank un anotador en el cual estaba escrita
una dirección de Maastricht. Aun sabiendo que la había dejado
intencionalmente, simulé sorpresa y susto, rogando al señor
Goudsmit que quemara aquel maldito papel sin tardanza.
«Aunque todo el tiempo simuló no saber nada acerca de la
desaparición de ustedes, después de haber visto aquel trozo de
papel, se me ocurrió una cosa. Señor Goudsmit -dije-, me parece
recordar algo que podría estar relacionado con esta dirección.
Un oficial de jerarquía se presentó en la oficina, hace alrededor
de seis meses. Estaba destinado a la región de Maastricht, parecía
ser un amigo de juventud del señor Frank, y le prometió ayudarlo
en caso necesario. Dije que, según todas las probabilidades aquel
oficial había debido mantener su palabra, facilitando de una u
otra manera el paso de la familia Frank a Suiza, a través de Bélgica.
Le recomendé que contara eso a los amigos de los Frank que
pidieran noticias de ellos, aunque sin hablar necesariamente de
Maastricht. Enseguida, me marché. La mayoría de los amigos de
ustedes han sido puestos al corriente. Lo he sabido por diversos
conductos».
Nosotros encontramos esta historia muy divertida, y nos
reímos aun más de la fuerza de imaginación de la gente, de la que
nos daban prueba otros relatos del señor Van Daan. Así hubo
quien nos vio partir, a las cuatro, al romper el alba, montados en
bicicleta; y una señora que pretendía saber a ciencia cierta que
habíamos sido metidos en un auto militar en plena noche.
Tuya,
ANA
Viernes 21 de agosto de 1942
Querida Kitty:
La entrada de nuestro escondite ha sido ahora adecuadamente
disimulada. El señor Kraler era del parecer de colocar un armario
delante de la puerta de entrada (hay muchos allanamientos a causa
de las bicicletas ocultas), un armario giratorio que se abriera como
una puerta.
El señor Vossen se ha esforzado como ebanista para la
fabricación de este armatoste. Entretanto, fue puesto al corriente
de nuestra permanencia en el anexo, y se muestra servicial a más
no poder. En este momento, para poder llegar a las oficinas, hay
que encorvarse primero y luego saltar, porque los peldaños han
desaparecido. Al cabo de tres días, todos teníamos chichones,porque chocábamos ciegamente contra el bajo dintel de la puerta.
Por eso, en el reborde pusimos un paragolpes: una bolsita rellena
de virutas. ¡Veremos cómo resulta eso!
No hago gran cosa en materia de estudios; he decidido
prolongar mis vacaciones hasta septiembre. Luego, papá será mi
profesor, pues temo haber olvidado mucho de cuanto aprendí en
la escuela.
No hay que contar con cambios en nuestra vida. No me
entiendo en absoluto con el señor Van Daan; en cambio, él quiere
mucho a Margot. Mamá me trata a veces como a una criatura, lo
que me parece insoportable. Fuera de eso, no vamos mal. Peter
sigue sin gustarme, es tan aburrido; se la pasa tendido en la cama
la mitad del tiempo, a veces hace algún trabajo de carpintería, y
luego vuelve a la cama. ¡Qué tonto!
El tiempo es hermoso y, a pesar de todo, lo aprovechamos
soleándonos sobre un catre en el desván, por donde el sol entra
a raudales a través de una claraboya.
Tuya,
ANA
Miércoles 2 de septiembre de 1942
Querida Kitty:
El señor y la señora Van Daan han tenido una pelea terrible.
Nunca había oído cosas semejantes, porque papá y mamá no
pensarían jamás en gritarse así. La causa: una verdadera
insignificancia, por la que no valía la pena reñir. En fin, cada cual
tiene sus gustos.
Naturalmente, para Peter, la cosa es muy desagradable, pues
debe tomar partido por uno u otro. Pero, como es tan susceptible
y perezoso, nadie lo toma en serio. Ayer estaba insoportable
porque tenía la lengua azul en vez de roja; desde luego, esta
singularidad desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Hoy sufre
de tortícolis y se pasea con una bufanda anudada al cuello; el
«caballero» se queja también de lumbago. También suele
experimentar dolores en el corazón, los riñones y los pulmones.
Es un verdadero hipocondríaco (es ésa la palabra, ¿verdad?).
Entre mamá y la señora Van Daan hay bastantes
desinteligencias; existen, desde luego, razones para ello. Te daré
un ejemplo: la señora Van Daan ha retirado del armario donde se
encuentra nuestra ropa en común todas sus sábanas, que eran
tres. Ella juzga natural que la ropa de mamá sirva para todo el
mundo. Se va a sentir muy decepcionada cuando compruebe que
mamá ha seguido su ejemplo.
Además se siente muy molesta porque nos servimos de su
juego de mesa y no del nuestro para uso común. Trata por todos
los medios de saber qué hemos hecho de nuestros platos de
porcelana, los cuales están mucho más cerca de lo que ella supone:
en el desván, alineados en cajas de cartón, detrás de cartapacios.
Los platos son inhallables, permanecerán allí tanto tiempo como
nosotros. ¡Siempre tengo mala suerte! Ayer dejé caer un plato
sopero perteneciente a la señora; se hizo trizas.
-¡Oh! -exclamó ella, furiosa-. ¿Es que no puedes tener más
cuidado? Es todo lo que me queda. A pesar de todo, el señor Van
Daan me prodiga pequeñas amabilidades. Esta mañana mamá ha
vuelto a abrumarme con sus sermones; no puedo soportarlos.
Nuestras opiniones son demasiado opuestas. Papá me comprende,
aunque a veces llegue a enfadarse conmigo durante cinco minutos.
La semana pasada, nuestra vida monótona fue interrumpida
por un pequeño incidente: se trataba de Peter y de un libro sobre
las mujeres. Margot y Peter tienen permiso para leer casi todos
los libros que el señor Koophuis saca de la biblioteca pública
para nosotros. Pero se juzgaba que un libro sobre un tema tan
especial tenía que quedar en manos de las personas mayores. Ello
bastó para despertar la curiosidad de Peter: ¿qué podía haber de
prohibido en aquel libro? A hurtadillas, se lo sustrajo a su madre,
mientras ella charlaba con nosotros abajo, y escapó al desván consu botín. Todo anduvo bien durante varios días. La señora Van
Daan había observado los manejos de su hijo, pero no se lo dijo
a su marido; hasta que éste lo olfateó por si solo. ¡Cómo se
encolerizó! Al recuperar el libro, creyó la cuestión terminada. Mas
no contaba con la curiosidad de Peter que no se dejó intimidar en
absoluto por la firmeza del padre.
Peter trató por todos los medios de leer hasta el fin aquel
volumen. Entretanto, la señora Van Daan había venido a pedirle
su opinión a mamá. Mamá juzgaba que, en efecto, aquel libro no
era adecuado para Margot, aun cuando aprobaba que leyera la
mayoría de los otros.
-Hay una gran diferencia, señora Van Daan -dijo mamá-, entre
Margot y Peter. Ante todo, Margot es una muchacha, y las
muchachas están siempre más adelantadas que los muchachos.
Además, Margot ya ha leído muchos libros serios y no abusa de
lecturas prohibidas, y, por último, Margot es más madura e
inteligente, lo que se demuestra por el hecho de que ya casi termina
la escuela.
La señora Van Daan se mostró de acuerdo con mamá aunque
seguía considerando erróneo permitir a los jóvenes leer libros
escritos para adultos.
Lo cierto es que Peter seguía buscando un momento propicio
para apoderarse del libraco, cuando nadie lo observaba. La otra
tarde, a las siete y media, cuando todo el mundo escuchaba la
radio en la oficina privada, él se llevó su tesoro al desván. Debió
bajar de allí a las ocho y media, pero el libro era tan palpitante que
no prestó atención a la hora, y apareció en el momento en que su
padre regresaba a su habitación. ¿Adivinas la segunda parte? Una
bofetadas, un golpe, y el libro cayó sobre la mesa, y Peter al suelo.
Esas eran las circunstancias en el momento de cenar. Peter se
quedaba donde estaba, nadie se preocupaba de él, había sido
castigado. La comida prosiguió, todo el mundo estaba de buen
humor, se charlaba, se reía. De pronto un silbido agudo nos hizo
palidecer. Todos dejaron cuchillos y tenedores y se miraron con
espanto. Y, enseguida, se oyó la voz de Peter gritando por el caño
de la estufa:
-Si ustedes creen que voy a bajar, se equivocan.
El señor Van Daan tuvo un sobresalto, tiró su servilleta y,
con el rostro ardiendo, rugió:
- ¡Basta! ¿Me oyes?
Temiendo lo peor, papá lo tomó del brazo y lo siguió al
desván. Nuevos golpes, una disputa, Peter volvió a su cuarto,
hubo un portazo, y los hombres regresaron a la mesa. La señora
Van Daan hubiera querido guardar un pan con mantequilla para
su querido vástago, pero su marido se mostró inflexible.
-Si no se disculpa inmediatamente, pasará la noche en el
desván.
Hubo protestas de parte de todo el resto, pues
considerábamos que privarle de cenar era ya suficiente castigo. Y
si Peter se resfriaba, ¿adónde irían a buscar un médico?
Peter no se disculpó y volvió al desván. El señor Van Daan
resolvió no ocuparse más del asunto; sin embargo, a la mañana
siguiente pude comprobar que Peter había dormido en su cama.
Lo que no impidió que, a las siete, volviera a subir al desván.
Fueron menester las persuasiones amistosas de papá para hacerlo
bajar. Durante tres días, miradas de enojo, silencio obstinado;
luego todo volvió a la normalidad.
Tuya,
ANA
Lunes 21 de septiembre de 1942
Querida Kitty:
Hoy me limito a noticias de la vida cotidiana. La señora Van
Daan es insoportable: conmigo estalla a menudo, a causa de miverborragia sin fin. Nunca pierde ocasión de fastidiarnos. Su última
manía es la de no lavar las cacerolas,. si hay algunas sobras, las
deja dentro, en lugar de ponerlas en un plato de vidrio como
nosotros solemos hacer, y todo eso se estropea. Y cuando a
Margot le toca el turno de lavar la vajilla y encuentra siete utensilios
para fregar, la señora le dice, despreocupadamente:
- ¡Vaya, Margot, tienes trabajo para rato!
Papá y yo hemos hallado un modo de entretenernos. Me
ayuda a establecer mi árbol genealógico paterno. Sobre cada
miembro de la familia me cuenta una breve historia, y eso me
hace sentir mi ancestro.
El señor Koophuis me trae libros cada quince días. Me
entusiasma la serie Joop ter Heul. Todo cuanto escribe Cissy van
Marxveldt me gusta sobremanera. He leído Alegría de Estío por
lo menos cuatro veces; y las situaciones burlescas siguen
haciéndome reír.
He reanudado mis estudios. Me esfuerzo mucho con el
francés, y cada día empollo cinco verbos irregulares. Peter la ha
emprendido con el inglés, con enormes suspiros. Acaban de llegar
algunos libros de texto. Yo había traído una provisión de
cuadernos, lápices, gomas y etiquetas. Escucho a veces la audición
holandesa que transmiten desde Londres. El príncipe Bernardo
acaba de hablar. La princesa Juliana tendrá otro hijo en enero,
anunció. Me he alegrado. Aquí se sorprenden de que tenga tanta
simpatía por la familia real holandesa.
Hace algunos días, los mayores juzgaban que, al fin y al cabo,
yo no era tan tonta. Aquel mismo día, tomé la firme resolución
de trabajar más. No quisiera volver a encontrarme en la misma
clase a los catorce o quince años.
Enseguida se mencionó el hecho de que casi todos los libros
de los mayores me estaban vedados. Mamá lee en este momento,
Heeren, Vrouwen en Knechten, pero a mí me lo han prohibido;
primero tendré que madurar más, como mi «talentosa hermana»,
que ya leyó esa obra. Se ha hablado también de mi ignorancia; yo
nada sé de filosofía ni de psicología. ¡Quizá sea menos ignorante
el próximo año!
(Acabo de consular en el diccionario estas difíciles palabras).
Compruebo algo alarmante: no tengo más que un vestido de
mangas largas y tres chalecos para el invierno. Papá me ha
permitido tejer un suéter blanco con lana de oveja; la lana no es
muy bonita, cierto, pero su calor será una compensación. Tenemos
más ropas nuestras en casa de otras personas; lástima que no
podamos ir a buscarlas antes de que termine la guerra, y, aún así,
quién sabe si las recuperaremos.
Hace un momento, apenas terminaba de escribir sobre la
señora Van Daan, ella tuvo la ocurrencia de entrar en la habitación.
¡Tac! Diario cerrado.
-¿Qué, Ana? ¿No me permites ver tu diario?
-Me temo que no.
-¡Vamos! ¿Ni siquiera la última página?
-No, ni siquiera la última página.
Me ha dado un buen susto. En esa página ella no aparecía
nada favorecida.
Tuya,
ANA
Viernes 25 de septiembre de 1942
Querida Kitty:
Ayer estuve «de visita» en casa de los Van Daan para charlar
un poco; es algo que hago de vez en cuando. A veces se pasa allí
un momento agradable. Entonces, se comen bizcochos antipolillas
(la caja de lata la guardan en el armario que está lleno de bolas de
naftalina), y bebemos limonada.
Hablamos de Peter. Les dije que Peter me acariciaba a menudoNo, señora, gracias -digo yo-; las patatas me bastan.
-Las verduras son buenas para la salud. Tu madre lo dice
también. Vamos, come un poco más -insiste- ella, hasta que papá
interviene para aprobar mi negativa.
Entonces, la señora estalla:
- ¡Había que ver lo que sucedía en nuestra casa!
¡En nuestra casa, por lo menos, sabíamos educar a los hijos!
¡Llaman ustedes educación a eso! Ana está terriblemente
consentida. Yo no lo permitiría nunca, si Ana fuera mi hija...
Es siempre el comienzo y el final de sus peroratas: «Si Ana
fuera mi hija...» ¡Afortunadamente, no lo soy!
Volviendo a este tema de la educación, un incómodo silencio
siguió a las últimas palabras de la señora Van Daan. Luego, papá
repuso:
-Yo considero que Ana está muy bien educada. Hasta ha
aprendido a no contestar a sus largos sermones. En cuanto a las
verduras, observe su propio plato.
La señora estaba derrotada, ¡y cómo!, papá aludía a la porción
mínima de verduras que ella misma se servía. Se cree, sin embargo,
con el derecho de cuidarse un poco, porque sufre del estómago;
se sentiría molesta si comiera demasiada verdura antes de acostarse.
De cualquier modo, que me deje en paz y cierre la boca, así no
tendrá que inventar excusas estúpidas. Es gracioso verla enrojecer
por cualquier pretexto. Como a mi nunca me ocurre, ella se
molesta bastante.
Tuya,
ANA
Lunes 28 de septiembre de 1942
Querida Kitty:
Ayer no alcancé a relatarte otra pelea más, a la que también
quería referirme. Pero, antes otra cosa:
Me parece extraño que las personas mayores regañen tan
fácilmente por cualquier minucia; hasta ahora he creído que eso
de pelearse era cosa de niños, y que con el tiempo se dejaba de
hacer. Puede producirse una verdadera «disputa», por una razón
seria, pero las palabras ofensivas proferidas constantemente aquí
no tienen ninguna razón de ser y están ahora a la orden del día; a
la larga tendría que habituarme a ello. Ahora bien, no creo que
eso ocurra, y no me acostumbraré nunca mientras esas
«discusiones» (utilizan esta palabra en lugar de pelea) se produzcan
por mi causa. No me reconocen ninguna cualidad, yo no tengo
nada de bueno, estrictamente nada: mi apariencia, mi carácter,
mis maneras son condenadas una detrás de otra, y minuciosamente
criticadas, a juzgar por sus discusiones interminables. Pero hay
algo a lo que nunca estuve acostumbrada: son esos gritos y esas
palabras duras que estoy obligada a absorber poniendo buena
cara. Es superior a mis fuerzas. Eso no puede durar. Me niego a
soportar todas esas humillaciones. Les demostraré que Ana Frank
no nació ayer; y cuando les diga, de una vez por todas, que
comiencen por cuidar su propia educación antes de ocuparse de
la mía, no podrán reaccionar y terminarán por callarse. ¡Qué
maneras! ¡Son unos bárbaros! Cada vez que eso ocurre, quedo
desconcertada ante semejante desenfado, y, sobre todo... ante
semejante estupidez (la de la señora Van Daan); pero tan pronto
como me recobre -y no ha de tardar-, les contestaré de la misma
manera y sin vueltas. ¡Así cambiarán de tono!
¿Soy en realidad tan mal educada, pretenciosa, terca, insolente,
tonta, perezosa, etc., etc., como ellos pretenden? ¡Oh!, ya sé que
tengo muchos defectos, pero ciertamente exageran. ¡Si supieras,
Kitty, cómo me hacen hervir la sangre esas injurias e insultos!Pero no será por mucho tiempo más. ¡Mi rabia no va a tardar en
estallar.
Basta ya. Te he fastidiado bastante con mis disputas. Sin
embargo, hubo una conversación muy interesante en la mesa, y
tengo ganas de contártela. Hablábamos de la modestia extrema
de Pim (éste es el apodo de papá). Las personas menos perspicaces
suelen advertir tal hecho. De pronto, la señora Van Daan exclama:
-Yo también soy modesta, y mucho más que mi marido.
¡Qué descaro! ¡Sólo con decirlo demuestra su falta de
modestia! El señor Van Daan, que juzgó necesario aclarar la
referencia a su persona, contestó, muy tranquilo:
-Yo no me empeño en ser modesto. Sé por experiencia que
las personas modestas no van muy lejos en la vida.
Y, volviéndose hacia mí:
-Nunca seas modesta, Ana. ¡Así no llegarás lejos en la vida!
Mamá aprobó este punto de vista. Pero la señora Van Daan
tenía, naturalmente, que decir su palabra sobre un tema tan
interesante como la educación. Esta vez, se dirigió, no
directamente a mí, sino a mis padres:
-Ustedes tienen un concepto singular de la vida, al decirle a
Ana una cosa semejante. En mi juventud... Pero, ¡ah, qué diferencia!
Y estoy segura de que, en nuestros días, esa diferencia existe
todavía, salvo en las familias modernas como la de ustedes.
Este fue un ataque abierto a la forma en que mamá cría a sus
hijas.
La señora Van Daan se había puesto roja de emoción; mamá,
en cambio, permanecía impasible. La persona que enrojece es
arrastrada progresivamente por sus emociones y corre el riesgo
de perder más pronto la partida. Mamá, con las mejillas pálidas,
quiso zanjar esta cuestión lo más rápidamente posible, y apenas si
reflexionó antes de responder:
-Señora Van Daan, yo opino, efectivamente, que es preferible
ser un poco menos modesto en la vida. Mi marido, Margot y
Peter, los tres son demasiado modestos. Su marido, Ana, usted y
yo no somos lo que se puede decir modestos, pero no nos dejamos
atropellar.
Entonces exclamó la señora Van Daan:
-Querida señora, no la comprendo. Yo soy verdaderamente
la modestia personificada. ¿Qué es lo que hace a usted dudarlo?
-Nada en especial -respondió mamá, ¡pero nadie diría que
usted brilla por su modestia!
A lo que replicó la señora Van Daan:
- ¡Me gustaría saber en qué carezco yo de modestia! Si no me
ocupase de mi misma, nadie aquí lo haría, y se me dejaría morir
de hambre.
Esta absurda observación hizo reír a mamá, lo que irritó más
aún a la señora Van Daan que continuó su perorata sazonada de
palabras interminables, en un magnífico alemán-holandés y
holandés-alemán, hasta que perdida en sus propias palabras,
resolvió abandonar la habitación. Al levantarse, se volvió para
dejar caer su mirada sobre mí. ¡Era como para verlo! En ese
momento yo tuve la desgracia de menear la cabeza, casi
inconscientemente, con una expresión de lástima mezclada sin
duda de ironía, a tal punto me sentía fascinada por su oleada de
palabras. La señora se crispó, se a lanzar injurias en alemán,
sirviéndose de una jerga sumamente vulgar. ¡Era un lindo
espectáculo! Si hubiera sabido dibujar, la habría pintado en esa
actitud; a tal punto resultaba cómica, demasiado cómica, la pobre
y estúpida mujer.
Después de esta escena, de cualquier modo, estoy segura de
una cosa: peleándose abiertamente una buena vez es como se
aprende a conocerse a fondo. ¡Es entonces cuando en realidad
puede juzgarse un carácter!
ANA