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Su presentación había sido algo... indescriptible.

A sus doce años, un dolor insoportable se había presentado. Sus músculos estaban tensos, sentía su cuerpo pesado, su vista nublada y la imperiosa necesidad de tumbarse en el suelo por su mareo. Fiebre que la dejó en cama por un par de días plagados de tortura. Su madre acariciaba su largo cabello para hacerla sentir mejor, reconfortarla y consentirla con sus platillos preferidos mientras se mejoraba.

Oh, claro que había ayudado.

Pero por más que se dijera a sí misma y al resto que su condición no le afectaba, el fondo de su lógica sabía el desafío que representaba ser una omega, sobre todo en el campo de estudio en el que ella estaba acoplada desde su infancia. Inspiración y un deseo inmenso de superación la albergaban ante los gruesos libros de texto con páginas amarillentas por el paso del tiempo.

A una corta edad, su conocimiento sobre matemáticas, astronomía, mecánica, informática y física era más amplio que el de un adulto promedio, lo atribuía al tiempo que pasaba junto a su padre en las instalaciones del Cuartel. Galaxy Garrison era su sitio preferido a los siete años. Era una montaña rusa para sus emociones, pizarras llenas de cálculos perfectamente realizados, armamento y los transportes elegantes y eficientes.

Había un ligero problema. Bueno, al menos, antes no lo veía, pero después de su presentación...

Galaxy Garrison estaba plagado de alfas paseándose altaneramente por los pasillos; aún no sabía si ellos alardeaban por su posición social o por ser aceptados en uno de los mejores centros de ingeniería aeroespacial a nivel mundial. Como fuera, la mayoría de ellos eran egocéntricos a un nivel estratosféricamente insoportable.

Sus padres no eran alfas. Los Holt provenían de betas, al igual que la mayoría de la población. Pero, ¡hey!, los Holt siempre se han dedicado a las ciencias exactas, así que incluiremos algo de matemáticas. Cientos de generaciones no pueden mantenerse en un estado puro. No es posible. Y, después de unos pares de generaciones puras, la probabilidad de que la segunda hija del matrimonio fuera distinta a un beta se mantenía alta.

Y así, las matemáticas dieron una sutil bofetada a las pecosas mejillas de Katie. Una omega en la familia.

Sus padres y hermano no tenían ningún problema, el amor que le profesaban era más fuerte que unos cuantos problemitas hormonales o una diferencia de posición. Hacían lo posible por apoyarla durante su temporada: mantas, comida que ella amara, espacio y pasarse un poco con respecto a los límites que le ponían a sus hijos (como la hora de ir a dormir). Cada celo de Katie era relativamente suave, si, dolía y debía quedarse inmóvil en su cama, pero eso ocurría solo durante pequeños lapsos de unos cuantos minutos y se pasaba.

A pesar del hecho de que la mayoría de la población era beta, Garrison solo permitía un pase a los mejores, los cuales eran alfas en su mayoría.

Un omega paseándose por Garrison era extremadamente raro, y generalmente estos no soportaban la presión de estar rodeados por alfas. El ambiente era intimidante, pero no para Pidge.

Educada para defender lo que creía y expresar con libertad y respeto sus crudas opiniones sobre cualquier tema, una niña de carácter fuerte y segura de sí. No hubo mucha diferencia cuando se presentó como omega.

La figura de Katie Holt era respetada, si paseaba por la biblioteca de Garrison, no la cuestionaban de ninguna manera. Era una omega llegando lejos.

Pidge Gunderson era otro asunto.

Cuando se infiltró a Garrison, el uso de supresores era casi necesario, aunque ella solo los uso un día, pues los altos cargos la descubrieron y le permitieron permanecer libre de responsabilidades y encerrada en su habitación durante aquellos días. Debía labrarse un nombre, reconstruir el respeto hacia ella, mostrar que su lado omega no le impedía ponerse al lado o arriba de los alfa.

A Tu LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora